Sentadas en una de las mesas del cosmopolita "Café Madrigal", un grupo de jóvenes conversa animadamente mientras toma sorbos de los cócteles cuidadosamente preparados por el barman. Una mira de reojo su smartphone, mientras que las otras dos jóvenes, vestidas a la moda y con peinados también a la última de los dictados internacionales, deciden qué pedir de un menú que ofrece una selección bastante amplia de tapas. La escena no llamaría la atención en casi ningún barrio acomodado -o de moda- del mundo. Sí lo hace cuando el barrio es El Vedado y la ciudad es La Habana.
La capital cubana, y el resto de la isla aunque en menor escala, no son ya la férrea Cuba comunista contra la que Estados Unidos dictó un embargo medio siglo atrás que ahora trata de revocar poco a poco. No es siquiera la Cuba de hace cinco años, cuando Raúl Castro todavía andaba asentándose en el poder que durante tanto tiempo ocupó su hermano Fidel y sus reformas económicas eran todavía incipientes y observadas con suspicacia dentro y fuera de la isla.
La Cuba que hoy negocia con Estados Unidos cara a cara y de forma pública para ver cómo recompone sus relaciones es una isla que todavía no ha dado -y si fuera por su Gobierno, no lo dará- el paso hacia la transición económica y democrática total que desea Washington. Pero tampoco es ya esa isla empecinada a cerrarse a toda concepción de la economía que no sea bajo control estatal.
Un mero paseo por las calles de la capital -donde más se concentran los cambios- muestra que el impacto de las reformas cubanas es más profundo de lo que los críticos al recién iniciado diálogo bilateral quieren reconocer.
Entre el denso follaje de barrios como el de El Vedado o Miramar, lucen casas recién pintadas y otras muchas en plena renovación -algunas por primera vez en medio siglo- tras numerosos andamios.
Cada vez se ven menos, y están más ajados, los carteles de propaganda como el que, junto con las imágenes del Che y de Camilo Cienfuegos, proclaman aún ese histórico "todo por la revolución" a los pies del hotel Habana Libre. Esta fue por cierto una de las primeras propiedades estadounidenses expropiadas, tema que Washington y La Habana deberán también afrontar en un futuro no demasiado lejano.
Por el contrario, abundan carteles luminosos anunciando cafeterías, peluquerías o hasta deslumbrantes "salones spa" que anuncian incluso por Internet -otro servicio aún escaso pero creciente- sus ofertas de manicura, maquillaje, masajes o peinado al nivel de salones "capitalistas".
Los antaño escasos "paladares", restaurantes privados, proliferan ahora de tal manera que hasta a los gourmets más empedernidos les cuesta seguir el ritmo de inauguraciones de locales que atienden no solo a extranjeros. Ahora también intentan responder a los gustos cada vez más diversos que parecen estar adquiriendo los cubanos con mayor poder adquisitivo de la isla. Y su número aumenta de forma rápida, haciendo cada vez más visible una creciente división social que quizás Cuba debiera empezar a abordar.
No obstante, no todo es "glamour" en este nuevo espíritu emprendedor cubano. También hay negocios "de la calle", abiertos en los porches y terrazas de viviendas o hasta en los salones de los hogares.
Como la barbería que Luis ha abierto en el patio de su casa con su familia o la pizzería -con precios módicos para el "cubano de calle"- de Maite en la terraza cubierta del piso bajo en el que tiene su casa.
Los dos aprovecharon para lanzarse a la economía privada como cuentapropistas a raíz de la apertura progresiva, a partir de 2010, de la economía que hasta entonces asía con mano férrea el Estado. Desde entonces, el número de cuentapropistas -pequeños emprendedores- que pueden ejercer sus negocios privados en 200 categorías llega ya casi al medio millón. Hay ya casi 13.000 negocios privados en la isla, más de 1.600 de ellos son servicios de restauración. El número de cubanos que usan celular en la isla supera el millón, según cifras oficiales.
Tras los números están las realidades, y éstas no son siempre tan prometedoras. Conseguir las materias primas para ejercer la profesión -productos de peluquería en el caso de Luis, ingredientes para sus pizzas en el de Maite- son a menudo una tarea difícil y costosa para estos emprendedores que no cuentan, como sí lo hacen muchos otros, con la ayuda de un familiar en el extranjero.
Esto es algo que la flexibilización de las restricciones comerciales que acompañan el cambio de rumbo dictado por Barack Obama y Raúl Castro a mediados de diciembre podría aliviar. Pero el paso fundamental que propició los cambios, afirma Maite, viene de más atrás.
"Esto no empezó el 17 de diciembre, los cambios en Cuba ya llevan unos años y van bien", sostiene desafiante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Agregue un comentario