Por Fernando Luis Rojas
Fui de los que enarboló como
consigna la idea de “universidad para los revolucionarios”, como lo hicieron y
olvidan (que lo hicieron con entusiasmo y rigor) muchos que también dirigieron
la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). No soy de los que se niegan, y
tampoco de los “que despiertan” al primer contacto con otro paradigma
democrático.
Por aquellos tiempos entendía la
frase, y creo lo hacíamos varios, en una perspectiva no excluyente. En primer
lugar, ya el axioma tiene una marca bastante jodida que martilla en cualquier
cabeza hoy: “para los revolucionarios”… ¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Cuál es el
nivel de “no revolucionarismo” permisible? Sinceramente, las últimas
discusiones sobre el asunto en la blogosfera
han planteado el tema pero han aclarado y construido poco. Antagonismo,
menciones infantiles a Marx y Lenin, chusmería… vienen a presentar como debate
algo que es un monólogo a partes.
En segundo lugar, la frase para
nosotros tenía que ver con quién logra la hegemonía. En la facultad, el
pedagógico y otras estructuras de dirección de la FEU luchábamos políticamente;
una lucha que en medio del inmovilismo parecía inexistente. La gente había
votado por nosotros, habíamos perdido algunas elecciones, armábamos equipo, consensuamos
argumentos, discutíamos… En fin, tenía que ver con la hegemonía. Nosotros “nos
creíamos” revolucionarios, y pulsábamos por una preponderancia de nuestro campo.
¿Había gente “no revolucionaria”
en la universidad? O, digámoslo en un lenguaje menos difuso: ¿había gente que
no apoyaba el proyecto político que se presenta como Revolución cubana? ¿Había
estudiantes que cuestionaban y criticaban las decisiones del gobierno, e
increpaban a los dirigentes institucionales o estudiantiles? Claro que sí. Somos+ no existía entonces; porque –en
rigor– la crítica no ha sido en Cuba un patrimonio exclusivo de los grupos
financiados desde los Estados Unidos y Co.
Recuerdo aquello que llamamos “prueba de fuego” previo al VII Congreso
de la FEU y las duras discusiones en las aulas –perdonen el eufemismo tras el
siglo de reparación– de Física, Psicología, Comunicación de la Universidad de
La Habana. En todos los casos, los encuentros –que en ocasiones se extendieron
cuatro horas– se saldaron en favor “del proyecto”, y no siempre gracias a
nosotros. Acudieron en coincidencia estudiantes con los que otras veces
entramos en contradicción, o profesores que con el tiempo –y en franca
expresión de retroceso institucional– han sido estigmatizados por las
autoridades universitarias y una nueva oleada de analistas blogueros.
Desde estas experiencias y el
actual contexto, ¿qué ha hecho la FEU de la Universidad Central de Las Villas con
la decisión de expulsar a la estudiante Karla María Pérez González –a la que no
conozco personalmente– y con la emisión de su declaración del 14
de abril?
- Renunciar a un espacio de confirmación y/o disputa de la hegemonía, que se trasladará con mayor fuerza –después de la medida– a otros escenarios.
- Evidenciar que se siente “incapacitada” para discutir y atraer (o no) a jóvenes estudiantes que apenas se encuentran en primer año.
- Confirmar que ante una decisión tan importante como la de “expulsar” a una estudiante, le basta con una mayoría simple (teniendo en cuenta que en la declaración no se confrontan los datos ofrecidos por la joven).
- Demostrar que a la voluntad de bombardear a las actuales instituciones cubanas que se presenta como objetivo de “los enemigos de la revolución”, puede unirse el esfuerzo que realizan algunas organizaciones por dinamitarse a sí mismas.
De esto y más hay en la actual
decisión tomada en la Universidad Central de Las Villas, y en la que la FEU de
ese histórico y tradicionalmente polémico centro de estudios ha aparecido como punta
de lanza.
Podría haberme referido como
argumento principal al derecho a la educación superior que se relanzó en Cuba
después de 1959 –para no hablar de este derecho en abstracto–, pero eso ha
marcado varios de los post leídos sobre el tema (y con los que coincido en
líneas generales). Además, sabemos que muchas veces (y en muchos lugares) la
cotidianeidad socioeconómica y la naturalización de las diferencias entre los
seres humanos, obstaculizan la realización de lo que se grita a los mil vientos
como un derecho.
Las versiones están demasiado
polarizadas. La propia estudiante, una conversación con Radio Martí, unas
declaraciones de la madre que me hicieron sentir como un excomulgado y
expulsado de todo (a simple vista no quepo en su proyecto), una repiqueteada
declaración de la FEU de la Universidad que no argumenta, solo “ratifica” a
través de lugares comunes. A estas horas, estoy esperando otras informaciones
sobre el asunto… Lo más cómodo sería aguardar…
Ferni
ResponderEliminarFuiste parte de un buen equipo de jóvenes dirigentes, preocupados por la cultura política, por el debate con las bases y , sobre todo, por vuestra legitimidad ante los estudiantes. Me consta -porque fui testigo directo de vuestra formación, elección y ascenso, a voto limpio, del Varona a la FEU Nacional- que ustedes no eran barajas cómodas para los burócratas de la Batalla de Ideas, que les pusieron más de una traba y que incluso aquel congreso de la FEU organizado bajo el enfoque dialógico de Educación Popular se le atravesó en la garganta a los celadores de la fé. No siempre estamos de acuerdo en todo -nunca fue así, por suerte, ni en nuestros gustos por los alcoholes- pero celebro que no quedes enmudecido ante esto. Solo añadir algo, que no siento enfatices mucho en tu post, por demás excelente: se trata de denunciar la expulsión, sin que ello equivalga a asumir la postura política de la muchacha, como un acto de injusticia. No sólo porque así no se construya y gane hegemonía, no solo por los errores u horrores de un proyecto político. Sino porque es una violación de derechos y un abuso de autoridad. O porque, dicho en buen criollo, es una "cabroná"
100 % de acuerdo con Armando
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