Por: Harold Cárdenas Lema
Una de las grandes herencias de Montesquieu, Voltaire y Rousseau fue legitimar el derecho a expresión. Claro, los teóricos de la Ilustración posiblemente no imaginaron que en el futuro sus conquistas serían soslayadas por unos y deformadas por otros con fines políticos. A propósito del debate en la esfera pública sobre los límites de la expresión, la legitimidad de algunos medios digitales y/o el periodismo ciudadano, comparto mi opinión al respecto.
Cuando Roberto Carcassés se vistió de hereje en un concierto de alto perfil, con el primer vicepresidente al frente y la Oficina de Intereses estadounidense a sus espaldas, fui uno de los que lo creí inoportuno. Mi principal crítica fue que sus palabras desviaron la atención de una campaña política que había logrado ser original, algo raro en estos tiempos. Mi mayor miedo era que se le usara de chivo expiatorio (como ocurrió luego) en algo que constituye un problema nacional: ¿cuándo y dónde podemos los cubanos emitir públicamente nuestras opiniones? O bien podría decir: ¿en qué medio de prensa estatal se puede abordar un tema tabú sin edulcoramientos? Quizás la respuesta a estas preguntas explique la necesidad de hacerlo en una plaza pública o abrirse un blog para ello.
Las trampas del espacio-tiempo nos han perseguido desde hace mucho. Hubo una época luminosa en los años sesenta cuando en la palestra pública los funcionarios y dirigentes políticos discrepaban entre sí con naturalidad. Las polémicas económicas, políticas y culturales de esa etapa mostraban una capacidad de diálogo y construcción colectiva que el tiempo fue paralizando. Algunos podrían justificar este fenómeno utilizando el agresivo contexto en que se desarrolla el país en la actualidad, pero… ¿no fueron los sesenta años de invasiones militares, agresiones químicas, lucha guerrillera en las montañas e intentos de magnicidio? ¿Cómo se entiende que en semejantes condiciones los cubanos tuviéramos más capacidad para el debate público?
La excusa siempre llega de la mano con un discurso conservador: "este no es el medio ni el momento adecuado"… pero pasa el tiempo y ese momento o lugar nunca llegan. Se crean pocos espacios donde promover la construcción colectiva de ideas que resulten realmente revolucionarias y los espacios ya creados padecen de un nivel de participación formal que no llega a ser real. Lo curioso es que aun cuando encontramos esos escasos momentos de debate con posibilidades de transformación, descubrimos que muchas personas ya han renunciado a ello, que somos unos pocos ahí.
Estas son las consecuencias de una homogeneización política sistemática en nuestra sociedad y sus instituciones que me cuesta creer sea casual. Demasiados comunes y dolorosos son los ejemplos de personas que con ideas frescas y novedosas pierden el ímpetu o son sacados del medio. Son "institucionalizados" por una máquina administrativa que en la mayoría de las ocasiones muele todo aquello que no sea lo usual, que no respete el orden de las cosas. ¿Desde cuándo la docilidad se convirtió en sinónimo de revolución?
A veces me pregunto qué haría Julio Antonio Mella si tuviera nuestra edad, por más que lo intento no lo veo reflejado en el modelo de cuadro político imperante. Quizás estuviera sancionado por no haber sabido encontrar el momento y lugar adecuado para compartir sus ideas. Quizás su magnetismo como orador se hubiera visto como algo peligroso, quizás algún burócrata lo hubiera tachado de líder negativo en su universidad. ¿Dónde estarán entonces los líderes del mañana en Cuba? Quizás siendo calificados de "peligrosos" en estos momentos, pero no deben desesperar mucho, desde siempre lo revolucionario ha provocado resistencia y resultado escandaloso en sus inicios.
El punto es que hemos perdido mucho terreno en cuanto a posibilidades de expresión y debate de ideas. ¿Qué cambió al terminar la década del sesenta? ¿Qué hacer cuando Silvio Rodríguez dice en televisión lo que ya sabíamos, que durante mucho tiempo fuimos una sociedad paralizada? ¿Acaso una revolución inerte no es una contradicción de todo tipo? Quizás nos hemos dejado condicionar demasiado por las campañas externas, al punto de socavar todo aquello que pueda resultar polémico con tal de evitar la portada de un diario foráneo. Son muchas las trampas que deambulan en el laberinto cubano y algunas pueden ser solo caprichos disfrazados de ideología, porque si en algo somos expertos los cubanos es en atribuirle un cariz político a prácticamente cualquier situación.
Este es el tipo de escritos que hacen pocos amigos entre los que describen a Cuba como un infierno o un paraíso en la tierra, un ejercicio de opinión que pretende escapar a las trampas del espacio-tiempo. El momento, el lugar y la plataforma adecuada para ejercer la crítica o expresar una opinión solo los define nuestra conciencia y el beneficio o perjuicio que podamos lograr con ello. Apelar a recursos políticos para coartar este ejercicio de expresión no resulta un acto democrático, revolucionario ni de patriotismo. Hacerle el juego a las trampas del espacio tiempo, tampoco.
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