Por Josué Veloz Serrade. Ms.C. Psicología Clínica. Profesor del
Programa FLACSO-Cuba
El 23 de agosto de
1973 dos delincuentes armados entraron en un banco de Estocolmo, Suecia.
Jan-Erik Olsson, uno de los atacantes, anunció a los trabajadores del banco que
"la fiesta acababa de empezar". Los dos asaltantes tomaron cuatro
rehenes, tres mujeres y un hombre, durante 131 horas. Los rehenes estuvieron
atados con dinamita durante todo ese tiempo temiendo por su vida. En sus
entrevistas en la prensa posterior a los hechos, apoyaban a los secuestradores
y temían a los oficiales de la policía,[1] respuestas que nadie podía entender.
Kristin, una chica que era empleada del banco y
había sido tomada como rehén, defendía con efusividad a Olsson. Tal reacción
desembocó en un enamoramiento. En fecha posterior contrajeron matrimonio. Lo
ocurrido sirvió para identificar una especie de síndrome, que expresa la
identificación de la víctima con aquella persona que contra su voluntad le secuestra.
Se extiende después a toda situación de encierro involuntario donde la
violencia ejercida deriva en una identificación de contenido amoroso.
En medio de los
acontecimientos por la muerte de Fidel algunos medios utilizaron esta metáfora
para explicar las respuestas intensísimas de dolor que manifestaron millones de
cubanos. Para tal hipótesis, Fidel sería una especie de captor-dictador que “mantuvo
presas a millones de personas durante más de 50 años” y después de “tantos
crímenes despiadados” las personas han desarrollado una identificación amorosa
que obvia las crueldades anteriores.[2]
¿Es un forzamiento mal
intencionado tal postura? ¿Qué elementos podrían describir ese síndrome? ¿Será
que hay signos de un síndrome de Estocolmo pero no necesariamente con la figura
de Fidel?
Volvamos a la
situación en el banco: el asaltante rompe la calma, genera un clima de terror y
toma una víctima para defenderse de la policía. El secuestro le garantiza la
vida y la persona secuestrada en vez de sentir odio hacia su captor desarrolla
un enamoramiento. Si trasladamos tal fórmula a Fidel querría decir que él
destruyó la calma en la que se vivía en Cuba, tomó al pueblo por rehén y al
este liberarse con su muerte ha desarrollado una identificación amorosa.
Tal operación ideológica nos deja ante la situación
paradójica de que Batista era entonces un hombre bueno al que todo el mundo
quería. Es decir, en Cuba antes del 59 no vivíamos en una dictadura. En el
pueblo reinaba la más absoluta felicidad, la miseria espantosa y la destrucción
de toda condición digna no era algo común en aquella república. Por ese camino,
los tres tristes tigres de Cabrera Infante que vivían en una Habana a la que
solo tenían acceso unas minorías, no eran
tres sino que eran millones.
La revolución más
intensa y profunda que se ha vivido en este hemisferio después de 1959 no solo
restableció la democracia pisoteada, lo cual por sí solo no dice nada, sino que
garantizó la vida de millones, eliminó las vallas que separaban por razas y
llevó a la mujer a la liberación que siempre le fue negada. No se conformó con
quitar a los ricos para dar a los pobres, o sea: eliminó a los ricos. Semejante
subversión de la historia tuvo una figura: Fidel.
Como resultado lógico
su imagen condensó todo el imaginario que la revolución producía, se generó –eso
sí– un amor total, sin fisuras, entre el sujeto popular y el líder- Padre. El líder constituyó el
vehículo de interpelación de lo popular y de cuestionamiento al estado y al
poder que también tuvieron que constituirse mientras se transformaba toda la
sociedad.
Esa fantasía de amor-total
también entraña sus dificultades, pues la idealización puede obturar el camino
a lo verdaderamente revolucionario y subversivo en Fidel: su pensamiento y su
práctica, la cual superó al primero en varias ocasiones y lo obligó a ir más
allá de lo que la modernidad le dictaba.
Si en el síndrome de Estocolmo
el amor es el resultado de la situación de miedo a la muerte en la que se
encuentra la víctima, la identificación que resulta de la figura de Fidel con
los humildes es el resultado del abandono del anonimato, el restablecimiento de
la condición humana y la más profunda justicia social que se haya conocido en
esta nación.
No es el objetivo de
este texto, pero adiciono que sin analizar en profundidad las razones de tal
relación entre líder y pueblo, sacándola de los lugares comunes a las que le
condenan tanto el mal llamado materialismo histórico como la reacción burguesa,
no se podrá ayudar a la teoría y el pensamiento revolucionario.
Tomando en cuenta lo
anterior: ¿Serán síntomas de Síndrome de Estocolmo ciertos lugares de la Habana
actual donde quieren mostrar una imagen idílica de la Habana de los 50, ciertos
restaurantes donde parece que todos éramos felices, nadie moría de hambre y
enfermedades, y Batista era un demócrata?… ¿Será síndrome de Estocolmo un Mario
Conde que reclama nostálgicamente un supuesto paraíso perdido después de 1959?
¿Quizás sí? ¿Quizás no?
Si analizamos
brevemente las reacciones de festejos que se han dado en algunos sectores del
exterior, nos percatamos que no pueden ser expresión de un síndrome de Estocolmo
porque no habrían desarrollado felicidad o falsa alegría, sino tristeza; pues
estaban en la supuesta posición de víctimas.
Manejemos otra
hipótesis: si frente a Fidel han mostrado este odio irracional personas que
recibieron amplios beneficios en la sociedad que hoy denigran, ¿cómo es posible
que puedan dar la espalda tranquilamente a las muertes de miles de personas por
armas de fuego al año, a cárceles secretas, la utilización de la tortura de
manera legal, la persecución a indocumentados, los millones sin servicios de
salud y las ejecuciones extrajudiciales?
Esa misma operación
ideológica permite que Obama parezca alguien demócrata, de buenos sentimientos,
hombre de familia y una persona sensible cuando al mismo tiempo tiene
implicaciones en las muertes de la guerra en Libia, el apoyo a los grupos
terroristas en Siria y a la política criminal del estado de Israel. Por
desplazamiento psíquico la figura que representa al Capital como gran Amo, es
una figura amable. Mientras el representante de los desposeídos y oprimidos del
mundo es un Amo esclavizador y déspota.
Cuando el 9 de octubre
del 2009 le fue entregado el premio nobel de la paz a Barack Obama… ¿Eran los
signos de un Síndrome de Estocolmo?
*Josué Veloz Serrade es profesor
del Programa FLACSO-Cuba y de la Facultad de Psicología de la Universidad de La
Habana. Colaborador de la Cátedra Antonio Gramsci del Instituto de
Investigación Cultural Juan Marinello. Estudia psicoanálisis por el programa
del Seminario Sigmund Freud de la Escuela de Poesía y Psicoanálisis. Grupo
Cero.
[2] Los cubanos bajo el Síndrome
de Estocolmo por la muerte de Fidel Castro. En http://www.elmundo.es/internacional/2016/12/01/5840846922601d8a688b4627.html.
El artículo no se refiere a Mario Conde pero su utilización en el texto tiene una función, es un personaje que recorre varios acentos a lo largo de la obra literaria, en este me refiero sobre todo al de Vientos de Cuaresma donde se muestra cierta nostalgia por la Habana de los 50, un elemento que es retomado en el relato fílmico de Vientos de la Habana. Imagen que se hace cada vez más común donde pareciera que nuestros sueños vendrán o retornarán en un almendrón y con boleros de vitrola de fondo.
ResponderEliminarSer nostálgico de la Habana de los 50 no es ser probatistiano. En el texto jamás asoma esa variante de lectura. No ser procapitalista es más difícil de determinar, porque también hay una nostalgia que se deriva del fracaso del relato socialista. Recuerdo una operacción parecida en un video de Gente de Zona con Pitbull, donde parece que los barbudos no le destruyeron la fiesta a los ladrones de turno sino que acabaron con la fiesta nacional en la que vivíamos. A mi juicio, lo cual es siempre del orden de lo interpretativo, en Mario Conde hay un recorrido por todas esas zonas, aunque en algún momento su acento esté más en una que en otra.No estoy de acuerdo en ubicar a Mario Conde de un lado o de otro, su escisión como sujeto muestra las variaciones de una ideología fragmentada...que no quiere decir ausente.
Uno de los elementos más interesantes en este personaje es precisamente que no es pro-algo, es un sujeto-borde sin asideros. No es el objetivo de esta respuesta pero no estoy de acuerdo con las clasificaciones de post y pre 59, hay quien añora los 50 sin haberlos vivido, un restaurant que se llama 1958 es pre o post 59?..no creo debamos sustituir al realismo socialista por la postmodernidad como instrumentos de lectura de las ideologías y los cuerpos culturales donde ellas se condensan.
Josué Veloz Serrade