MIAMI – Recientemente Progreso Semanal publicó dos textos de Carlos Lazo sobre el tan llevado y traído tema de los pasaportes cubanos. En ambos trabajos, (El pasaporte cubano para viajar a Cuba: Impedimento innecesario) sostiene el argumento de que si Cuba permitiese que sus nacionales entraran en la Isla sin estos requerimientos, estaría dando pasos sólidos hacia una mejor relación con sus emigrados. Dice el autor que eliminar ese requisito "sería también un gesto compasivo de los representantes oficiales de la nación hacia los cubanos que viven fuera de su Patria".
Por mi parte no espero nunca compasión de quienes me representan; espero, exijo y solo acepto equidad y respeto. La compasión siempre parte de la verticalidad, establece una relación de poder y no de igualdad. Lo justo es que todos los cubanos podamos adquirir el pasaporte que, por otra parte, es una obligación del Estado cubano, a un precio razonable, acorde con los ingresos medios y con una tarifa similar en todos los centros autorizados que los expiden. Del mismo modo, Cuba debe trabajar en acelerar los trámites para su obtención. Una política que permita el uso de la red para solicitar los documentos y efectuar el pago de estos, podría ser una vía para lograrlo.
Como muchos otros países, Cuba también podría establecer una tarifa preferente para niños y jubilados, no como un acto "humanitario" o "bondadoso" sino como una distinción a sus nacionales de menos ingresos. En algunos países el pasaporte es gratuito para mayores de 65 años y menores de edad, como en el caso del Reino Unido.
El citado autor dice: "Decenas de miles de estos cubanos de arribo reciente postergan, por una u otra razón, el trámite de hacerse ciudadanos norteamericanos. Sin embargo, la posibilidad de viajar a Cuba de forma expedita (y con pasaporte norteamericano) pudiera ser un incentivo más para que miles de estos residentes legales se apresuraran a hacerse ciudadanos norteamericanos. Así estos nuevos ciudadanos, a la hora de votar en las elecciones locales y federales, lo harían pensando en sus intereses y en los de sus familias; es decir, votarían y elegirían a representantes que, entre otras cosas, tuvieran como agenda política el mejoramiento de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos".
Esta hipótesis es sumamente arriesgada, pues omite que desde 2001 más de 250 mil cubanos adquirieron la ciudadanía norteamericana según datos de 2013. Si atendemos a la media, un promedio cercano a 20 mil nuevos ciudadanos anuales, equivalentes al mismo número de visados de inmigrante que concede la Sección de Intereses en La Habana. Las estadísticas muestran que los cubanos, una vez cumplidos sus cinco años de residencia permanente, se hacen ciudadanos en su inmensa mayoría.
Pero más difícil de probar es que el hecho de hacerse americanos posibilite que accedan a la representación ciudadana candidatos favorables a vínculos más efectivos con la Isla. La historia ha demostrado que el cambio demográfico en la emigración cubana desde 1990 es favorable a viajes familiares sin límites y cuando la administración Bush se atribuyó el derecho de limitarlos junto con las remesas y sus destinatarios, no dudó en castigarla con su voto y llevar a la presidencia a Barack Obama quien prometió –y cumplió– eliminar las restricciones republicanas.
¿Estaríamos dispuestos los cubanoamericanos a renunciar a nuestra nacionalidad y que sobre nosotros pesen las restricciones de viaje que pesan sobre los americanos, el límite de gastos, la imposibilidad de enviar remesas, y la necesidad de adscribirnos a una licencia especial para viajar? Ante esta realidad no creo que, en caso de Cuba permitir la entrada con pasaporte americano, las relaciones serían mejores.
En un mundo globalizado como el nuestro, la doble ciudadanía debe constituirse en derecho. Cuba, país mixto y que se enorgullece de una cultura mezclada, debe entender que un cubano, nieto de españoles o hijo de cubanos es un nacional por derecho propio.
En su segundo artículo, Lazo plantea que se podría ampliar la medida de 1994 que permite a emigrados cubanos antes de 1970 entrar a Cuba usando su segundo pasaporte. El autor, no aclara que esos cubanos están obligados a solicitar, obtener y portar un "Documento de Viaje" que es el que les permite entrar al país. Este documento que cuesta 100.00 USD, bien lejos de los 350.00 USD que cuesta el pasaporte cubano y sus dos prórrogas de 180.00 USD para un gran total en seis años de 710.00 USD, tampoco es de obtención inmediata y conlleva un proceso engorroso.
En un contexto donde las estructuras de hostilidad desaparezcan y existan relaciones plenas entre las dos naciones, las restricciones impuestas a los nacionales norteamericanos para viajar a Cuba deben ser eliminadas. Del mismo modo la Embajada Cubana en Washington tiene que operar con todas las garantías y los servicios que le otorga la Convención de Viena, desde tener un Banco para sus transacciones hasta que sus funcionarios gocen de libertad de movimiento.
Los cubanos no deberíamos precisar de autorización especial alguna para ir a nuestra Patria. La propia Constitución, en su artículo 41, garantiza nuestra igualdad como cubanos. Cuba, además de regularizar sus tarifas, debería eliminar la habilitación del pasaporte y extender su duración al estándar internacional de diez años. La justicia no está en privilegiar a quienes posean otra ciudadanía: está en que todos podamos adquirir nuestro pasaporte de forma rápida y a un precio justo.
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