lunes, 29 de febrero de 2016

Diálogos

Por Carlitos

"Si Cuba sigue así será la capital de la unidad", fueron las palabras del Papa Francisco para reconocer la activa labor diplomática de nuestro país por facilitar diálogos imposibles de imaginar años, décadas y hasta siglos atrás: entre las FARC y el gobierno colombiano, entre la iglesia ortodoxa y la iglesia católica, entre los países de la región, entre Cuba y los Estados Unidos. Pero hay una deuda aun por saldar para merecer el elogio de Francisco en toda su extensión: los diálogos internos.

Durante mucho tiempo, el liderazgo y el método de Fidel fueron una fuente natural e indiscutible de consensos. A unos meses de que relegara sus funciones en el Partido y el gobierno, una nueva filosofía de diálogo parecía comprender que la manera de sustituir esa práctica era institucionalizando el debate público.

Asistimos a dos amplios procesos de consulta popular (el debate del discurso de Raúl el 26 de julio de 2007 y el de los Lineamientos), mayor permisibilidad al debate alternativo (especialmente en el campo intelectual – religioso y la blogosfera), más información de la gestión del gobierno y el Parlamento y una cobertura más amplia en los medios a los problemas domésticos (la Mesa Redonda incluyó temas nacionales con periodicidad y apareció Cuba Dice y Cartas al Director de Granma, entre otros).

Pero el impulso inicial perdió fuerza y en no pocos casos hubo retrocesos. Aunque muchos espacios de diálogo han madurado y nos han hecho crecer en los últimos años (especialmente en la blogosfera y algunos nichos de la intelectualidad), tienen insuficiente visibilidad y capacidad para asumir por sí solos los debates necesarios. Desgraciadamente, persiste una dañina segmentación: grupos con distintos roles sociales y militancias interactúan muy poco, alimentando con la ausencia de diálogo entre ellos las sospechas mutuas.

Por su parte, la utilización de grupos de expertos como mecanismo de consulta para la toma de decisiones, si bien representa un avance respecto a épocas en que se daba menor valor al criterio técnico, tampoco puede sustituir por completo el debate público. Y las consultas populares son un buen método de diálogo, pero no el único. Un país de elevada instrucción como el nuestro merece que se confíe en su cultura e inteligencia colectiva.

Cuba necesita un diálogo nacional, amplio, para definir el país que queremos ser, para reavivar esperanzas. Según el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera "una revolución es la esperanza en movimiento".

Necesitamos el diálogo de nuestra izquierda, de nuestras organizaciones, un diálogo más frecuente y directo de nuestros dirigentes con la gente, un diálogo creíble en nuestros medios. Necesitamos que el diálogo no sea cosa de un momento, de un Congreso o de una Ley; el diálogo debe ser parte consustancial de nuestra práctica política.

En este empeño, hay un complejo obstáculo a superar entre muchos: el aun extendido tabú entre no pocos funcionarios, líderes políticos y militantes de que la crítica y el diálogo abierto dan cabida a la inestabilidad política. Bajo la coyuntura de las relaciones con Estados Unidos muchos intentarán frenarlos. Pero la invasión material y espiritual del capital no se contendrá con orientaciones partidistas, sino con la cohesión de la izquierda (militante o no) en sus bases.

Es curioso que el Papa no sugiriera llamarnos capital del diálogo o de la paz, sino de la unidad. Es precisamente el diálogo (y no el cerrar filas alrededor de verdades siempre discutibles) la fuente fundamental de nuestra unidad.

Hoy más que nunca necesitamos consensos para avanzar. Hay un atajo para llegar más rápido y mejor: que una nueva sociedad del debate, con un mensaje claramente inclusivo, sea conducida e impulsada por el Partido.

lunes, 22 de febrero de 2016

¿Somos de izquierda?

Por Carlitos

Hace poco me preguntó un amigo si creía que seguíamos siendo un país de izquierdas. Y aunque hemos cambiado mucho, se han creado diferencias y se han jerarquizado patrones de consumo que no deseamos, creo que sí, que seguimos teniendo una izquierda amplia, si bien mucho más diversa.

Un país donde Silvio Rodríguez sigue siendo un ícono musical y espiritual para muchos, donde un grupo como Buena Fe puede convocar las sensibilidades de varias generaciones y llenar el Karl Marx, la escalinata universitaria o hasta la mismísima plaza de la Revolución, sólo puede ser de izquierdas.

Un país donde la gente hace una fiesta de la Feria del Libro y del Festival de Cine Latinoamericano (con un discurso lejano del happy end hollywoodense), donde los cineastas más reconocidos se reúnen para reclamar que sus demandas se canalicen dentro de las instituciones, sólo puede ser de izquierdas.

Un país donde una buena parte del ciberdebate o del discurso de nuestros académicos, músicos, realizadores audiovisuales, artistas de la plástica gira en torno a cómo hacer más eficiente la política o más participativa y justa la sociedad, cuya blogosfera tiene entre los sitios de más visitas a La Joven Cuba, un blog no oficial con una clara inclinación de apoyo al proyecto de la Revolución, sólo puede ser de izquierdas.

Un país donde hay un culto al prestigio intelectual o laboral, donde podríamos sacar la cuenta (al revés) no de los que se van sino de los que están aquí y hacen mil inventos con tal de preservar el privilegio de realizarse como buenos profesionales (son menos pero aún son muchos), sólo puede ser de izquierdas.

Un país donde puedo encontrar a la pantrista y el electricista de mi trabajo discutiendo en la escalera la diferencia entre la iglesia ortodoxa y la católica, donde el que me vende una cerveza me analiza críticamente la noticia que vio en el canal 23 de la visita de Obama, sólo puede ser de izquierdas.

La izquierda cubana es hoy mucho más incómoda, porque incómodo es el momento en que vivimos. No está siempre en la militancia clásica, de gente dispuesta a darlo todo, pero sí de gente dispuesta a dar mucho si es creíble y auditable el proyecto. Muchas veces no lleva un carné y a veces ni sabe que es de izquierda, son sus sentimientos y sus compromisos quienes le delatan. No es una izquierda que basa su militancia en la fe, sino en la convicción.

Hay, a la vez, un ascenso visible y preocupante de la derecha o del apoliticismo que termina haciéndole el juego. Las razones están en la globalización y los cambios económicos del país, pero también en el hecho de que nuestra izquierda está hoy esquinada (material y espiritualmente) y dispersa.

Entre la precariedad que acompaña la vida de los que no quieren ganar más a cualquier precio y la dañina sospecha al pensamiento diferente, una zona no despreciable de nuestra izquierda está siendo poco a poco marginada, desechada. En cierto modo, estamos exportando nuestra izquierda. Y hay un sentimiento de dispersión y de no tener cómo ayudar que muchas veces contribuye al cansancio.

Si hay un momento en la historia de Cuba en el que la gente debería quedarse a ver qué pasa, es este. Por primera vez en 60 años empezamos a tener relaciones con Estados Unidos, hemos renegociado la mayor parte de nuestra deuda externa, están llegando los turistas (y sus euros) por montones, los intereses foráneos por invertir están ahí esperando y ha comenzado un proceso de cambios que, más lento de lo que quisiéramos, tiene un sentido claramente irreversible.

Nunca como ahora hemos tenido herramientas para hacer con nuestro futuro lo que nos da la gana. Sin embargo, la gente se sigue yendo porque no hemos sabido capitalizar el momento, porque la economía está cambiando mientras la política acumula telarañas.

Refundar la política no es tarea fácil, pero tampoco es muy difícil. Hay un primer paso, medular, que es empoderar a nuestra izquierda, ponerla de moda nuevamente, cohesionarla sin sectarismos ni sospechas, darle espacio a participar sin condiciones, sabiendo que va a ser incómoda (porque entonces no sería izquierda) y que esa es, además, su principal virtud, su mejor contribución.

La izquierda está ahí y no hay que despertarla, aunque siempre se puede empujar más. Quienes deben despertar y/o refundarse son nuestras estructuras políticas, porque el tiempo pasa y hay oportunidades que no se dan dos veces.

miércoles, 17 de febrero de 2016

La pluralidad de los amaneceres


Por JS
Un hombre simplemente sale a mirar el día
y se deja quemar por ese resplandor,
y decide salir a perseguir el sol
Silvio Rodríguez
En los sesenta y los setenta el despertar estaba más politizado. O quizás había un sentido más restrictivo y encuadrado de la política. La Revolución cubana jugó un papel en esa politización, desde su posición – inicialmente heterodoxa – avivó las esperanzas de las esclerosadas izquierdas europeas, desafió el desgastado dogma soviético y sus ramificaciones en muchos partidos comunistas y reivindicó la potencialidad revolucionaria de “los condenados de la tierra”. América Latina era un hervidero y la canción de Silvio “Un hombre se levanta” vino como anillo al dedo a la teleserie “Los comandos del silencio”.
El clima al amanecer era secundario, la necesidad de un cambio – apegado a las aspiraciones de los sectores populares – era el epicentro. La polarización era más clara, quizás un efecto de esa centralidad de lo político. La violencia revolucionaria no había sido anatematizada – aunque se discutía y una parte de la denominada izquierda la veía como algo contraproducente, peligroso e innecesario – y se privilegiaban las opciones de un cambio integral de la sociedad.
A diferencia de esas décadas, los amaneceres de ahora son plurales, diversos y a veces, vacíos. Sin embargo, ¿vale la pena una añoranza bucólica? Se trata de reivindicar los despertares nuevos de los cubanos y resignificar el heroísmo.
En un ambiente menos politizado en lo formal – porque sabemos que toda esa mierda de “no hablar de política” o “meterse en política” es lo más ideologizado del mundo – salir cada mañana a “batirse” con el transporte público (o privado, no descartar la competencia por las máquinas de alquiler); trabajar por un salario que no alcanza o ser explotado “gustosamente” por el dueño de un negocio privado; chocar con los precios del agro o el desabastecimiento; convivir con una apabullante falta de cultura de los servicios y convertir las casas en almacenes de materiales de construcción para restañar grietas; son expresiones de esa voluntad que mantienen muchos de perseguir el sol. El suyo, sí; que podría articularse con el de otros.
Nos pasamos la vida exaltando lo que hacen nuestros profesionales en otros países, es válido. Pero aquí hay pruebas cotidianas, que si pudieran presentarse sin apología y distanciamiento de la realidad serían muy útiles.
Todavía hay personas – muchas veces funcionarios y dirigentes – que se levantan, se asoman a la ventana y repiten la lógica de ese 1971 que aparece en la canción de Silvio. Son los menos y no en todos los casos, ese amanecer se traduce en perseguir el sol; al menos, el sol colectivo que necesitamos. En realidad, no hay que buscar tanto para encontrar el heroísmo en nuestras calles, en las personas consideradas más simples.

Un hombre se levanta
1971
Un hombre se levanta
temprano en la mañana,
se pone la camisa
y sale a la ventana.
Puede estar seco el día,
puede haber lluvia o viento,
pero el paisaje real
―la gente y su dolor―
no lo pueden tapar
ni la lluvia ni el sol.
Una vez descubierta
esta verdad sencilla,
o se sube a la calle
o se baja a la silla.
O se ama para siempre
o ya se pierde todo:
se deja de jugar,
se deja de mentir,
se aprende que matar
es ansia de vivir.
Un hombre se levanta
y sale a la ventana,
y lo que ve decide
la próxima mañana.
Un hombre simplemente
sale a mirar el día
y se deja quemar
por ese resplandor,
y decide salir
a perseguir el sol.


lunes, 15 de febrero de 2016

El experimento

Por Carlitos

La derrota en Santo Domingo y la partida de los Gourriel confirman el estado lamentable del béisbol cubano. Desgraciadamente, la pelota ha constituido un experimento claro de todo lo que no se debía hacer en términos políticos (más que técnicos).

Se tomaron las medidas correctas, pero tarde y de manera incompleta. Se incrementaron salarios y se aprobaron las contrataciones en el exterior (a cuentagotas), cuando ya todo el mundo las daba como obvias. La política permaneció todo el tiempo a la defensiva y justo cuando se implementaron estas medidas la emigración se disparó espectacularmente, alcanzando a la casi totalidad de nuestra selección nacional y principales prospectos.

Había otra apuesta, que debía compensar las cuestiones materiales que nunca podríamos asegurar al nivel de otras ligas: la atención personalizada a las sensibilidades de nuestros atletas, el verdadero trabajo político. Pero prosiguió un discurso vacío y descontextualizado, abriendo más la distancia entre lo que creen los atletas (y el público) y sus directivos.

Continuó la poca transparencia en la selección de los equipos a todos los niveles, dando la muy perjudicial percepción a los jóvenes de que no basta únicamente con tu talento y tu esfuerzo para aspirar a integrar una selección nacional o para ser contratado en ligas extranjeras. Nos persigue el síndrome de "las listas", cuyo problema esencial es quién y bajo qué criterios define sus integrantes.

La prensa deportiva, si bien significó el espacio de más debate de nuestra sociedad en los últimos tiempos, quedó sesgada por su poca imparcialidad. Habría que hacer salvedades, pero convivimos la mayor parte del show con comentaristas cuyo discurso irrita por poco aterrizado y por tratar de defender lo indefendible (no pocos aficionados quitan el volumen a la televisión y ponen la radio).

Y se cambiaron los dirigentes, pero no la mentalidad ni los métodos, al menos no esencialmente. No dudo que haya habido un gran esfuerzo por resolver los problemas, pero como me dijo una vez un obrero, lo importante no es el esforzímetro, sino el resultímetro.

Defender el deporte nacional representa un reto titánico hoy, dada la tendencia al profesionalismo bajo contratos millonarios y la imposibilidad de los cubanos de acceder a la MLB sin renunciar a su nacionalidad. Pero la salud de la pelota responde también a una manera errada de asumir la política interna, de conducir procesos sociales, de entender las sensibilidades humanas.

Algo tenemos que hacer para que estos temas que son vox populi, encuentren oído, debate y solución, antes de que una forma antigua de ver la política nos haga constatar (demasiado tarde) desastres similares en otras esferas de orgullo nacional: ¿nuestros profesionales? ¿nuestros médicos? ¿nuestra educación? ¿nuestra cultura?

lunes, 8 de febrero de 2016

Los espejismos del capitalismo bueno

Por Carlitos

He oído decir (más de lo que quisiera) a intelectuales, funcionarios, profesionales, gente en la calle, que ya es hora de que Cuba sea un país normal. En ocasiones, producto del cansancio y de suponer como utópicas las alternativas de izquierda, en otras, motivados por sus experiencias y percepciones sobre las bondades del capitalismo. Pero, en un mundo al que (como dice un gran amigo) se le conocen demasiado las costuras, ¿podríamos decir que hay un capitalismo bueno?

Primeramente, nuestra visión está permeada por el mito de la inserción cubana en Estados Unidos. Los beneficios que brinda la Ley de Ajuste Cubano amplifican la ilusión de una nación de grandes oportunidades, el llamado "american dream". Pero habría que preguntarse qué sería de miles y miles de cubanos en ese país sin los permisos automáticos para trabajar, sin el derecho preferencial a residencia y sin los foods stamps.

En segundo lugar, está el mito de la inserción del capital humano. Los cubanos logran adaptarse con relativa facilidad en cualquier país (desarrollado o subdesarrollado), pero generalmente se olvida que las habilidades (instrucción y capacidad de resistencia) para triunfar en mercados laborales muy competitivos se adquirieron sin costo ni discriminación alguna en Cuba.

Varios economistas han resaltado recientemente la poca movilidad de las clases sociales en el siglo XXI. Una persona que nace pobre en los Estados Unidos tiene una probabilidad muy alta de seguir siendo pobre al final de su vida. Es muy probable que una persona que nazca pobre en Cuba tenga muchas más posibilidades de triunfar en los Estados Unidos (o en cualquier otro país desarrollado) que una que nace pobre allí.

Finalmente, está el mito de la posibilidad de alcanzar los estándares de vida de los países desarrollados. Muchos cubanos que viven o han viajado a Estados Unidos o Europa se preguntan por qué no podremos tener esos niveles de desarrollo. La respuesta puede parecer fatalista, pero está anclada en la ciencia: no es posible, al menos no dentro de los márgenes del sistema.

Hace más de un siglo (cuando el capitalismo se consolidó a escala global) el mundo quedó distribuido entre ricos y pobres, o entre desarrollados y sus áreas de influencia. No fue un proceso organizado, fue el resultado de la puja de intereses y la concentración del capital internacional. Y las posibilidades de que los países pobres pasen a ser países de mayores ingresos son mínimas. Las principales experiencias de naciones que lo han logrado están asociadas a circunstancias muy politizadas o mecanismos que no son esencialmente capitalistas (como el caso de China).

La alternativa para los pobres es crecer lo posible, redistribuir mejor y cultivar valores sociales que hagan menos dependiente la felicidad del mundo del consumo. Debería ser eso el Socialismo, ¿no?

La normalidad del capitalismo es una enorme desigualdad, un sistema político disfuncional y un esquema de consumo y producción destructivos. Que nuestras facilidades de inserción política o cultural nos permitan ver un capitalismo mejor, no quiere decir para nada que ese sea el "pedazo de capitalismo" que nos toca.

Soy un eterno inconforme de lo que somos, pero el rumbo a la "normalidad" no significa otra cosa que renuncia. Si hay un país que tiene la madurez política, cultural y ética para plantear una estrategia de desarrollo "anormal", más inclusiva, más moderna, más enfocada en la felicidad de las personas, ese es el nuestro.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Sobre el trastorno bipolar


Por JS
En el amor el bipolarismo parece una bendición. Al menos así lo presentaron Evangelina Sobredo (Cecilia) cuando grabó su sencillo “Un ramito de violetas” en los setenta y quienes posteriormente versionaron la canción: Manzanita, Pastora Soler, Zalo Reyes, Pablo Milanés y Víctor Manuel, Lolita Flores, entre otros. El encanto de ese movimiento lo reivindicó también Ana Belén cuando interpretó “Entre dos amores”: la pasión llega con el cambio, la locura con el vértigo de la transitividad.
Parece que el éxito amoroso depende de lo caótico del movimiento. Cuando el traslado se ordena y ocurre en una dirección puede ser fatal. Así ocurre en “Un extraño en mi bañera”: el movimiento deriva en la violencia. Siempre existe la posibilidad de culpar al “otro”. En esta canción “el otro” es un tercero: el alcohol.
Ese relativismo – oxigenante en el amor – es nefasto en la política. Después de liberarnos de esa tontería que la tipifica y naturaliza como “sucia”, podría sacudirnos la necesidad de reivindicar formas diferentes de “hacer política”. A fin de cuentas, somos los hombres y las mujeres quienes la enturbiamos.
Si a Cecilia le funcionó en su canción representar un sujeto múltiple y único: un marido demoníaco y con mal genio, y a la vez amante desconocido y poeta; a quienes vivimos en Cuba no nos funciona esa fórmula aplicada en la política. Los saltos no apasionan, desorientan. No oxigenan, desmotivan.
El trastorno bipolar se expresa en las más diversas formas. Hemos mencionado antes la política exterior. Los éxitos de la derecha en Venezuela y Argentina, los vaivenes de Brasil, han obligado a replantearse geopolíticamente las relaciones económicas del país. Sin embargo, ya desde antes se prefería un acercamiento a Peña Nieto que una condena enérgica al crimen de Ayotzinapa.
En lo económico, el discurso de “sostenibilidad y prosperidad socialista” encubre el ensanchamiento de la diferenciación y la tendencia a privilegiar la pequeña y mediana propiedad privada capitalista. En el caso de las cooperativas, son las inducidas por el Estado las que vencen con mayor celeridad todos los trámites burocráticos. Como economía y política van de la mano, una parte de los “nuevos emprendimientos y empresarios” están familiarizados – de una forma u otra – con importantes figuras políticas del país. Esa realidad, que muchas veces es un secreto a voces, tiene un funesto saldo simbólico para la preservación del ideal socialista.
En lo político, después de los ejercicios democráticos que significaron las discusiones del discurso pronunciado por Raúl Castro el 26 de julio de 2007 y el proyecto de Lineamientos; sobrevino una progresiva disminución de estas experiencias. Momentos como la aprobación del Código de Trabajo y la Ley de Inversión Extranjera fueron una expresión. El clímax ha llegado con el VII Congreso del Partido Comunista: 1. Se desarrolló el proceso de asambleas municipales y provinciales, con la consecuente elección de los principales dirigentes partidistas en los territorios, antes de definirse el tema central de discusión del Congreso; 2. Todo parece indicar que no existirá un proceso de discusión en la base y que el paso previo al debate en el cónclave será “una discusión de especialistas y políticos”.
Otro terreno de dobleces se encuentra en la reivindicación de las demandas particulares de grupos o individuos. Si por un lado se ha visibilizado y promovido la lucha contra la homofobia con participación institucional (CENESEX) y parlamentaria (diputada Mariela Castro); asuntos como el racismo, la violencia contra la mujer, su lugar en la familia o la terciarización del empleo femenino no han corrido igual suerte.
Serían muchos los ejemplos de estas traslaciones en la política de la Cuba actual. El problema está en que no parecen movimientos pensados, sino bandazos. Y los bandazos en la política no tienen el encanto que se les atribuye en las canciones de amor.


Un Ramito de Violetas


Era feliz en su matrimonio
Aunque su marido era el mismo demonio
Tenía el hombre un poco de mal genio
Y ella se quejaba de que nunca fue tierno
Desde hace ya más de tres años
Recibe cartas de un extraño
Cartas llenas de poesía
Que le han devuelto la alegría
Quien le escribía versos dime quien era
Quien le mandaba flores por primavera
Quien cada nueve de noviembre
Como siempre sin tarjeta
Le mandaba un ramito de violetas
A veces sueña y se imagina
Cómo será aquel que tanto la estima
Sería un hombre más fiel de pelo cano
Sonrisa abierta y ternura en las manos
No sabe quien sufre en silencio
Quien puede ser su amor secreto
Y vive así de día en día
Con la ilusión de ser querida
Quien le escribía versos dime quien era
Quien le mandaba flores por primavera
Quien cada nueve de noviembre
Como siempre sin tarjeta
Le mandaba un ramito de violetas
Y cada tarde al volver su esposo
Cansado del trabajo la mira de reojo
No dice nada porque lo sabe todo
Sabe que es feliz, así de cualquier modo
Porque él es quién le escribe versos
Él, su amante, su amor secreto
Y ella que no sabe nada
Mira a su marido y luego calla
Quien le escribía versos dime quien era
Quien le mandaba flores por primavera
Quien cada nueve de noviembre
Como siempre sin tarjeta
Le mandaba un ramito de violetas





lunes, 1 de febrero de 2016

Nosotros y el mundo de las series

Por Carlitos

En los últimos años las principales industrias del audiovisual en el mundo han hecho moda y un negocio jugoso con producciones que retratan la mercantilización de la prensa y las campañas electorales, la corrupción, la vulgarización de la política y la inutilidad del sistema democrático capitalista.

Series como House of cards, The News Room y Scandal, documentales como Inequality for all y La historia no contada de los Estados Unidos o filmes como Our brand is crisis y Truth (estos últimos en 2016) son solo ejemplos de una larga lista. Un miniserie danesa de 2010, Borgën, es especialmente ilustrativa de la imposibilidad de la consecuencia política y ética dentro de los límites del sistema.

Pero no hay que ir a la ficción o el recuento; la realidad es muy elocuente. En España, a pesar del entusiasmo que ha generado Podemos, ganó las elecciones el partido que se dedicó durante cuatro años a desmontar el Estado de Bienestar. En Grecia, Syriza demostró que es muy difícil "el reformismo en un solo país" y después de 9 meses de intento de gobierno alternativo, tuvo que sucumbir a ser uno más, siguiendo los dictados del FMI y el Banco Central Europeo. En Estados Unidos está a punto de ganar las primarias republicanas un racista, xenófobo y excéntrico como Donald Trump.

La democracia capitalista, incluso en la "civilizada" Europa y la "poderosa América", es una gran farsa. Es un buen show, nos entretiene, pero es una farsa. En medio de este caos, solo el egoísmo primigenio, la posibilidad de avanzar por ti mismo en un mundo en el que la política no sirve para nada, se mantiene como fuerza cautivadora del capitalismo. El mensaje de las series es elocuente; no importa denigrar del sistema (incluso conviene), porque el capitalismo triunfa ahí donde la verdadera política (aquella que garantiza el bien común) no existe.

Lo que se juega hoy en Cuba es precisamente la capacidad de generar una alternativa que privilegie la política. Necesitamos crear riquezas y repartirlas mejor y rápido, pero el incremento del consumo sin crecimiento espiritual, cultural y político, solo conduce al consumismo.

La peor derrota sería que nuestra gente, en medio de la agonía cotidiana y en espera únicamente de una mejora económica, terminara por defender o incluso exigir aquel sistema que hasta su industria de entretenimiento muestra inservible y decadente.

Más que una posibilidad, es algo que comienza a verse peligrosamente. Lo suicida sería que asociemos esta tendencia a "problemas ideológicos", la "pérdida de valores" o la agresividad del "imperialismo", sin evaluar nuestras faltas en las formas de hacer política, en plantear una alternativa creíble.

En una encrucijada histórica donde se mezclan y acumulan muchos retos, es importante apostar a lo urgente sin quitar la mira en lo necesario. No se trata únicamente de mejorar, sino de hacerlo mejor.