domingo, 4 de diciembre de 2016

El día después

Por Fernando Luis Rojas
Quizás mucha gente esté buscando reacciones emotivas, ecos líricos, frases contundentes que compartir, fotos conmovedoras, poemas rimados, consignas definidoras… Es y será así, imagino, durante un buen tiempo. Es una reacción lógica de muchos cubanos ante los acontecimientos de los últimos días. Que el país ha girado en torno a esto –y lo digo incluyendo a aquellos que existen no en el espacio físico del Estado-nación, sino en su imaginario– es una realidad perceptible. Que las reacciones de respeto en Cuba (ahora sí geográficamente hablando) han sido masivas –no totales, pero si mayoritarias– creo que también.
Afirmar lo contrario no me parece serio. Incluso, si queremos ponernos pedantes tendríamos que hacer ejercicios complejísimos: determinemos la cantidad de cubanos residentes en el exterior; tratemos de identificar las actitudes de ellos ante los hechos (festejos por la muerte de Fidel, crítica a su labor, exaltación de sus aportes y significado, indiferencia); tendríamos luego que hurgar en cuestiones más psicológicas, ¿quién actúa por reflejo? ¿quién lo hace sin la más remota idea de lo que pasa en la isla? ¿quién por presión social? Hagamos lo mismo con los residentes permanentes en Cuba, un ejercicio similar.[i] Finalmente, sumemos. Me atrevo a especular que seguirían siendo mayoría (y creo que amplia) aquellos que asumieron con dolor y respeto el fallecimiento de Fidel Castro. Las redes sociales son “un” país, “un” mundo; pero no “el” país, “el” mundo.  
Al mismo tiempo, un sector de la intelectualidad residente fuera de Cuba –sin consagrarse a la bravuconería y  sin utilizar un lenguaje ofensivo– ha iniciado un análisis del fenómeno y sus implicaciones futuras. En Cuba tímidamente ha ocurrido. Sinceramente, no creo que le corresponda a la dirección del gobierno o del partido hacerlo; a ellos toca –si hablamos en materia de una propaganda política consecuente– canalizar el sentimiento popular y ofrecer un mensaje de seguridad y unidad para el futuro.
Como las posiciones “emocionales” de los autores de A mano y sin permiso se expresaron en el editorial Fidel y el sueño de lo posible y el artículo Un Fidel muy íntimo, este último ampliamente replicado; quisiéramos aventurarnos con un aporte para ir desnaturalizando esa carencia que mencionamos antes.
Dos países: el de los “corderos” y el de los “iluminados”
Yo, que soy enemigo del “ciberchancleteo”, que no bloqueo a nadie en Facebook, me “metí” en par de ocasiones a “medir el aceite” de quienes festejaban en Miami la muerte de Fidel y argumentaban su alegría. Al final, como una advertencia para no cometer el error dos veces, tuve que abandonar el intento ante la frase de alguien a quien ni conozco “¿y por qué nos piden a la gente en Miami que les recarguen los celulares?”. Como lo veo, o no tiene familia en Cuba; o no es familia de su familia, ni amigo de sus amigos. Utilizar un argumento como ese es simplificar procesos y desnaturalizar relaciones en nombre de la filiación política individual.
Siempre he pensado –y lo he dicho– que nuestras instituciones educativas han potenciado una lectura muchas veces inmovilista del pasado y que eso, es un lastre para el desarrollo de la revolución, para el avance del país, para romper asideros mentales retrógrados. Lo mantengo, pero debo agregar que la reacción de muchos cubanos (en este caso, sí principalmente residentes en el exterior), ha presentado el problema en toda su complejidad. En mi criterio, quizás potenciado por las modificaciones de la ley migratoria, el restablecimiento de relaciones con los Estados Unidos y el pragmatismo de Raúl en materia de política interior; el centro de ese inmovilismo mental como rémora para construir un futuro en que quepan la mayoría de los cubanos, se ha trasladado a Miami.
Soy enemigo de los esencialismos, porque al final, las principales contradicciones no se expresan en los antagónicos, sino en el espectro entre ellos. Pero, ¿cómo puedo articular proyectos con personas y grupos que se consideran “iluminados”, y por tanto, superiores en la comprensión de su país? ¿Cómo se puede construir un país “para todos” –o casi todos, porque lo otro es una utopía– si ya existe una posición de poder?, construida sobre el siguiente análisis: si hablas del impacto que constituye la muerte de Fidel, si expresas consternación o duelo, hay dos variantes, 1. “Eres un servidor del gobierno comunista” o 2. “Estás tan metido en el sistema de dominación que no eres capaz de percibir la realidad”. En ambos casos, corresponde a “nosotros”, los iluminados, enseñarte qué es la democracia, qué es la libertad, cómo se construye un país. Si eso no es una relación de poder, no entiendo nada.
Como soy un animal político, todos lo somos de una forma u otra, he sacado cosas en claro de esto. Pase lo que pase en Cuba, tenga cualquier derivación futura el proyecto de país, hay un amplio sector al que no puedo identificar como fórmula programática para la construcción de ese mañana. No sé si se han percatado, o se dejaron llevar “por la emoción”, pero en muchos casos el discurso de “luchar por un cambio de régimen para beneficiar a los cubanos residentes en la isla” se deconstruye completamente cuando me tratas como inferior. De ahí a una  dictadura no va nada.
Uno de los lugares comunes, en un esfuerzo por “intelectualizar” esa certeza de superioridad, ha sido la alusión al Síndrome de Estocolmo. Las primeras referencias fueron hechas por personas que han tenido una relación teórica con el término; después, el uso ha explotado. Yo no soy un especialista, pero viendo el estado de cosas creo que su empleo en los primeros momentos como imagen simbólica para defender una posición resultó interesante, pero la reiteración vacía de contenido ha venido a convertir su simbolismo en esnobismo. En cualquier caso, algunos autores cuestionan el propio punto de partida del término refiriéndose al acontecimiento que le dio origen. Dejo este asunto aquí, por ahora.
Fusión y separación de campos
Hay otro asunto de interés en cómo se han dado las reacciones. Tiene que ver con su propio contenido. Uno de los grandes problemas que atenazan a quienes seguimos defendiendo el potencial del proyecto cubano, está relacionado con la identidad construida entre Revolución y Fidel. Esa identidad tiene un fundamento, y es el papel protagónico que ha jugado el líder en todo el proceso. Tan es así, que los críticos más lúcidos reconocen el elemento liberador y de cambio en que se erigió el triunfo de 1959; y se concentran en los posteriores derroteros.
Sin embargo, el sector más extremista, el que celebró fiestas en Miami, no reconoce ruptura alguna. Toma como punto de partida las primeras medidas revolucionarias: la ley de reforma agraria, la reforma urbana y el proceso de nacionalizaciones; ergo, se descalifican esas medidas por los impactos que tuvieron; ergo, el problema no es Fidel, es la Revolución que triunfó en 1959 (disculpen esta reducción que llevaría un comentario más amplio de la dinámica); ergo, la aspiración, el deseo frustrado –pero latente– es desmontar desde el inicio. El problema es que esa posición no entraría en abierta contradicción solo con los militantes del partido comunista; en medio de las insatisfacciones y críticas, cualquier transformación en Cuba para la mayoría de sus habitantes debe tener como base la preservación de lo alcanzado.
En medio de emociones tan diversas, el día en que culmina el duelo oficial decretado por el gobierno cubano, puedo dedicar un cotidiano y popular “descansa en paz”. Lo hago porque la frase repetida por millones en los actos públicos y la calle “Yo soy Fidel”, la asumí buen tiempo atrás.
    
  





[i] Aclaro que esta división es metodológica, porque al final ni la emigración cubana ha tenido una actitud uniforme, ni los residentes en el país la tienen. No quiero sumarme a las prácticas simplistas de “aquí” y “allá”.

1 comentario:

  1. Me parece un buen texto, analitico, sincero e inteligente, algo que acotumbra a faltar en muchos comentrarios que he leido por estos dias. Me apena muchisimo ver "cegueras" y "ciegos" llenando de trazos (en el mejor de los casos- no siempre- hasta con errores imperdonables de ortografia) cargados de "euforia irracional" los discursos en las redes.

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