martes, 30 de mayo de 2017

Nuestro pan de cada día

Por Carlitos

Mientras esperaba por una cola el fin de semana, escuché la conversación de dos jóvenes sobre acontecimientos políticos relevantes para Cuba: la victoria de Trump, la partida de Fidel, las elecciones de 2018. Ante cada comentario de uno de ellos, el otro respondía: "y eso, brother, a mí ¿cómo me afecta?".

La conversación (triste podría decir), refleja un panorama que cada vez se muestra más ante nuestros ojos: la desconexión entre la vida privada de los ciudadanos y la vida política de la nación. ¿Cuán despolitizados estamos o cuánto nos estamos despolitizando? ¿Cuán dañino puede ser para una sociedad que quiere construir el socialismo la despolitización de la vida de los ciudadanos?

Respecto a la primera pregunta, aun sin datos que puedan mostrarlo, se pueden marcar tendencias inequívocas que ya tienen larga data: la disminución en la membresía de las organizaciones políticas, los jóvenes que no quieren pasar al Partido o ingresar a la UJC, los que "pierden" sus expedientes, el rechazo a decir lo que se piensa en los espacios diseñados para ello.

La despolitización responde objetivamente a los efectos de la globalización; el american dream (que es una clara invitación a despolitizarse) no entiende de fronteras y la nuestra es una sociedad cada vez más conectada familiar, económica, tecnológica, cultural y financieramente con el mundo. También responde a los efectos de la subversión ideológica del gobierno norteamericano, en medio de una extendida etapa de escaseces materiales.

Pero, ¿por qué hablamos tan poco de las razones propias que empujan (y con mucha fuerza) a la despolitización?, ¿por qué hablamos tan poco de las razones sobre las que podemos influir nosotros mismos? El día que superemos muchas de ellas la subversión morirá por inanición.

Mientras se "cocinen" las reformas a la Constitución o la Ley Electoral a puertas cerradas; mientras no importe lo que digan nuestros cineastas en asambleas de tres años; mientras la Asamblea siga votando unánime aun cuando se haya propuesto lo contrario; mientras, al menos, alguien no nos explique por qué pasa todo eso, caminará la despolitización.

Mientras se vea la política como una cuestión reservada a unos pocos; mientras la visión del gobierno sobre temas medulares nos llegue en unas telegráficas y poco frecuentes notas de prensa; mientras se subvalore la inteligencia y la capacidad de nuestra gente para participar, caminará la despolitización.

Mientras sea más importante preservar el control (muchas veces solo en la forma) que alcanzar los propios objetivos que se plantean o aprovechar oportunidades; mientras se siga a la defensiva en muchos temas por el simple hecho de ser lentos en aceptar la sociedad realmente existente, caminará la despolitización.

Mientras la prensa siga anquilosada; mientras no se entienda que en el mundo actual no existe posibilidad de silenciar o censurar casi nada y que la única manera de ganar la batalla ideológica es informando más y mejor; mientras prevalezca la concepción de que la mejor propaganda es la saturación de una visión modélica del país, caminará la despolitización.

Mientras nuestras organizaciones se parezcan poco a quienes representan; mientras sigamos utilizando las armas de ayer para atacar los novedosos problemas y escenarios de hoy, bajo el vacío slogan del "cambio en los métodos y estilos de trabajo", caminará la despolitización.

Mientras nadie medie para resolver los conflictos que se divisan hoy entre sectores de la izquierda (fundamentalmente en la red); mientras se ataque al pensamiento diferente; mientras no se entienda que en la red se juega hoy una batalla crucial por la unidad y que luchar por la unidad no es restar, sino sumar y multiplicar, caminará la despolitización.

Mientras nuestros trabajadores (los hombres y mujeres nuevos que se "gastan" el sudor de la nación) no tengan conexión y con ello la posibilidad de aportar novedad a las muchas veces viciadas verdades de una red de "los que tienen internet"; mientras nuestros líderes y organizaciones no pasen activamente al debate en la red, caminará la despolitización.

Mientras no se entienda que el tiempo es una variable muy importante para un país y las vidas individuales de sus ciudadanos, caminará la despolitización.

Mientras jóvenes revolucionarios (no importa si muchos o pocos) sientan que decir las verdades, asumir riesgos, pedir más socialismo, intentar participar, es mal visto e incluso motivo para hacerte a un lado, caminará la despolitización.

No hay que sentir vergüenza por todas las cosas que tenemos que superar. Somos el resultado de una herejía descomunal, con todas sus virtudes y defectos. Lo letal es no hablar de ello.

Porque si mañana aumentan los salarios, se unifica la moneda, viene la inversión extranjera "en masa", nos llenamos de grúas, turismo, americanos y divisas, y se mantiene la tendencia a la despolitización, produciremos más riquezas, pero nadie asegura que las repartamos bien, ni siquiera que los cubanos podamos quedarnos con la mayor parte. Estaremos construyendo una economía dinámica, quien sabe si un "tigre caribeño", pero para nada una sociedad socialista.

¿La solución a nuestros problemas será (como sugiere el paradigma del capital) darle mejoras económicas a la gente y "dejarla tranquila"? ¿El problema de la política será su carácter "intrusivo" o que no estamos produciendo una política que le sirva a la gente para sentirse dueños de los medios de producción fundamentales, para sentirse dueños y garantes del rumbo de la sociedad?

En el socialismo, no nos equivoquemos, la política tiene que ser nuestro "pan de cada día".

lunes, 1 de mayo de 2017

A lo Mick Jagger

Por Fernando Luis Rojas

1.

Advierto. Esto no es sobre música. Después que Rafa González puso a un disparo de distancia a The Rolling Stones no me atrevo. Cuando los socios escriben, y lo hacen bien, hay que callar. El asunto es que un amigo viejo –o no tanto– que podría ser mi padre, un amante de los Rolling que anda ahora por un hospital habanero, dijo una vez que Mick Jagger en el escenario era “una mezcla de ardilla con mono”.

Aquí en El Salvador me encontré un tipo de esa misma especie, con treinta años menos. Sus cercanos le dicen “El Loco” y se llama Salvador Caridad de las Mercedes Santos. No es jodedera… ¿O sí? Condujo una moto hasta que se le abrió la cabeza. ¿El codazo de Marcelo a Messi? Eso es cosa de niños. “El Loco” salió apretando un pañuelo en la frente, no por la sangre –aunque también– sino para unirse la piel quebrada. Ahora se ríe, y se toca con la yema de los dedos la cicatriz, como si fuera un reservorio nuevo para el Lempa contaminado.

Era de esperar. Acá las motos vencen la inercia del tráfico horrible. Se cuelan en espacios pequeños, superan los “tranques” aumentando velocidad y rodando –como equilibristas– sobre la doble línea amarilla. Los motociclistas se visten como en Matrix y dan la idea que corren hacia alguna cabina, que huyen del agente Smith. A veces andan en grupos. Y a veces me recuerdan Santiago de Cuba, cuando cinco motos –a manera de taxi de diez ruedas– llevan en caravana a una familia.

De aquel accidente quedan la cicatriz y el mito. Aquel accidente no causó la locura, el cruce de ardilla con mono. Eso parece genético. Me han dicho que su hijo es una versión en miniatura de la especie: al año y medio apilaba palos, a los dos montaba en una vaca, a los tres se lanzaba a un espejo de agua desde una altura de varios metros.

Con Salvador Caridad de las Mercedes Santos hablé mucho, salí tres veces y bebí dos. Un día fuimos a un bar metalero, “El Medieval”. Empezamos temprano ese día, había poca gente y nos acomodamos en el amplio portal que es privilegio de los locales que hacen esquina. El mesero me creyó salvadoreño, chalateco para más señas y me habló “en salvadoreño”. ¡Y yo pensaba que en cuatro meses conocía las palabras propias e irrepetibles de este lugar! Salvador se lanzó a reír, y para joder me contó –incluyendo comas, puntos, guiones y comillas– el Semos malos de Salarrué. Volví a quedarme en China [o en Cuba].

Comenzamos temprano ese día, pero acabamos tarde. Yo fui cien veces al baño, para variar. Había una banda, cambiamos de mesa para escucharla y el drum me quedó a un metro. Me dolió el oído y le dije que íbamos a perderlo, igual que el hígado. Me respondió que el hígado no importaba, pero el oído sí, para escuchar cuando el hígado empezara a fallar.

Otra de las salidas fue de trabajo. Halamos troncos por una rampa empinada de medio kilómetro. Puro monte. Llevamos cada pedazo de madera –buena y pesada– entre dos. Afinqué bien las piernas y salí con impulso… Me alcanzó trescientos metros. Busqué una piedra, bebí medio litro de agua y sentí temblar las rodillas. Confié en que veinte minutos me permitirían recuperar fuerzas. No tuve esos minutos. “El Loco” buscó el centro del palo, se lo echó al hombro y empezó a caminar, más rápido que antes. Parecía correr. Y yo en la piedra actualizaba la especie: al mono y a la ardilla, a Mick Jagger, tendría que agregarle el oso.

En esos momentos, cuando los árboles ya lo ocultaban, me trasladé a La Habana. A las especies de La Habana.

2.

Advierto. Esto tampoco es sobre zoología.

Mi amigo cubano no es ardilla, y menos oso. Vendría a ser, digamos, un perezoso. O un lagarto perezoso. Él ama a una muchacha del centro del país.

No repite especies, es único. No tengo referentes. Lo recuerdo en la universidad cuando usaba –como corresponde a un lagarto– una gorra verde y a mí se me perdía entre los extranjeros tan politizados de la UH. Me pareció, cuando no le había hablado, el más “yuma” de los “yumas”. Lo creía extranjero. Sí, “extranjero”, para no caer en esa paja de decirles “cubanos no nacidos en Cuba”. ¿A ver si no tiene más valor que no sean cubanos y la quieran bien?

No sé su nombre. Responde a varios heterónimos, como lo hizo Pessoa. Lo he llamado Liev, Rosa [Luxemburgo] y a veces –sin que él se entere– lo he apellidado Bakunin. En algún momento lo pensé un lobo estepario, pero ya no: ama a una muchacha del centro del país.

No recuerdo haber bebido con él. Creo que no es “bueno” para eso. Tampoco es bueno para cargar troncos. Tiene una memoria especial y un corazón grande. Es genial despertando pasiones, deseas canonizarlo o matarlo con diferencia de segundos. Publica cosas lindas y no encuentras “la reacción” adecuada en facebook. A veces pone cosas locas, y quieres negarle likes o reacciones que te devuelvan el post, que lo hagan recurrente.

Viajamos a Santiago de Cuba una vez y el tipo me dejó embarcado por ir al Cobre. Lo critiqué [yo quería ir y tuve que cubrirlo]. Lo entendí [he ido cinco veces]. Frente al Palacio de Justicia, cerquita del Moncada, hay –o había entonces– una fuente nueva. Nos pareció un exceso ante tanta sequía, pero la cruzamos. No tuve problemas, soy bajito; a él se le empapó la gorra.

No habla “salvadoreño”, pero a veces tampoco habla “cubano”. No se ríe, se preocupa porque no le entienda y, serio, me lanza un poema de Guillén. A él le gustan los Rolling Stones, pero considera un pecado lo que dice mi amigo viejo de Mick Jagger.

A él le gustan los Rolling, a mi no tanto; pero deseo compartir un concierto con “El Loco” y “El Lagarto”. Salvador y yo beberíamos cervezas; Liev exploraría las conexiones marxistas de Jagger.