miércoles, 12 de julio de 2017

Culpables: autopsicografía



Editorial

“El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
          El dolor que en verdad siente”
Fernando Pessoa

Nos declaramos culpables de poner un granito en la nefasta comunicación política de nuestro país. Somos culpables de vanidad, porque a veces preterimos el sentido común, las representaciones de la gente, sus problemas; y pesan más nuestros criterios, nuestras verdades, como si un blog o una revista digital pudieran hablar (y hablaran) a todos, por todos.

Nos declaramos culpables de oportunismo y autoengaño, porque nos presentamos ingenuos cuando en el fondo sabemos que le hablamos a decisores de política y que tenemos igual circulación en las redes que en los salones de reuniones.

Nos declaramos culpables de falsa pureza y cobardía porque nos basta con levantar la bandera: “nadie nos paga por esto” cuando sospechamos –y callamos– que esa es la punta del iceberg. Puede hundir, ¡claro!, pero hay también mucho hielo debajo.

Nos declaramos culpables de terquedad y soberbia, porque mañana será “el otro” el equivocado, y daremos agua a las palabras y vendrá otro post o artículo en que sigan inamovibles nuestras creencias, como si tuviéramos la cabeza de piedra.

Nos proclamamos culpables de no “etiquetar”, o al menos, hacerlo en confianza e íntimamente; porque los términos sin contenido son nada, ¡y hay mucha “nada” cabalgando por todos lados!

Nos declaramos culpables de imprecisión y “falta de combatividad”. Nos convertimos en hijos aventajados de Harry Potter y su cuidado permanente por “el que no se debe nombrar”; porque hay mucho amarillismo vestido de Revolución o de Libertad, y mucha gente que quiere oír su nombre, no importa dónde, pero escucharlo.

Nos declaramos culpables de desear el mal al prójimo, específicamente a ese que le desea el mal a otro.

Nos declaramos culpables de saturación, porque nos asfixia una agenda comunicativa que tenga un solo canal, un solo tema; porque en rigor, los cubanos tenemos cientos de problemas cotidianos que dan para otras cien agendas.

Nos declaramos culpables de no escribir claramente, de situar un Editorial medio críptico cuando está sonando el río.

Nos declaramos culpables de esta culpa colectiva.