El periódico Granma, en su edición de este sábado 21, publicó en sus páginas interiores dos hechos cuya trascendencia merece la pena subrayar: por un lado, el discurso íntegro del Primer Vicepresidente cubano Miguel Díaz-Canel en la clausura del Taller sobre Informatización y Ciberseguridad, que tuvo lugar en los últimos días en la capital cubana.
Por otro, la información de que la empresa de telecomunicaciones ETECSA recién han concluido conversaciones con la compañía norteamericana IDT Domestic Telecom para avanzar en la interconexión directa entre nuestro país y los Estados Unidos.
Según palabras del Presidente Barack Obama, la inversión en telecomunicaciones es una de las prioridades de su gobierno respecto a Cuba tras los anuncios del 17-D. Ya ha sido adelantada la posibilidad de vendernos hardware, software, aplicaciones asociadas y dispositivos que faciliten la comunicación por Internet.
Cierto que, al mismo tiempo, la Casa Blanca no escatima esfuerzos en declarar intactas sus intenciones hacia la Isla de "cambio de régimen". Pero, encerrada en las lógicas de su cálculo, desestima cuánto el mejoramiento de la infraestructura tecnológica podría contribuir a desatar las fuerzas productivas y las competencias intelectuales de los cubanos, en función de la sostenibilidad económica, cultural y política de un modelo de desarrollo soberano y auténtico.
Una nota de ETECSA da cuenta de que el acuerdo con IDT Domestic Telecom, "permitirá mayores facilidades y calidad en las comunicaciones" entre los pueblos de ambos países. Es un primer paso que, presumiblemente, será el preludio de nuevos convenios en un sector estratégico para cualquier sociedad. Ya Apple y Netflix han desembargado la venta de parte de sus servicios a la Isla y no es difícil vaticinar que compañías similares hagan públicos a corto plazo propósitos en la misma dirección.
Cuba, por su parte, no llega desnuda a la nueva época. Aún bloqueados, no quedamos nunca al margen de la evolución de las TICs, ni de los cambios culturales que ellas entrañan para la sociedad de la información. La UCI, los miles de matemáticos y de cientistas de la computación graduados de las universidades, el acceso masivo al conocimiento y la cultura de sucesivas generaciones, forman parte de las reservas de capital humano de la Isla para lidiar con los nuevos escenarios a la ofensiva. La experiencia de resistencia de las últimas cinco décadas nos ha curtido contra la ingenuidad y entrenado para nadar en aguas turbulentas. Hemos aprendido que, en política, tan dañino es bajar la guardia, como ceder la iniciativa al otro y sentarnos a esperar, pacientemente, a que la calma sobrevenga.
El discurso pronunciado por Miguel Díaz-Canel hace pocas horas es, probablemente, una de las señales más elocuentes del enfoque estratégico con que pretendemos dotar nuestros movimientos. Nadie en su sano juicio podría suponerlo resultado de opiniones improvisadas o dichas al vuelo. Detrás, hay ideas programáticas que dejan entrever contenidos de políticas, consensos de equipos de trabajo, rutas en torno a las cuales el Estado cubano quiere desbrozar caminos.
Me explico: no se trata solo de planificar el uso de plataformas digitales con un sentido instrumental –facilitar transacciones financieras, fortalecer la visibilidad de las instituciones a través de sus sitios web, aprovechar las redes para gestionar más eficientemente determinados servicios, por mencionar apenas algunos ejemplos. Hablo de pensar la tecnología como una mediación transversal al desarrollo, como un proceso que, integrado a la economía, la política y la cultura, sea parte esencial del avance de la sociedad y la dignificación de sus seres humanos.
"El socialismo –ha dicho Díaz Canel- le otorga un lugar preferencial al derecho a la información como condición para el pleno ejercicio de la crítica y la participación del pueblo. Internet plantea desafíos a las formas tradicionales de comunicación social, al uso de los medios de comunicación, al papel de los individuos en el espacio público y exige la existencia de políticas, normas y formas de funcionar nuevas que deben alinear infraestructuras, servicios y contenidos para garantizar ese derecho". En medio de las bajas temperaturas de días recientes, a los apocalípticos de la libertad de expresión en Cuba o a los incrédulos en torno al acceso universal de sus ciudadanos a Internet, debe haberles caído un jarro de agua fría.
No conozco pormenores del taller sobre Informatización y Ciberseguridad, pero lo publicado en la prensa sugiere enfoques suficientemente realistas en torno a nuestras carencias. La intervención del Primer Vicepresidente plantea algunas: ausencia de políticas, implementación lenta y carente de integralidad, marco regulatorio fragmentado, ineficiencia de los servicios, desprofesionalización y dispersión de los recursos humanos, ilegalidades…
Aún en medio de los avances del país, estamos lejos de haber conquistado una alfabetización tecnológica de gran alcance. La misma nación que consiguió antes que muchos en América Latina ediciones masivas de libros, Imprenta Nacional e Industria de cine, tiene por delante ahora colosales desafíos: por un lado, resolver la contradicción entre las capacidades de sus habitantes para apropiarse de las tecnologías –en un lugar 44, según ha reconocido la Unión Internacional de Telecomunicaciones- y el rezagado puesto que ocupamos a nivel mundial en el índice de desarrollo de las TICs. Por otro, el contraste entre el carácter transdisciplinar e integrado de la ciencia y el conocimiento en las sociedades contemporáneas, y la desconexión tecnológica presente en muchas de nuestras instituciones.
Claro que ningún análisis honesto en torno a estos temas podría subestimar el impacto del bloqueo norteamericano sobre el deterioro de nuestra infraestructura, pero hacer descansar en él todas las responsabilidades, cuando menos, desmoviliza el potencial que podría desplegarse, a base de innovación y talento, en la búsqueda de alternativas. Reconocer y eliminar en lo posible los obstáculos propios nos sitúa, en cambio, dentro de una posición de autoridad y valentía política para echar a andar discusiones presentes y futuras. Hay que derribar los muros levantados a lo largo de 90 millas, y también los levantados en casa por prejuicios o desconocimiento, con consecuencias nefastas para la concepción de las redes como plataformas articuladoras de consenso y catalizadoras del desarrollo.
A juzgar por las evidencias, el taller sobre Informatización y Ciberseguridad ha marcado un punto de llegada y un punto de partida en la discusión sobre las relaciones entre TICs, Infocomunicación y Sociedad, y una expresión de madurez que ayudará a trazar políticas más articuladas a corto, mediano y largo plazos. No es de las tecnologías de lo que debemos cuidarnos, sino de la ignorancia que desconoce sus potencialidades en la gestión del desarrollo. No hay que temerle a la conectividad, sino al aislamiento que impide a los ciudadanos en el nivel micro, y al país en lo macro, insertarse en las dinámicas de la sociedad global, reconocer las experiencias de otros e identificar y aplicar, por nosotros mismos, las mejores prácticas. No es Internet el problema, sino la banalización del mundo, que inunda de supercherías lo mismo la red de redes que el resto de los espacios de producción simbólica de la vida moderna.
Hay que acompañar el reto tecnológico del desafío cultural, y enfrentar ambos desde el fortalecimiento de una conciencia crítica colectiva, y desde la participación activa de todos los ciudadanos en nuestro diseño de país. Si compartimos ese espíritu, la nueva época está arrancando en firme.
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