En 2008, tras la sorpresiva elección del presidente Obama, escribí un artículo para este diario donde hablaba de la ventana de oportunidad que se presentaba para comenzar a romper el inmovilismo que ha caracterizado la relación entre los dos países por más de medio siglo. Era el primer mandatario norteamericano desde 1959 que se enfrentaba al reto de una Cuba cambiante.
No estaba equivocado. Como candidato, Obama dijo lo impensable en el corazón del exilio: que estaba dispuesto a dialogar con Raúl Castro. Durante su campaña prometió levantar las pérfidas restricciones de viajes y ayuda familiar impuestas por su predecesor y que causaron daño y separación de las familias cubanas. Ya desde entonces hablaba de actualizar una política exterior hacia Cuba obsoleta e inefectiva.
Unos meses después de tomar posesión, Obama anuncia los cambios prometidos relajando las restricciones de viajes y remesas a la isla. Todo parecía marchar viento en popa hacia un mayor relajamiento, cuando el Gobierno cubano sorpresivamente detiene y enjuicia al norteamericano Alan Gross.
Para muchos de nosotros la detención de Gross no fue sorpresiva. Cuba seguía su viejo patrón de tomar medidas hostiles para detener las intenciones de actualizar la política estadounidense sobre Cuba. Esto había sucedido al menos en cinco ocasiones. El statu quo de un marco de confrontación era muy útil para la supervivencia del régimen. Por una parte, le ofrecía la legitimidad de un Estado sitiado, le proporcionaba un fácil chivo expiatorio para sus numerosos fracasos, y hasta ofrecía una débil razón para justificar los atropellos de los derechos humanos de la población. Solo en la torpeza apasionada del exilio se propone hacer aquello que le conviene y quiere el régimen cubano.
Cuba tiene capacidad de diálogo, algo que se ha hecho difícil en innumerables relaciones bilaterales a través de los años
Pero los tiempos y los entornos cambian. Desde 2009 a la fecha, Cuba ha comenzado a transitar. Las reformas han sido lentas, pocas y a regañadientes, pero inevitables. Al sistema cubano se le está acabando la cuerda. El fracaso del modelo económico es obvio y universalmente reconocido hasta por el propio Fidel. La carencia de libertades ya no se puede empañar. Las tradicionales fuentes de legitimidad que han sido el carisma de Fidel y los logros sociales de la revolución están completamente mermadas, uno por los años, el otro por los fracasos económicos.
Aparentemente, le tocó al presidente Raúl Castro la parte difícil de cómo lograr el delicado balance de canjear su única restante fuente de legitimidad —ser víctima de la agresión de EE UU— por la legitimidad de proporcionarle a su pueblo crecimiento económico, estabilidad doméstica y una visión de futuro. Es difícil pensar que esto hubiera sucedido bajo el mandato de Fidel, pero hoy día Cuba ya no es una nación monolítica. Fuera de los históricos (curiosamente al igual que en Miami), los más jóvenes en las élites argumentan apasionadamente por el cambio. La necesidad de cambiar se impone ante la realidad.
Los pasos dados por Obama le dieron un fuerte espaldarazo a estos sectores que abogan por cambios más profundos y efectivos. En la forma que lo hizo, le ha ofrecido una elegancia extraordinaria para que Cuba cambie. Obama tuvo el coraje de reconocer públicamente el fracaso de la política de su país hacia Cuba, elegantemente, ofreciéndole a Raúl la oportunidad de también reconocer los suyos.
Significativamente, las negociaciones han demostrado que Cuba tiene capacidad de diálogo, algo que se ha hecho difícil en innumerables relaciones bilaterales a través de los años. Esto produce un interrogante interesante. ¿Si se puede dialogar con el enemigo, es posible concebir que se pueda dialogar entre cubanos?
Pero estos pasos solo han sido el comienzo. No se vive solo de relaciones diplomáticas. Hay que producir resultados económicos, y para lograrlo Cuba tiene que tomar pasos fundamentales pero difíciles que necesariamente conllevan un costo político para el régimen. Cuba solo tiene una opción para generar crecimiento económico: reducir el control estatal y aumentar la autonomía y el alcance del sector privado.
No obstante, aún queda un gran obstáculo. El embargo norteamericano ha sido herido de muerte, pero no eliminado. Irónicamente, una política impuesta con el fin de forzar cambios en Cuba, ante una Cuba cambiante representa un enorme obstáculo al cambio, casi imposibilitando las reformas macroeconómicas que tanto Cuba necesita.
La derogación del embargo solo necesita un empujón, y ese empujón se lo puede dar Cuba, acelerando y aumentando los procesos de cambio. Obama ha abierto la puerta al cambio, lo ha hecho mucho más fácil. Ha logrado toda una coalición internacional para ofrecerle a Cuba un aterrizaje suave, pero Cuba tiene que aterrizar.
Raúl Castro ha dicho que se retirará del cargo en 2018; Obama, el año anterior. Por su parte, Raúl sabe que su sucesor posiblemente presida el periodo de mayor indecisión e incertidumbre visto desde el triunfo de la revolución. También sabe que la nueva política norteamericana conlleva incertidumbre y riesgos. Le corresponde dejar a Cuba encaminada en una transición tranquila pero profunda. Así como Obama ha dejado un legado histórico con Cuba, también será su oportunidad de hacer lo mismo. ¿La sabrá aprovechar?
Carlos A. Saladrigas es empresario y presidente del Cuba Study Group.
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