Proyecto del Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-Cuba cuba posible [cubaposible@gmail.com]
LO ACONTECIDO el pasado 17 de diciembre de 2014 ha conmocionado a amplios sectores de la comunidad nacional e internacional. Este evento abrió abruptamente ante nosotros un nuevo tiempo que desborda la imaginación de las mentes más creativas. Es por ello que Cuba Posible convocó a un grupo de especialistas para analizar la nueva coyuntura y los potenciales escenarios de desenvolvimiento.
Participan en este dossier: Aurelio Alonso, sociólogo y Premio Nacional de Ciencias Sociales; Carlos Saladrigas, empresario y político cubano radicado en Estados Unidos; Esteban Morales, especialista en las relaciones entre los dos países; Michael Bustamante, historiador cubanoamericano de la Universidad de Yale; Roberto Veiga, jurista y coordinador de Cuba Posible; Rafael Acosta de Arriba, historiador y crítico de arte; Jorge Ignacio Domínguez, politólogo y vicerrector de Relaciones Internacionales de la Universidad de Harvard; Lenier González, comunicador social y vice-coordinador de Cuba Posible; y Juan Valdés Paz, sociólogo y Premio Nacional de Ciencias Sociales.
1. En su opinión ¿cuál es el significado para Cuba del restablecimiento de relaciones con los Estados Unidos?
Aurelio Alonso: Responder con rigor a esta primera pregunta obliga, por una parte, a remontar los significados coyunturales –sin subestimar por ello el peso de la coyuntura– y, por otra, a no perder de vista los límites que se imponen al alcance de nuestra mirada de hoy. Difícil empresa; de todos modos lo intentaré, aun si no es seguro que lo logre. La importancia singular de la decisión del restablecimiento de relaciones entre los Estados Unidos y Cuba no puede entenderse si se pasa por alto que el centro de poder las interrumpió unilateralmente como repudio al proyecto revolucionario, a su sentido de independencia, y que, al cabo de más de cincuenta años de agresividad sostenida, para restablecerlas, se ha visto obligado a hacerlo sin imponer condiciones desde su posición de poder. Un hecho sin precedentes en las relaciones bilaterales de los Estados Unidos con sus vecinos. Este dato define por sí mismo lo que Cuba estará dispuesta a aceptar como normalidad en las relaciones: negociar de igual a igual. ¿Podrán lidiar con eso? Un primer paréntesis, si lo permitiera el estrecho margen de esta entrevista, tendría que aclarar la diferencia de significados que puede tener el concepto de normalidad para Cuba y para los Estados Unidos. La agenda cubana no va a admitir pérdida de soberanía efectiva, ni renuncia a principios de justicia social, por decir solo lo básico. En la medida en que la agenda de Washington se diseñe en las coordenadas del respeto de la otra parte, podremos ver cómo se arman los eslabones de una normalidad verdaderamente aceptable para Cuba, y para el resto de la América implicada indirectamente en esta ecuación. Me atrevo a decir que aquí están en juego retos y esperanzas de Cuba y del conjunto de la región. Pienso que algo pesa en este giro de Obama: la búsqueda de un reacomodo de su colocación en el mapa continental, tan deteriorada por la incompatibilidad con el cambio latinoamericano actual. En definitiva, el restablecimiento diplomático no hace más que homologar a la Isla con otros países cuyas nuevas proyecciones políticas y sociales tampoco le son del todo aceptables.
Carlos Saladrigas: Las medidas anunciadas por el presidente Obama van mucho más allá del restablecimiento de relaciones entre ambos países. La aceptación por parte de Cuba para restablecer relaciones, que asumo no fue fácil, selló el acuerdo que venía fraguándose ya hace algún tiempo. El resultado es de categoría sísmica en ambas naciones. El esquema inmovilista, encofrado en la enemistad y la confrontación, en el cual se ha enmarcado la relación bilateral por más de 54 años, ha quedado desmantelado, resultando muy incómodo y aterrorizante para aquellos en ambas orillas que no han sabido adecuar sus posturas y narrativas a los cambios ahora plasmados, y a los muchos aún por venir.
Para Cuba, el momento no ha podido ser mejor y le ofrece una gran ventana de oportunidades. La economía cubana, a pesar de las reformas implementadas hasta ahora, no levanta, debido principalmente a la insuficiencia del alcance y la envergadura de las reformas. Un sistema económico que no funciona se cambia, no se repara.
La caída del precio del petróleo está llevando a Venezuela a la quiebra, por lo que la imposibilita de mantener su intercambio económico con Cuba. Es obvio para todos que Cuba tiene que acelerar y profundizar los cambios en su modelo económico −especialmente en la macroeconomía−, que se hacen muy difíciles y dolorosos ante las sanciones norteamericanas. Es imprescindible acceder a las instituciones monetarias internacionales y al mercado norteamericano. Para lograrlo, hay que acabar con el embargo que está en manos del Congreso, no del Presidente. Aunque el embargo ha quedado muy debilitado con las medidas de apertura anunciadas por Obama, es más, yo diría que hasta herido de muerte, ambas Cámaras Legislativas pasaron a manos republicanas, donde aquellos que favorecen una continuidad del inmovilismo encontrarán mayor influencia y resonancia.
Por ello es preciso darle al embargo su empujón final, que solo es posible con una ampliación rápida de la relación bilateral, una mayor apertura interna a la sociedad cubana, y con una apertura económica substancial y profunda por parte de Cuba. Por ejemplo, creo que entre los asuntos a discutir en la próxima ronda de negociación debe incluirse el tema de las propiedades norteamericanas nacionalizadas por la Revolución. Esa confiscación fue la razón original de las sanciones económicas, y encontrarle una resolución contribuiría significativamente a la derogación del embargo. Este es un paso necesario, que ya Cuba ha logrado con otros países, y que no resulta económicamente difícil.
Por otra parte, al presidente Obama solo le quedan dos años de gobierno. La política partidista en los Estados Unidos está en un grado de polarización no visto desde hace más de un siglo. La elección presidencial de 2016, conlleva riesgos para la mejoría de los vínculos con Cuba. Es imprescindible avanzar significativamente en normalizar la relación con premura y tesón. Dilatar los procesos de cambio que Cuba necesita solo traerá más complejidad y dificultades.
Esteban Morales: El largo camino de enfrentamientos y contradicciones recorrido con la política norteamericana no nos permite hablar aún del significado que para Cuba tiene el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos. Confiamos en que la promesa de restablecer las relaciones siga siendo parte de la voluntad política estadounidense. De ser así, su significado para Cuba sería extraordinario, dado lo difícil que ha resultado para el país tratar de llevar adelante su proyecto, no solo sin relaciones con Estados Unidos, sino con una política norteamericana sistemáticamente enfocada en derrocar a la Revolución cubana.
Si ese obstáculo desapareciera no le sería ni más ni menos difícil que a cualquier otro país llevar adelante su proyecto como nación, aun cuando las intenciones de la nueva política norteamericana fuesen continuar aspirando a dominar la Isla.
Es imposible pensar que no permanezca un propósito como ese, pero si se intenta desplegar en los marcos de unas relaciones normales entre ambos países, Cuba tendría mucha más oportunidad de llevar adelante su proyecto, tratándose de un reto formidable que la Isla debe encarar, pues lo contrario sería puro idealismo. En realidad, la nueva política de Obama hacia Cuba variará en los métodos, pero no en sus objetivos esenciales. Simplemente ha cambiado la plataforma sobre la que se va a desplegar. El bloque dividido en dos vertientes, hacia la sociedad civil y hacia el gobierno, continúa siendo la estrategia. Fíjense como el bloqueo es dejado para último en una negociación con el Congreso; es decir, el embargo es manejado a la espera de cómo Cuba responda a los intereses de Estados Unidos en otros temas. No solo el objetivo estratégico esencial de la política no ha variado, sino que, en esencia, el método para lograrlo continúa siendo el mismo: presionar al Gobierno con el bloqueo como una zanahoria, mientras amplía su influencia sobre la sociedad civil cubana. Todo de un modo suave y pacífico.
La zanahoria para el gobierno cubano funcionará sobre la base de medidas económicas tomadas por prerrogativa presidencial, que supuestamente irán aflojando el nudo del bloqueo hasta que el Congreso apruebe su eliminación. Las relaciones internacionales son un continuo campo de batalla, sobre todo, si se dan entre naciones pequeñas, y potencias imperiales como Estados Unidos. Sin embargo, y aun en ese marco, si Cuba lograse mantener relaciones normales con Estados Unidos tendría mayores oportunidades.
Michael Bustamante: Para empezar, vale recordar que tal restablecimiento no se ha producido aún. Las intenciones de hacerlo, sin embargo, son claras, y si bien el presidente Obama instruyó en su discurso al Secretario de Estado John Kerry "comenzar conversaciones con Cuba para restablecer relaciones diplomáticas", su pronóstico de que se abrirán embajadas en cuestión de meses parece indicar que tal "conversación" ya está bastante avanzada. Como ha declarado Roberta Jacobson, Subsecretaria de Estado para el hemisferio occidental, elevar las respectivas secciones de intereses a embajadas plenas es una tarea relativamente sencilla, especialmente tomando en cuenta el hecho de que Estados Unidos ya ostenta una de las más grandes presencias diplomáticas en Cuba (en términos del número de personal). En tal sentido, y considerando el irónico hecho de que la Sección de Intereses de Estados Unidos siempre ha ocupado la sede de la embajada norteamericana antes de 1959, para algunos se trata de una medida puramente simbólica. Se cambiará el letrero en frente del edificio, y punto.
No comparto esta visión cínica, aunque sí pienso que es imprescindible analizar con mesura lo que ha cambiado (o cambiará rápidamente) y lo que no. Lo interesante del momento, visto con perspectiva histórica, es la decisión de formalizar relaciones diplomáticas sin que se haya resuelto la mayoría de los temas que han dividido a los dos gobiernos durante décadas: por un lado, el grueso del embargo/bloqueo y la "subversión externa" (en su última variante: los programas de la USAID), y por el otro, las propiedades norteamericanas nacionalizadas durante los primeros años de la Revolución, los derechos humanos, y la democracia (aunque el gobierno cubano también ha criticado, no sin razón, a sucesivos gobiernos estadounidenses como hipócritas en estos terrenos, sobre todo en la conducción de sus relaciones internacionales).
En el pasado, separar la posibilidad de abrir embajadas de la eliminación del bloqueo fue imposible, como constatan las minuciosas investigaciones de William LeoGrande y Peter Kornbluh, en su más reciente libro Back Channel to Cuba. Una y otra vez, ambos países concebían el restablecimiento de relaciones diplomáticas como el último paso a dar después de que se hubieran desenredado otros problemas. Y, de paso, es interesante analizar que en el caso de la normalización de relaciones entre Estados Unidos y Vietnam, a principios de los 90, la apertura de embajadas no ocurrió hasta que el embargo impuesto a ese país fue levantado por orden ejecutiva de la Casa Blanca. En el caso cubano, con el embargo codificado por el Congreso desde 1996, es significativo que las autoridades hayan optado por lo políticamente posible en vez de lo que considerarían lo políticamente perfecto. A fin de cuentas, en la medida en que se concreten contactos más frecuentes y de más alto nivel, las relaciones diplomáticas formales pueden propiciar un mejor escenario a mediano plazo para negociar, o simplemente discutir, las diferencias restantes.
Sin embargo, si esto puede ser "el comienzo del fin", como han dicho algunos, también representa el "comienzo de un comienzo". Me atrevo a apostar que, dentro de diez años, lo complicado que fue la negociación sobre Alan Gross y "Los Tres" (de "Los Cinco" originales) parecerá un camino de rosas en comparación con el reto que viene ahora. Avanzar en la colaboración sobre asuntos de interés común (protección del medioambiente, lucha contra el narcotráfico, etc.) puede ser relativamente fácil, y tiene sentido empezar en estos terrenos prácticos. Pero con el Partido Republicano firmemente en control del Congreso norteamericano (que además de determinar el destino final del embargo/bloqueo, aprueba anualmente los fondos para los programas de la USAID y puede obstaculizar la confirmación de un embajador), es claro que no se conquistará Roma en un solo día.
Mucho depende también de la manera concreta en que se reescribirán las normas de los Departamentos de Estado y Comercio. Solo sabremos el alcance de las medidas unilaterales de Obama (más remesas, más viajes, mayores facilidades para ciertos tipos de comercio destinados a apoyar el naciente sector privado/cuentapropista) cuando se hagan públicas las nuevas regulaciones y, por supuesto, la respuesta del Estado cubano a estas disposiciones. Por su parte, el gobierno cubano se mantendrá reacio a cualquier intento de parte del gobierno norteamericano de usar su nueva postura como palanca para lograr un cambio de sistema por otros medios. "La condicionalidad" −es decir, una estrategia que explícitamente ofrece perforar más "huecos" en el telón del embargo solo a cambio de medidas concretas de reforma interna− puede empeorar la dinámica, amén de alentar las posturas nacionalistas defensivas. La diplomacia efectiva, en fin, requerirá un talento extraordinario para el funambulismo.
Por otro lado, proceder sin avances en los terrenos que siempre han preocupado al gobierno norteamericano y a cubanos en desacuerdo con el gobierno de la Isla, probablemente llevará a relucir viejas líneas de protesta, olvidadas salvo para unos pocos. Como historiador, pienso en el reclamo de un conocido grupo del exilio cubano no normalmente tildado de "progresista" por sus contrincantes ideológicos, más bien todo lo contrario, por su presunta participación en actos violentos. No obstante, en la etapa en que las administraciones de Ford y Carter también tramitaban el posible restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba (sin éxito), miembros de la férreamente anticomunista Agrupación Estudiantil Abdala (especialmente activa en Nueva York, Miami, y San Juan) hablaban de "la necesidad de despojarnos del Plattismo, autor intelectual de nuestro matrimonio con la política exterior norteamericana". Se referían no solo a la alegada y previsible "traición" que sufrió la generación de sus padres en Girón, sino también a las mismas políticas de "detenimiento" que entonces se fraguaban. De esta manera, hicieron suyo un recurso discursivo (la acusación de "Plattismo") típicamente de izquierda, apoyándose incluso en lecturas de textos canónicos del nacionalismo cubano, como Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos, de Leuchsenring. Es interesante especular cómo esta suerte de "anti-comunismo anti-imperialista" o al menos antiamericano −y bastante popular en Miami en los 70, por cierto−, podría experimentar un renacimiento en círculos de la diáspora tras los anuncios del 17 de diciembre; pues, si bien se muere "el exilio duro" en su configuración "cubanoamericana" desde los años 80 (cuando actores en Miami propusieron por primera vez ser creadores de la política norteamericana hacia Cuba y no solamente sujetos de ella), el discurso crítico puede asumir otras caras en la nueva coyuntura, más difíciles de descartar como serviles a las prerrogativas de 1600 Pennsylvania Ave, o como autores intelectuales de las mismas.
A pesar de los obstáculos, sigo creyendo que lo que puede aportar un nuevo contexto de relaciones diplomáticas formales (aun sin formalización de relaciones económicas completas) es precisamente un avance hacia una mayor "desamericanización" del debate cubano (o "desyumificación", si preferimos no abusar del término continental). Existe una fuerte tendencia −en los medios nacionales cubanos, internacionales, y sobre todo norteamericanos, así como en distintos campos de la academia− de analizar el pasado, presente, y futuro de Cuba en función casi exclusiva de sus relaciones con Estados Unidos. Sabemos que esto es una falacia de primer orden. Sacar a los norteamericanos de en medio −aun en parte−, permitirá a todos los cubanos, afines a su gobierno o no, avanzar en el debate tan necesario sobre el futuro insular sin tener que preocuparse por la tan larga sombra del Tío Sam.
Será complicado lograrlo, dada la alta transnacionalización de la sociedad cubana, la importancia de las remesas para la economía nacional, y las posibilidades que pueden abrirse a mediano plazo para las inversiones norteamericanas (para bien y para mal) −cosas todas que dependen en alguna manera de la anuencia del gobierno de Estados Unidos. Sin embargo, hagamos votos para que el intento valga la pena.
Nuestros habituales periplos existenciales por el misterioso "Triángulo Cubano" (La Habana, Miami, Washington) continuarán bajo otra fórmula; pero "despojarnos del Plattismo" −si entendemos este no solo como la tendencia de depender de la política norteamericana para impulsar reformas internas sino también la de echarle la culpa por todos los males− es exactamente lo que hace falta.
Roberto Veiga: La posibilidad de normalizar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos resulta un desafío positivo que hemos de asumir con mucha responsabilidad. El pasado 17 de diciembre, a las 12 del día, se abrió una puerta clausurada hace más de medio siglo, que introdujo a los dos gobiernos, y a las dos sociedades, en un nuevo escenario que deberá estar signado por la distención, el entendimiento y la cooperación, tanto entre los dos países como entre los cubanos.
El discurso de ambos presidentes, a una misma hora, presentando un conjunto amplio de temas −aunque cada uno desde sus realidades, principios y lógicas, lo cual pudiera hacerlos parecer muy diferentes−, significa el desamarre del mayor nudo que ha estrangulado las posibilidades de sostener una dinámica amplia, intensa y serena de desarrollo en Cuba.
Con esta afirmación no quiero restar peso a los errores internos, cometidos por los cubanos y, sobre todo, por el gobierno. Sin embargo, hay que padecer de miopía política o de mala fe para no comprender que la hostilidad de Estados Unidos contra Cuba, en unas ocasiones de manera fría y en otras un tanto caliente, cerró a las autoridades de la Isla la posibilidad de corregir errores importantes e impidió que pudieran emprender la evolución del modelo socio-político cubano.
Los presidentes de Estados Unidos y de Cuba han dado el primer paso, y lo han hecho con valentía y altura política, aunque algunos mezquinamente quieran regatearle estos méritos. Ahora debemos procurar que las autoridades, los políticos, los empresarios y las sociedades de ambos países se enrumben por ese sendero. Si conseguimos que esto ocurra cabalmente, ambos países resultarán beneficiados, sobre todo Cuba, quien podrá robustecer con equilibrio la economía y las dinámicas sociales, lo que a su vez crearía condiciones para reformar, incluso, el modelo político.
Reitero que el establecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos podría contribuir enormemente a la estabilidad y al desarrollo del país y a la integración del mismo en el sistema mundo. Sin embargo, debo destacar que este signo de esperanza podría convertirse en una nueva frustración, si el vínculo a construir no se aleja de los estigmas que marcaron las relaciones bilaterales antes del 1 de enero de 1959, y si no conseguimos que los encogimientos que inevitablemente pudiera sufrir nuestra soberanía producto de esta imprescindible relación, tributen al fortalecimiento económico, social y político del país, y no dañen sensiblemente la capacidad de los cubanos para definir y controlar nuestros destinos. Confío en que tantos cubanos, residentes en la Isla y en Estados Unidos, como norteamericanos, comprometidos en la búsqueda de posibilidades y esperanzas para Cuba, edifiquen un camino capaz de acercarnos, cada vez más, la utopía.
2. ¿Qué consideración le merece el hecho de que en un mismo día y a la misma hora los presidentes de ambos países hayan anunciado públicamente la concreción de un conjunto amplio de cuestiones que deben deshacer nudos espinosos que han separado y hasta enfrentado a ambos Estados?
Aurelio Alonso: El anuncio coordinado de los respectivos Jefes de Estado en día y hora; la correspondencia precisa entre los enunciados de sendos discursos; la asociación a este cambio de política de la liberación negociada de los tres cubanos, que ya habían padecido dieciséis años en las prisiones estadunidenses; los reconocimientos a la mediación del Vaticano y Canadá; el carácter constructivo, respetuoso, abarcador y simétrico entre ambos discursos; y la discreción de los contactos preliminares, reflejan la voluntad que marcó las conversaciones preparatorias.
Manera firme y madura de dar el paso inicial para poner fin a una política que se ha hecho ya contraproducente, hasta para sostener a ese caduco patrón de poder que cada vez menos Estados latinoamericanos están en disposición de aceptar. Algunas personas me han comentado que los Estados Unidos hubieran podido comenzar –y lo hubieran preferido así– por dar pasos concretos en el alivio del bloqueo, antes de restablecer el reconocimiento diplomático. No dejaba de ser una opción y hubiera mostrado otra forma de comenzar, pero tampoco hay que subestimar que entrar de este modo a una nueva época responde a su lógica, y tiene sentido: no cabe mantener bajo el bloqueo a un país con el cual se siguen relaciones normales. Debe ser algo así como un silogismo político. La normalidad es, ante todo, la disposición a discutir y negociar políticas y acciones, y la relación diplomática es el escenario a propósito. De manera que nos encontramos en el mero punto de partida, y nada indica hasta ahora que no haya sido un buen comienzo. Estas consideraciones primarias podrían ampliarse, pero no me parece necesario hacerlo.
Carlos Saladrigas: Las declaraciones simultáneas por ambos presidentes me parecieron algo impensable antes de que sucedieran, pero a su vez resaltaron un conjunto de diferencias de estilo y de sustancia de cada uno, de las que voy a comentar, en respuesta a la próxima pregunta. Sin embargo, creo que sería un error interpretar de las declaraciones simultáneas el establecimiento de una relación simétrica entre ambos países. Sosteniendo la importancia que tiene la soberanía y el respeto en una relación bilateral, la realidad geopolítica es que Cuba tiene más que ganar que los Estados Unidos con el restablecimiento de las relaciones y con las oportunidades de diálogo que esto conlleva.
El mundo ha cambiado muchísimo en los 56 años de Revolución. Durante ese proceso, Cuba se ha aislado, ha sido aislada, y se ha aferrado a un sistema económico y político que ha fracasado en todas las partes donde se ha intentado implementar. Como resultado, su economía no se ha desarrollado a los niveles que requiere la reinserción en los mercados internacionales. En otras palabras, Cuba se ha quedado muy atrás en su capacidad de sostener una economía productiva, interconectada, pujante y competitiva.
La apertura política y económica hacia Cuba no asegura la recuperación de su economía. Tal apertura es comparable a suplirle electricidad a un tomacorriente. Este puede estar electrificado, pero para aprovecharlo hay que conectarse. Para que Cuba pueda conectarse de lleno a la economía global, mucho tiene que cambiar internamente, y este proceso aún tiene un considerable camino que recorrer.
Esteban Morales: Si nuestro país no estaba preparado para que el proceso ocurriera de esa forma, de todos modos pienso que era algo tan deseado, e incluso, tan esperado por muchos, que desde la perspectiva cubana lo que ha sucedido sorprendió fuertemente de una manera agradable; porque no se filtró información alguna de los contactos y negociaciones que tuvieron lugar entre ambos países. Se decía que Cuba estaba negociando, pero pensábamos que se trataba solo de aspectos puntuales, tal y como ya había acontecido en otros momentos.
En una entrevista que me realizó Fernando Ravsberg, me acerqué bastante a lo que podría ocurrir, y a las condiciones favorables que existían para ello, pero confieso que no pensé que fuera a ser tan rápido; además de que lo anunciado por el presidente Obama superó mis expectativas. Eso tiene una explicación que ofreceré más adelante.
Para Estados Unidos, lo que ha pasado sí es el resultado de una acumulación de acontecimientos, que fueron llevando a la Administración y al presidente Obama en particular, a la conclusión de lo que se debía hacer, con la rapidez pertinente.
Entonces, las negociaciones y acercamientos fueron aproximando las voluntades políticas, que coincidieron el 17 de diciembre, aunque ello ya venía aconteciendo paulatinamente. Ambos se convencieron, sobre todo Estados Unidos, de los pasos que debían darse y llegado el momento, no fue difícil adoptar las decisiones.
Desde que Obama asumió la presidencia, es más, desde que era senador, ya pensaba dar pasos de esa naturaleza con respecto a Cuba. Ello estaba sobre su mesa y la situación fue madurando gradualmente, como parte del propio ejercicio de la política hacia Cuba dentro de su Administración. Solo trató de esperar el momento propicio; todo en medio de un conjunto de cuestiones políticas que presionaban mucho sobre su presidencia. La prioridad que Cuba tenía para Obama es evidente, cuando observamos sus dificultades y tropiezos en la política exterior, sobre todo en el Oriente Medio. Las decisiones adoptadas también indican el nivel de preeminencia que tomaron América Latina y el Caribe en su política.
Michael Bustamante: Creo que la pregunta ya contiene la respuesta. El alto nivel de coordinación para lograr los anuncios simultáneos fue reflejo de la intensidad y complejidad de las negociaciones llevadas a cabo. Llama la atención también que hicieron los anuncios un miércoles. En el pasado, cada vez que la administración de Obama decretó un cambio en la política hacia Cuba, lo hizo un viernes, por la tarde, mediante un escueto comunicado, como para pasar desapercibido durante el fin de semana. En esta ocasión, obviamente, no esquivaron la atención de los medios.
Roberto Veiga: Algunos sabíamos que podríamos vivir esta experiencia. Apreciábamos, desde hace casi dos años, un movimiento intenso, como nunca, en Estados Unidos, a favor del entendimiento bilateral. Ciertos actores sociales conocíamos acerca de algunas gestiones, amplias y concretas, por parte de personalidades e instituciones importantes que podrían impulsar decididamente ese proceso. Sin embargo, casi nadie esperaba que en un instante escucháramos el acuerdo acerca de la solución de un conjunto de cuestiones agudamente sensibles que, para la generalidad, podían parecer asuntos irresolubles hasta ese momento. El misterio que acompaña a la existencia humana, el esfuerzo de muchos, el trabajo de los negociadores (ya hoy vamos escuchado quiénes parecen haber sido los artífices de ambas partes) y la grandeza con que ambos mandatarios asumieron el asunto, hicieron posible una especie de big bang. Ahora, siguiendo la metáfora anterior, nos queda el reto de construir y ordenar el mundo, y la vida humana. ¡Descomunal tarea!
De pronto fue posible el anhelado intercambio de prisioneros. También se efectuó el anuncio de que se restablecían las relaciones entre ambos países y por ende, se institucionalizarían las embajadas correspondientes. Se comunicó, además, que había consenso para continuar dialogando sobre temas importantes y sensibles.
Igualmente, se destacó que el gobierno de Estados Unidos comenzaría, de inmediato, a implementar todas las gestiones que le permiten sus facultades para beneficiar la relación con Cuba, y que el presidente Obama batallaría asimismo para que el Congreso derogara las leyes draconianas que unos llaman embargo y otros bloqueo.
Todo esto se hizo público, de manera inusitada, por los dos mandatarios, en un mismo día y a una misma hora, con discursos cargados de simbolismo que indicaban, además, la resolución de continuar adelante. Esto no hubiera ocurrido sin que los implicados de ambas partes alcanzaran un entendimiento mínimo y, al menos, intuyeran la suficiente confianza mutua para aceptar las sinergias futuras que tal decisión les impondría. Sin estas certidumbres no se hubieran arriesgado a dar este salto, con las implicaciones que eso tendrá en la política interna de ambos países. De lo contrario, sería suponer que los actores de la negociación son ingenuos, incapaces o irresponsables, y esto no parece probable. En cuanto a la parte cubana, estoy seguro que, por muchas razones, midió con mucho rigor cada paso y cada decisión.
3. ¿Cuáles fueron las características del discurso de Barack Obama y de Raúl Castro? ¿Cuál parece ser la perspectiva que despertó cada alocución?
Aurelio Alonso: Conjuntamente con las coincidencias visibles en ambos discursos, a las que ya me referí, los dos hacen explícitas las áreas de divergencia entre sus posiciones, y esto es otra virtud. La virtud de una saludable inclusión que nos previene desde el comienzo para mantenernos en propuestas realistas, y como precaución ante el alejamiento o el abandono de los principios y sobre los costos de las concesiones y los deslices. Cuando he opinado sobre el tema de la eventual eliminación del bloqueo he dado siempre dos apreciaciones: la primera es que el modelo de flexibilización de la política norteamericana se construirá signado por la iniciativa de los Estados Unidos (el bloqueo ha sido su «política cubana», no el simple resultado de un desentendimiento, por lo cual les toca también ponerle fin), y ellos tratarán de hacer prevalecer sus perspectivas y sus intereses en lo que se acuerde en cada paso. Cambiar su política no es sinónimo de renunciar a sus aspiraciones. Mi segunda apreciación –corolario de la anterior– es que este cambio, por paradójico que parezca, también será para nosotros un desafío, posiblemente de la misma magnitud que muchos de los vividos hasta hoy: el desafío de retener los logros sociales, y con ellos los presupuestos que nos llevaron a alcanzarlos, y muy especialmente los valores éticos que han aportado a un modelo propio del socialismo. Las diferencias de una y otra postura son claras en ambos discursos. Aunque solo sea de conjunto como podemos distinguirlas ahora.
Carlos Saladrigas: Ambas alocuciones fueron respetuosas y elegantes. Recalco la palabra "elegante" porque cada mandatario necesita mucho de la elegancia en la resolución del conflicto. Ellos llevan sobre sus espaldas el peso de muchos años de antagonismo, confrontación y desconfianza. También tienen el bagaje de sectores políticos con duras críticas y cuestionamientos por las resoluciones tomadas. No me cabe duda de que se les está reprochando por haber cedido mucho y recibido poco.
No obstante, ambos mandatarios demostraron una valentía extraordinaria y un sentido de sobreponer la paz y la buena voluntad por encima de la política. Es aquí donde la elegancia juega un papel trascendental, y donde ambas alocuciones cobran matices diferentes.
El presidente Obama claramente le ofreció al presidente Castro la elegancia de haber reconocido el fracaso de la política exterior de su país. Después de todo, él dio el primer paso, que siempre es el más difícil.
En este sentido, el presidente Castro, en su alocución, pudo haber aprovechado la oportunidad para, en forma recíproca, también reconocer los fracasos de la gestión revolucionaria en el terreno económico, que más allá de la agresión, confrontación y hostilidad norteamericana, debe la esencia de sus problemas a sus propios errores, ineptitudes y a la inflexibilidad de un modelo que no supo transformarse a tiempo ni adaptarse a un mundo de cambios acelerados.
Aún más importante, pudo haber aprovechado la coyuntura para darle al pueblo cubano aunque sea un vistazo de un futuro distinto y del camino hacia donde se dirige la Isla tras un cambio de tanta trascendencia e importe histórico. Después de todo, no hay claridad de cómo se transita de medio siglo de disputa y confrontación a un nuevo período de relaciones bilaterales. El pueblo cubano tiene el derecho a saber qué significa todo esto para el futuro de ellos, y su gobernante tiene la obligación de señalarlo.
Esteban Morales: Ambos discursos no pueden ser analizados si no tomamos en consideración que los dos mandatarios cambiaron impresiones por teléfono durante una hora. Entonces, más allá de las intenciones individuales con que asumieron la conversación, en medio de ella hubo acuerdos, asentimientos y sobreentendidos, que hicieron de ambas alocuciones una pieza propia, pero de las cuales no brotarían contradicciones sobre lo que acordaron hacer. Cada uno en su lugar y con su estilo sabía lo que el otro haría, y por eso ambos discursos quedaron emplantillados hacia los grandes objetivos políticos: negociar a los presos y más allá de eso, restablecer las relaciones diplomáticas.
Adicionalmente, en el discurso de Obama hay otros propósitos que lo convierten en una estrategia y en una agenda política al mismo tiempo, sobre cómo llevar hacia el futuro las relaciones con Cuba. Eso no lo hace Raúl, le correspondía a Obama, que ha sido quien ha tomado la iniciativa y ha dado los primeros pasos. No era Cuba quien bloqueaba a Estados Unidos, ni quien perseguía continuar ejecutando una política agresiva. La Isla, hasta el 17 de diciembre, lo único que hizo fue defenderse y declarar la voluntad de negociar sus diferencias con Estados Unidos, siempre que ello se hiciese en igualdad de condiciones. A todo eso dio respuesta el discurso del presidente Obama.
Creo que en cada alocución presidencial están los asentimientos básicos, los beneficios de la duda otorgados, la confianza mutua brindada y la conciencia de que no será fácil; también la voluntad política y la valentía de llevarlo todo adelante. Por lo cual, es positiva la perspectiva proyectada para las negociaciones concretas que se lleven a vías de hecho. Si hubiera dudas al respecto, las declaraciones de Josefina Vidal las aclara, pues sus palabras resultan muy precisas en cuanto a los asentimientos de Cuba.
Por supuesto, en las negociaciones surgirán contradicciones, desacuerdos, forcejeos, pero creo que primará la voluntad política de construir una plataforma nueva para las relaciones entre ambos países, antes que Obama abandone la presidencia. Es evidente que se quiere avanzar para garantizar que no haya posibilidades de dar marcha atrás, lo cual se observa claramente en las órdenes ya dadas por Obama, y en las respuestas de Raúl Castro.
Para lo anterior, se cuenta con el apoyo que está teniendo la agenda del presidente estadounidense, tanto a nivel interno, como internacional, y con el proceso de recuperación de la popularidad del mandatario, que ya se puede observar y en mi opinión, continuará creciendo.
La Isla tiene que ir dando pasos que complementen ese proceso, poniendo de manifiesto en todo momento una voluntad política que no dé lugar a dudas.
Michael Bustamante: Lo impresionante del discurso de Obama fue su franqueza. Nunca un Presidente norteamericano había admitido públicamente, y en forma tan directa, que la política estadounidense hacia Cuba había sido un fracaso. Y que lo hiciera citando incluso a Martí causó, por lo menos en mí, un gran impacto. A pesar de su mala pronunciación de la frase "no es fácil," su esfuerzo por dirigirse directamente a los cubanos, dentro y fuera de la Isla, así como sus referencias a una identidad "americana" compartida, fueron muestras de sus ya conocidos talentos como orador. Me llamó la atención, además, que sus palabras fueron publicadas íntegramente en la prensa nacional de la Isla. (¿Posiblemente parte del acuerdo?)
El discurso de Raúl Castro fue más escueto. Sin embargo, tengo la impresión de que ese no fue el principal discurso del mandatario cubano. Más importante fueron sus palabras unos días después, en el acto de clausura de la Asamblea Nacional. Allí, tras varios días de revuelo mediático, quiso dejar claras dos cosas: 1) que "lo fundamental" –el bloqueo− todavía no se había resuelto y que el camino hacia su eliminación sería largo, y 2) que para lograr esa meta su gobierno no estaría dispuesto a doblegarse ante las demandas externas para modificar su sistema político. Para algunos, estas palabras (previsibles, por cierto) sirvieron para confirmar que Estados Unidos había concedido demasiado sin ganar mucho sustancialmente. Pero solo se puede asentir dicha conclusión si se acepta la táctica del palo y la zanahoria.
Ese, repito, no es el punto, especialmente en el caso cubano dónde esa táctica nunca ha funcionado. Se trata de cambiar la coyuntura y sacar a los americanos de en medio, como ya señalé, para que el temor a Washington deje de servir como pretexto para impedir las reformas (económicas, pero también políticas) que puedan demandar los cubanos de cara al futuro. Al lograr conducir las relaciones bilaterales con un tono más constructivo, a pesar de las diferencias persistentes, pueden abrirse caminos a nuevas dinámicas sanas dentro del entorno nacional, en la medida en que desaparezca el discurso de "plaza sitiada".
Roberto Veiga: Percibo coincidencias en los discursos de ambos presidentes. Esto no significa que ellos posean las mismas motivaciones, piensen igual y persigan con identidad absoluta los mismos fines.
El presidente Barack Obama colocó la decisión y la propuesta que anunciaba en medio de las circunstancias de su país. En tal sentido, evocó que las relaciones normales con Cuba pudieran contribuir a que Estados Unidos promoviera en la Isla sus valores e intereses, lo cual resulta legítimo y tal vez favorable para los cubanos, pero pudiera ser visto como un empeño de hegemonía y un intento de dominación, aunque no por medio de la ruptura y la confrontación. En esa misma tesitura, exaltó la contribución significativa, en varios ámbitos, de la comunidad de cubanos que ha emigrado hacia su país –lo que no deja de constituir un reconocimiento muy bien merecido. Asimismo, en tono de amonestación, mencionó restricciones que, como han sostenido muchos amigos y enemigos del gobierno cubano, dificultan las dinámicas económicas, sociales y políticas de los ciudadanos en el Archipiélago, e hizo alusión a acosos, arrestos y golpizas a determinadas personas.
Siguiendo la lógica del entramado de relaciones históricas entre ambas naciones, que datan sobre todo del siglo XIX, y han generado vínculos estrechos, incluso de cierta admiración pero también radicalmente contradictorios, hizo una afirmación significativa que demanda mucho discernimiento. Con ella, de manera sencilla y a su vez inteligente, definió una realidad que siempre desafiará el entendimiento mutuo. Dijo el presidente: "Todo esto une a los Estados Unidos y a Cuba en una relación única, como miembros de una sola familia y como enemigos a la vez." Esta realidad –histórica, cultural y política−, debemos aceptarla y asumirla con sabiduría y creatividad.
Sin embargo, también tuvo el valor de sostener que no se debe empujar a Cuba hacia un colapso y que, por tanto, colocaría los intereses de ambos pueblos en el centro de su política. Señaló que para hacerlo procuraría, por diversos medios, beneficiar con recursos al pueblo cubano, que facilitaría las condiciones para que toda la sociedad de la Isla pudiera disfrutar de Internet y que trabajaría para derogar el embargo. Y continuó definiendo la ruta hacia el mejoramiento de las relaciones, anunciando que continuarían dialogando acerca de temas sensibles, como son: los derechos humanos y la democracia. Igualmente advirtió su preocupación ya que Cuba, en muchas ocasiones, difiere de Estados Unidos en cuanto a la política internacional.
En el contexto del discurso indica que esta decisión forma parte de una novedosa apertura de su país a las dinámicas de América Latina, que tendrá un momento significativo durante la Cumbre de las Américas, a realizarse en el próximo mes de abril. Para corroborarlo, afirmó que: "todos somos americanos." Habría que ver si esto logra concretarse y desarrollarse. Sin embargo, este juicio, o al menos la necesidad de esbozar esta idea con palabras, expresa que el desarrollo socio-económico-político conseguido en Latinoamérica, la madurez política de las autoridades cubanas y la agudeza de los gobernantes norteamericanos, obligan a reconocer la necesidad de movernos todos hacia el entendimiento y la colaboración. Siguiendo esta lógica, el presidente Obama destacó que dichas relaciones interamericanas deberían procurar la unidad necesaria con la intención de conseguir un futuro de paz, seguridad y desarrollo democrático, para así promover los sueños de los ciudadanos de América.
Por su parte, el presidente Raúl Castro fue más sintético, pero también muy claro y firme. Reconoció que esta decisión del presidente Obama merece el respeto y el reconocimiento de todos. Asimismo, indicó que Cuba restablecerá las relaciones con Estados Unidos, que trabajará para mejorar el clima bilateral, y que estará dispuesta a todo tipo de intercambio, para lo cual haría falta llegar a suprimir el bloqueo. De esta misma manera, hizo público que el gobierno de la Isla está listo para dialogar con la administración norteamericana sobre política internacional (acerca de lo cual, según el presidente Obama, muchas veces había serias diferencias), derechos humanos, democracia (temas también tratados en su discurso por el presidente de Estados Unidos), e incluyó la cuestión de la soberanía nacional (un aspecto importantísimo para la generalidad de los cubanos).
En su alocución el presidente cubano exaltó que "debemos aprender el arte de convivir, de forma civilizada, con nuestras diferencias". Esta cita fue escogida como título del discurso cuando se publicó en el periódico Juventud Rebelde, y ha sido utilizada como una señal por determinadas personalidades en el país. Indudablemente, el general Raúl Castro podría estarse refiriendo a la convivencia de la diversidad, tanto en el plano internacional como nacional. Esta frase puede resultar la piedra angular de la evolución del modelo político cubano. Sin embargo, y esto no tiene por qué constituir una contradicción, señaló igualmente que seremos leales a los que cayeron defendiendo la independencia y la justicia social. Evidentemente, para el presidente de Cuba, ambos principios resultan pilares que deben ser salvaguardados, con solidez e ingeniosidad, en medio de cualquier ajuste en las relaciones internacionales y del modelo socio-político cubano. Por otro lado, ratificó que el camino para lograrlo será la búsqueda de un socialismo próspero y sostenible.
Si estos principios y fines resaltados por el presidente Raúl Castro cuentan con el apoyo social suficiente −lo cual podría ser verosímil−, y prefiguran el presente y el futuro próximo del país, entonces estamos llamados a conseguir un análisis compartido y una práctica generalizada, capaz de darle a los mismos un sentido claro, fresco, dinámico, universal y creativo.
4. El presidente Raúl Castro sintetizó los temas que continuarán dialogando entre ambos gobiernos: la soberanía nacional, los derechos humanos, la democracia y la política internacional. Según su criterio ¿Qué actitudes y proyecciones deben asumir las autoridades cubanas en dicho diálogo?
Aurelio Alonso: No creo necesario insistir aquí en que la noción de independencia ha sido tácitamente anulada en el sistema-mundo por la diferencia de poderes que prevalece ya entre las potencias económicas y la periferia; los acuerdos y hasta las decisiones se suelen someter en estas relaciones a los intereses definidos por el centro de dominación –que no por gusto seguimos llamando imperialista– y la buena noticia del restablecimiento de relaciones con Cuba no va a alterarlo de manera mecánica. La democracia, aunque sea proclamada en ambos discursos, es un concepto con más de un significado. Significa para Obama la adopción del esquema multipartidista liberal que la confina a un acontecimiento electoral periódico, alrededor del cual elabora el mundo del capital su ritual político. En tanto, Raúl Castro habla en nombre de los que buscan la participación creciente de la población en la toma de decisiones dentro de un modelo que combine la resistencia a los agentes de desestabilización del sistema, con la perspectiva de progreso y justicia social. Igualmente recordaría aquí que para Cuba los derechos humanos radican en que el derecho a la vida se halle en el centro, tanto en la protección de la integridad de la persona como en la garantía de no vivir marginado(a), en la miseria y el desamparo, ni morir a causa de carencias o de enfermedades curables. Y con ello aludimos a la violación más generalizada en el mundo de los derechos humanos, a causa de la cual se hace necesario confrontar a todo el universo de la explotación. En oposición a esta visión, el modelo occidental deriva los derechos de las libertades civiles, sin percibir necesidad de reconocer cuan incompatible puede ser esta mirada con la polarización extrema en una sociedad desigual. Partiendo de estos criterios, llevados al plano internacional, la estrategia de dominación sobre el Oriente Medio –por acudir a un ejemplo gráfico– ni siquiera la podríamos reconocer en un tablero de relaciones normales. En realidad me resulta imposible caracterizar en un concepto lo que sucede en esa región en lo que va de siglo. No son pocos los diferendos que justifican que Raúl Castro concluya su intervención del 17 de diciembre admitiendo, con evidente tacto, que «ahora tendremos que aprender el arte de convivir, de forma civilizada, con nuestras diferencias» cubanos y estadunidenses.
Carlos Saladrigas: Vuelvo a aludir a la necesidad de mantener elegancia sobre la continuidad del diálogo y de los temas a tratar. Las actitudes arrogantes o triunfalistas pudieran fácilmente descarrilar el proceso que tantos años y trabajo han costado. Deben tomar en cuenta el imperio de la elegancia y el respeto, aunque se perciba el escabroso entorno de la realidad que se les impone a ambos actores.
Además, sugiero tener premura. Hay que aprovechar el momento y la oportunidad presentada. El futuro es incierto, y reitero que Cuba, más que Estados Unidos, tiene la necesidad de resolver el diferendo de forma sustancial.
Sin embargo, mi sorpresa no radicó en las cuestiones que el presidente Castro sintetizó en su discurso, sino en las que no mencionó. Ausentes de la alocución quedaron los temas económicos, la reinserción de Cuba en el orden hemisférico, y las implicaciones y oportunidades que todo esto conlleva en relación al futuro de Cuba.
Esteban Morales: Cuba ha planteado, hasta el cansancio, estar dispuesta a negociar con Estados Unidos todo lo que, de previo acuerdo, se concluya que deba ser negociado.
Hasta ahora no hay tema excluido de una posible negociación. Aquí, las experiencias en los acercamientos durante la administración de J. Carter son vitales.
Los asuntos mencionados fueron causas esenciales del fracaso, al no lograrse nunca que Estados Unidos aceptara negociar con Cuba en igualdad de condiciones, ni con agendas de mutuo acuerdo e intereses, que fuesen siempre respetadas.
Estados Unidos se sintió en el derecho de exigirle a Cuba en asuntos que no se exigía así mismo, bilateralizando lo multilateral y multilateralizando lo bilateral. Trató siempre de imponer límites a la soberanía política de Cuba, sobre todo en el orden de sus relaciones internacionales.
Si las negociaciones no se realizan sobre las bases anteriormente explicadas, no se avanzará, porque la Isla no aceptará nunca posturas lesivas contra su soberanía.
Si logramos el modelo de negociación adecuado, tengo la esperanza entonces de que Estados Unidos no ponga en práctica las actitudes que le llevaron a formular la "política de la fruta madura", las ideas de la anexión; ni las de mantener a Cuba como una neocolonia.
Aunque lo considero algo muy difícil, tengo la esperanza también de que Estados Unidos permita, por primera vez, que Cuba asuma el proyecto social que sus fuerzas le permitan llevar adelante, sin injerencias externas; tarea que comprendemos no será fácil, pero lo será aún menos si no contamos con la soberanía y la independencia para hacerlo.
Michael Bustamante: En mi respuesta, me referiré a los dos lados de ese diálogo, pues no se entiende uno sin el otro.
Para los asuntos particulares señalados en la pregunta, todavía resulta difícil vislumbrar cuáles serán las líneas exactas o el resultado esperado de dicho diálogo, al tratarse de algunos de los temas más espinosos que dividen a ambos gobiernos. Preguntan muchos: ¿será el diálogo sobre temas como derechos humanos y democracia solo conversación, detrás de la cual se mueve un cálculo más sencillo (y tal vez comprensible) de realpolitik? ¿O se espera negociar acuerdos concretos en materias que, para el gobierno cubano, tradicionalmente no han sido negociables? Según las palabras de Raúl Castro ante la Asamblea Nacional, parece que no. Estados Unidos, entonces, ¿se limitará a alzar su voz sobre ciertos temas, y en ciertos casos, sin obstaculizar un mayor involucramiento económico del capital norteamericano en la sociedad insular? ¿O se intentará, como señalé arriba, imponer una explícita condicionalidad a mayores aperturas en la política norteamericana, aun bajo el riesgo de estancar el proceso?
Bajo su fórmula más bruta, la condicionalidad, lo digo de nuevo, está condenada al fracaso. No solo porque el Estado cubano siempre ha resistido esa variante de negociación; también carece de legitimidad, siendo muy distinta a la estrategia empleada por Estados Unidos en los casos de China y Vietnam. En aras de ser tratado como igual (lo cual siempre ha sido su deseo primordial), el gobierno cubano bien podría expresar sus propias reservas sobre la democracia norteamericana; por ejemplo, la influencia del capital privado y la habilidad que tienen unos pocos de dominar la agenda de la política doméstica mediante sus donaciones (ya, en la práctica, casi sin límites) a las campañas electorales. Pero dada la naturaleza del sistema norteamericano, donde esas cosas se deciden en la legislatura y en las cortes, el ejecutivo no estaría en condiciones de responder directamente a algunas de esas "demandas" tampoco, aun si estuviera dispuesto a hacerlo (lo cual, en todo caso, es más que improbable).
Un diálogo de sordos no servirá a nadie. Pero tal vez se puedan lograr más avances si se define el juego de otra manera. Negociaciones concretas para mejorar, por ejemplo, el acceso masivo a los medios de comunicación (ancha banda, etc.) −mediante la colaboración de empresas cubanas y norteamericanas− podrían ser vistas en Washington como un avance concreto de sus principios sin imponer un requerimiento inmediato de elecciones multipartidistas que el gobierno cubano no estará dispuesto a aceptar. Y aunque el factor "seguridad nacional" puede problematizar el proceso, el intento valdría la pena. Me consta, al fin y al cabo, que el contenido de los derechos humanos y la democracia en Cuba deben ser decididos por los mismos cubanos, en diálogo con los principios de la comunidad regional e internacional −eso sí−, pero no negociados con un solo país foráneo. (Y "ojo presidente Obama": reclutar a Enrique Peña Nieto como aliado para "internacionalizar" el reclamo democrático a Cuba, con México pasando por su propia crisis de valores en ese terreno tras los sucesos de Ayotzinapa, no me parece la estrategia más acertada.)
En todo caso, el gobierno cubano debe responder con cordura ante las inevitables reacciones mixtas al diálogo dentro de la comunidad cubana en el exterior y en la esfera política norteamericana, donde fuerzas dentro y fuera del Congreso ya han expresado su oposición al proceso. Obama ya tiene previsto adoptar una medida importante que será vista como un reconocimiento positivo de la soberanía nacional insular. Me refiero a la eliminación de Cuba de la lista de los estados patrocinadores del terrorismo. Sin embargo, con apenas dos años restantes en su mandato, y sin poder obstaculizar completamente los programas de la USAID aprobados por el Congreso, otras opciones de acción unilateral pueden verse limitadas. En tales circunstancias, existirá la tentación de reactivar el discurso latente de "plaza sitiada"; pero el gobierno cubano también deberá reconocer que no todo reclamo ciudadano en la nueva coyuntura es mera aguafiestas.
Por lo menos, la urgencia de lograr cosas significativas, dentro de lo políticamente posible, antes de las elecciones norteamericanas en el 2016, debe incentivar a ambos gobiernos a dejar a un lado su tradicional preferencia por proceder "sin prisa pero sin pausa". En ese sentido, me llama la atención un tema clave que no figura arriba en la lista, y que de hecho será uno los primeros en estar sobre el tapete: la política migratoria. Antes de discutir temas de fondo como la democracia, es más probable que intenten lograr avances sobre cosas prácticas. Ya sabemos que la primera "negociación" de alto nivel entre ambos gobiernos, tras los anuncios del 17 de diciembre, ocurrirá en el contexto de las habituales conversaciones migratorias, reanudadas por ambos gobiernos con anterioridad. Y es allí realmente donde hay un asunto que necesita ser abordado con transparencia, y con rapidez. Cubanos desde adentro y afuera ya se preguntan, ¿si Cuba se vuelve un país "normal" para Estados Unidos, al menos en términos de relaciones diplomáticas, no cabe esperar que su política migratoria hacia Cuba (basada en la supuesta excepcionalidad del país) cambiará también?
He dicho anteriormente que, pese a su tradicional oposición a la Ley de Ajuste Cubano, el gobierno de la Isla saca provecho económico de los circuitos transnacionales que dicha ley facilita últimamente, especialmente en conjunción con las nuevas e ingeniosamente diseñadas disposiciones de la reformulada Ley Migratoria Cubana. De hecho, las remesas han demostrado ser un esencial "socio sin voz ni voto" en la estrategia de expandir el todavía incipiente (y para algunos, estancado) sector cuentapropista. Pero como decimos en inglés, you can't have your cake and eat it too, lo cual equivale en español a la expresión: "no se puede estar en misa y en procesión." De normalizarse las relaciones, la política migratoria norteamericana puede y, para mí, debe ser reformulada también eventualmente, de manera que los cubanos tendrán que competir para las mismas cuotas de visas que los demás (que incluyen visas para refugiados políticos, estudiantes, profesionales, reunificación familiar, amén de otras categorías). Ya algunas fuentes están reportando un aumento preocupante en el número de balseros recogidos en altamar en los últimos días, supuestamente ante la preocupación de que será más difícil emigrar a Estados Unidos por terceros países si se acaba con la Ley de Ajuste o los programas de reunificación familiar bajo palabra. Antes de que se imponga la bola, o la incertidumbre desemboque en más tragedia marítima, el futuro de las relaciones migratorias debe ser tratado al más alto nivel, y con una amplia transparencia pública.
Roberto Veiga: La soberanía nacional, los derechos humanos, la democracia y la política internacional, constituyen los pilares básicos donde descansa el desarrollo de los principios de independencia y de justicia social –destacados por el primer mandatario cubano. En la medida en que consigamos un consenso mayor sobre estos aspectos y logremos esculpir sistemáticamente mejores formas de realizarlos, nos iremos acercando a una mejor convivencia en cada país y en la comunidad internacional. En tal sentido, todos estamos llamados a procurarlo. Para hacerlo, hemos de asumir la mayor apertura posible con el propósito de dejarnos interpelar y, a su vez, compartir criterios y soluciones. Estas deberían ser las actitudes y las proyecciones de las autoridades cubanas en el diálogo con el gobierno de Estados Unidos.
Sin embargo, debo destacar que la capacidad del gobierno cubano para dejarse interpelar, y para compartir criterios y soluciones, tendría que expresar una síntesis de las valoraciones más esenciales y generales que consigan compartir las autoridades y los diferentes segmentos nacionales. Para eso sería imprescindible que se desarrollara al unísono el diálogo entre los dos gobiernos, y el diálogo dentro de la sociedad cubana. Este desafío nos exige ampliar los mecanismos de participación, de debate y de consenso, así como desarrollar actitudes que forjen la confianza política necesaria para hacer posible la convivencia civilizada de la diversidad. Resulta obligatorio reconocer que en esto hemos avanzado algo en los últimos tiempos.
En este sentido, reitero el potencial relieve de la frase del discurso de Raúl Castro, donde afirma la necesidad de aprender el arte de convivir, de forma civilizada, con nuestras diferencias. Este principio pudiera comenzar a prefigurar el desempeño socio-político del Estado, lo cual contribuiría sustancialmente a que vaya siendo asumido cada vez más por la multiplicidad de actores nacionales. No obstante, advertí en el discurso de clausura del presidente en el recién culminado período de sesiones de la Asamblea Nacional, una sólida reticencia para reconocer a quienes son considerados como protagonistas o cómplices internos de políticas agresivas con la Revolución, y subversivas del actual modelo social cubano. Esto pudiera resultar comprensible. Sin embargo, demandaría igualmente un análisis profundo y sosegado, así como gestiones para reducir al máximo las rigideces entre estos sectores.
5. Teniendo en cuenta la importancia de las temáticas anteriores y la implicación que lógicamente podría tener en la evolución del modelo sociopolítico de cada país, ¿qué participación debería asumir la sociedad cubana –o sea, sus actores más preparados, activos y responsables– en relación con este diálogo, con los temas que se discutirán en el mismo?
Aurelio Alonso: Comencemos por reconocer que solo en la última década eso que llamamos apertura ha tenido en Cuba una activación esperanzadora: me refiero al espacio de diálogo que supone el reconocimiento de la diversidad; espacio precario, por decir lo menos, en los socialismos del siglo XX. La posibilidad de confrontar el criterio oficial tendrá que aparecer codificada algún día con toda legitimidad en las coordenadas del diseño de una democracia socialista y de sus instituciones, y su aparición, en el contexto de una democracia con signo inequívoco, pienso que la hará irreversible. Se trata de algo que me parece poco susceptible aún de expresar en patrones definidos, aunque no son pocos los signos indicativos que apuntan a una cultura política más genuinamente democrática que la normada. No dejo de advertir que esta normalización de relaciones también llevará a la mesa, de muy diversas maneras, los intereses norteamericanos, que informan su visión de la normalidad. Tendremos que prevenirlo porque no podría ser de otro modo, sin descuidar tampoco lo que pueda haber en ello de compatible. A estas alturas el diferendo que se ha levantado es tan anormal que seguramente en muchos sentidos su superación beneficiará a ambas partes. No obstante, no ha de ser el reclamo de los Estados Unidos el que sirva de guía para el curso a seguir por el cambio cubano, sino el modo y la medida en que la normalidad exprese el mutuo beneficio y nunca una forma de sometimiento. El protagonismo de la sociedad cubana se inscribe desde ahora en un escenario que se define así, que creo válido para todos los actores y para todos los temas puntuales. La confianza, la motivación, el sentido de identidad, las dudas, el espíritu crítico, la perspicacia, el nivel profesional, y demás presupuestos con los que actúen los miembros de la sociedad serán como siempre diversos e imposibles de programar ni de encasillar.
Carlos Saladrigas: Cuba enfrenta grandes y complicados retos, pero a la vez se vislumbran las posibilidades de un futuro muy distinto y mejor, de paz y armonía, después de muchas décadas de dificultades, aislamiento y confrontación. La esperanza se abre camino.
Hay cuatro temas que considero son de suma importancia, y que por lo tanto, ameritan un debate serio y profundo entre todos los sectores de la sociedad cubana. Estos son:
1. ¿Cómo reinventar un modelo económico para Cuba? Para entrar de lleno en este debate tan importante hay que despojarse de ideologías estériles y adoptar posturas pragmáticas. Cuba tiene que abrirse de lleno a los mercados, pero esto no tiene que significar el abandono de sus prioridades y aspiraciones sociales. Lo esencial radica en el reconocimiento de la propiedad privada y en liberar la capacidad creadora del individuo, facilitando la actividad económica que produce riqueza y promueve el bienestar de las familias y de la sociedad.
2. ¿Cuál ha de ser el papel del Estado y de sus instituciones en el futuro? El Estado tiene que pasar de controlador a facilitador de la actividad económica. Contrario a la prédica neoliberal, un Estado trasparente y eficaz también contribuye de forma significativa a la creación de riqueza. Va a ser necesario para el Estado transitar de burocracia obtusa a Estado responsable y eficiente, y en este proceso, transformar las instituciones estatales que le darán al futuro de Cuba seguridad, confianza y justicia.
3. ¿Dado que se vislumbra el cese de hostilidades, cómo se pasa de posturas excluyentes y defensivas a actitudes y posturas incluyentes y cooperativas? No hay duda que esto requiere una cultura de diálogo y respeto al que no estamos muy acostumbrados. Sin embargo, al Estado cubano, como rector de la sociedad, le corresponde abrirse al diálogo interno y crear y facilitar los espacios requeridos para el mismo. Si se dialoga con el que fue nuestro enemigo, ¿cómo no vamos a dialogar entre hermanos?
4. ¿Cómo se transforman los procesos políticos para ser más incluyentes, participativos, y diversos? No pueden concebirse los cambios económicos necesarios, y los cambios en posturas y actitudes, sin un proceso político que los facilite y los canalice de forma seria, amable, serena y democrática para el bienestar del país.
Estas cuatro temáticas necesitan debate y diálogo, pero también hace falta una hoja de ruta y una voluntad política para llevarlas a cabo. Es de entender que estos procesos requieran cierta gradualidad –la alternativa pudiera ser caótica. Pero sí es necesario que se comiencen los procesos, se creen los espacios de diálogo y debate, y se respeten las personas en toda la dignidad en que fueron creadas.
Esteban Morales: Lo anterior no debe ser solo un asunto de Cuba. Ello debiera verse en una perspectiva más amplia, como un programa de ambas sociedades; que se produzcan las alianzas que puedan brotar de los debates. Existen fuerzas políticas que se diferencian en lo que quieren de las relaciones entre ambos países. Los dos mandatarios debieran contribuir a que se despliegue ese debate. Los entes gubernamentales por sí mismos participan, pero otros sujetos o entidades de la sociedad civil, tanto en Cuba, como en los Estados Unidos, debieran incluirse también. Las revistas Espacio Laical y Temas, el Centro Cultural Padre Félix Varela, y espacios como Criterios y Dialogar, dialogar, han sido puntos importantes donde esas fuerzas se han encontrado. Tales escenarios deben continuar facilitándose.
En particular, a la intelectualidad más preparada, tanto en Cuba como en los Estados Unidos, le corresponde impulsar la agenda de ambos presidentes para echar hacia adelante el proyecto de restablecer las relaciones entre los dos países, tratando de que ese proceso se haga firme, sostenible, y esté asentado en fuerzas sociales y políticas mutuas. Ninguna circunstancia de cambio administrativo en ambas naciones debiera darle marcha atrás a lo que se logre.
Roberto Veiga: Como ya apunté, la sociedad cubana, la nación toda, debería participar activamente en dicho diálogo de manera serena y edificante. En mi opinión, este discernimiento compartido ha de procurar, en esencia, tres metas importantes:
1. El desarrollo de un renovado modelo económico y social que asegure el mayor bienestar posible de todos y facilite así la disponibilidad de los ciudadanos para servir a la comunidad.
2. Promover un espacio mucho más universal y profundo para el desarrollo de la espiritualidad, la cultura y la educación de toda la sociedad, con el propósito de garantizar que el compromiso social de la ciudadanía se enrumbe hacia la consecución de un pueblo que, cada vez más, ame la libertad responsable y se comprometa en la construcción de la justicia.
3. Cincelar una estructura política, si se quiere socialista, que asegure a todos, específicamente a los más jóvenes, construir el país que desean.
Lo anterior, como es tradicional y contemporáneo en la cultura socio-política cubana, debe resultar cincelado dentro de un entramado estructural dispuesto a consagrar una República que procure la justicia, por medio de una democracia sólida que asegure la centralidad de la ciudadanía. Para renovar positivamente los modos de lograrlo, estamos obligados a discernir sobre algunos aspectos. Algunos de ellos pudieran ser:
1. El desarrollo de una economía mixta, integrada en la economía global, y el diseño de un sistema adecuado para redistribuir equitativamente la riqueza.
2. Profundizar y ampliar cada vez más la educación, la cultura, la espiritualidad y la información.
3. El ensanchamiento de las posibilidades para que la ciudadanía y las instituciones puedan controlar el respeto y la promoción de los preceptos constitucionales. Esto contribuiría a la realización de la justicia y al cumplimiento de la legalidad, y aportaría al desarrollo de la cultura jurídica.
4. El reforzamiento de la profesionalidad y la autoridad del sistema judicial.
5. La reforma de la Ley de asociaciones.
6. La renovación de la Ley electoral.
7. Mejorar el funcionamiento de la Asamblea Nacional del Poder Popular, lo cual demanda que sea más activa y sistemática, y se modifique la manera de elegir a los diputados, para que pueda existir cierta competencia sobre la base de las proyecciones de los candidatos. Igualmente naturaleza institucional. Ello forzaría a la agrupación a conseguir su hegemonía, no por medio de prebendas jurídicas, sino a través de un ejercicio agudamente político; y dicha circunstancia aportaría bien al PCC y a la cultura política de la población.
8. El rediseño de la manera de elegir al Jefe del Estado y del Gobierno. El capital político que otorgó el poder a Fidel Castro y a Raúl Castro, no estuvo dado por la ratificación que les concedió la Asamblea Nacional. A un nuevo político podría resultarle difícil gobernar si no arriba a dicha responsabilidad a través de otros mecanismos que le otorguen base, legitimidad y autoridad.
9. Comprender que esta dinámica social demanda un gran desempeño político. Esto nos hace repensar con fuerza la factibilidad de salvar la capacidad del PCC para hacer política en medio de toda la sociedad. En tal sentido, en ocasiones he planteado la posibilidad de privar al PCC de los elementos que lo colocan como un mecanismo de control, por encima de la sociedad y del Estado, lo cual privaría de cargas innecesarias a la sociedad y a las instituciones públicas, y ubicaría al PCC en una dinámica más apropiada a su les concede cuotas de representación. La factibilidad de trabajar para conseguir esto, sí la debemos reclamar ahora. Por eso, confiamos que la nueva Ley de asociaciones, sobre la cual se trabaja actualmente, asegure la institucionalización de la nueva subjetividad social y, como es justo, le exija, además, responder a los intereses compartidos de la nación.
10. También podría resultar beneficioso crear garantías para asegurar que si la realidad estableciera el pluripartidismo, este deba ser leal a las entrañas de la cubanidad; y que, ya sea en medio de una pluralidad de fuerzas políticas o ante la existencia de un partido único, estos no puedan secuestrar la soberanía popular.
11. Deberíamos poder llegar, con suficiente claridad, a un momento como el delineado, para entonces finalizar el anunciado proceso de reforma constitucional. No se debe procurar culminar dicho quehacer, sin un camino previo que oriente sobre el futuro de estos aspectos fundamentales.
Cada uno de estos temas exige un análisis intenso y compartido. Aprovecharé la mención de la necesaria reforma de la Ley de asociaciones, para referirme a la cuestión de la sociedad civil, un asunto muy llevado y traído en relación con Cuba. Resulta difícil definir quiénes serían ahora los representantes de la misma. Las asociaciones establecidas, que han participado en el diseño del sistema, conservan vigencia, pero su naturaleza institucional padece de agotamiento, porque dadas las circunstancias históricas y políticas, no siempre han conseguido el justo equilibrio entre la representación de los intereses sociales definidos por las instancias oficiales y los intereses de los sectores que aglutinan. Opino que estas instituciones han de iniciar un sendero de reposicionamiento que les permita recuperar su universo de sentidos. Por otro lado, desde hace años tenemos una realidad nueva, marcada por el quehacer de una multiplicidad de actores y de proyectos autónomos, que en unos casos funcionan en la periferia de la institucionalidad legal, en otros fuera de ella y algunas veces en confrontación directa y vertical con la misma. En tal sentido, los actores y proyectos que hemos alcanzado visibilidad pública durante los últimos años no podemos reclamar el derecho de representar a segmentos sociales, pues ha faltado la posibilidad de legalizarnos, de institucionalizarnos, de trabajar con facilidades para consolidar nuestro desempeño dentro de la sociedad, de apreciar quiénes consiguen o no consolidarse y de conocer finalmente a quiénes la ciudadanía debe alcanzar una interrelación sistemática y positiva entre los representantes y los ciudadanos.
Esto, a su vez, conduce al asunto de los Derechos Humanos en Cuba, tema que muchos incorporan como condición para desarrollar las relaciones bilaterales. Considero que constituye un asunto a dialogar, por su importancia para el desarrollo del sistema político cubano y para la consolidación de nuestra sociedad civil. Sin embargo, al hacerlo hemos de considerar esta problemática atravesada por las circunstancias que han influido sobre la misma. De lo contrario, los juicios podrían resultar errados y se dificultarían las posibles soluciones.
Si apreciamos la actual práctica social en Cuba, podríamos sostener la prevalencia de una concepción que privilegia la igualdad y los derechos sociales. Ambos ideales resultaron ser aspiraciones que no se estimaban suficientemente satisfechas en nuestra época histórica conocida como republicana. Atentaban contra dicho propósito ciertas visiones que, desde sectores influyentes en la Isla y en Estados Unidos, privilegiaban los denominados derechos individuales en detrimento innecesario de los derechos sociales y de la igualdad. El forcejeo entre estas tendencias provocó que con el triunfo de la Revolución, el 1 de enero de 1959 −que contó con el apoyo de amplios sectores populares, ávidos de igualdad y derechos sociales−, comenzara un proceso de exclusión de las visiones liberales y de los mecanismos que le ofrecían poder. Esto favoreció el establecimiento de derechos sociales y de marcos de igualdad. Sin embargo, limitó ciertas libertades, así como las relaciones de la Isla con países importantes. Esto condujo a un modelo de resistencia, pero no a un modelo de desarrollo. Por ello, estamos obligados a completar la obra. Se hace imperioso ensanchar las libertades restringidas y asegurar que a través de ellas no se restablecerá aquel pasado signado por una concepción que legitimaba la desigualdad. Este resulta ser el momento exacto para avanzar cualitativamente en esa dirección, en la búsqueda del mayor equilibrio posible entre la libertad y la igualdad. Tenemos el reto de mostrar caminos que conduzcan a la más justa nivelación de ambas categorías antropológicas.
6. Este proceso, resulta obvio, estará marcado por complejidades sensibles. Por ende, ¿qué errores deben tratar de evitar los gobiernos norteamericano y cubano, y los actores sociales de ambos países, para impedir el fracaso de esta nueva e importante oportunidad?
Aurelio Alonso: Intentar ahora un listado de los errores que se deben evitar de una y otra parte sería una soberana pedantería, y creo que al propio tiempo una perogrullada, por paradójico que se nos antoje. Sería imposible eludir enunciados generales –todos sabemos de qué se trata– e imposible adivinar el dónde, el cómo y el cuándo. Solo para ejemplificar con algunas verdades trilladas yo diría que tendremos que evitar los deslumbramientos de todo tipo, que el impacto del comercio nos haga perder el control nacional de la economía, que los espejismos crediticios empeñen las finanzas del país, y de nuevo la adopción mecánica de otros modelos y experiencias. Precavernos de las reacciones superficiales es importante, sean por precipitación o por prejuicio, y si sigo podría cargar de prevenciones la página. Pero sería inútil hacerlo ahora y así, de esta manera tan metafísica. Claro que no subestimo la importancia del problema y estoy seguro que los economistas de acá y de allá han comenzado a armar modelos de escenarios de acciones y reacciones en la línea de la normalización; espero que con el rigor, la experiencia, la flexibilidad y la responsabilidad deseable. Estoy casi seguro –y quizá ellos también– de que ninguno se cumplirá, sino otros que surjan del choque de las propuestas con las contrapropuestas y de unas y otras con los vericuetos de su concreción. Que habrá opiniones diversas, no me queda duda. Entramos en una nueva etapa del debate y el planeamiento, en la cual no estaremos exentos de nuevos errores, y aseguro que será histórica, ojalá para bien del pueblo cubano. Creo que desde el comienzo se debe buscar un esquema que facilite el máximo de información de los pasos dados y la posibilidad de que la población tenga acceso a las decisiones y no solo al conocimiento a posteriori y al debate de barrio.
Carlos Saladrigas: Empleando posturas y actitudes humildes, sencillas y pragmáticas. Hay que navegar aguas turbulentas en las que enormes riegos nos acechan. Solamente con un sentido común extraordinario que ha de prevalecer por encima de la política, la ideología, el dolor y el orgullo, será posible que los actores sociales de cada país logren mantener el rumbo y el ritmo del diálogo y la negociación.
Esteban Morales: La oportunidad, sin dudas, es única, aunque primero es necesario lograr su concreción para que el restablecimiento de las relaciones se haga una realidad en igualdad de condiciones, con respeto por los intereses mutuos en juego, con el firme propósito de llegar a acuerdos en todo lo que sea posible y posponiendo inteligentemente todo lo que sea necesario madurar más. Se trata de un escenario muy difícil de lograr, pues se han acumulado muchos años de temores, desconfianza y agresividad. Es indispensable entrar al proceso negociador despojados de prejuicios.
La presencia de la solidaridad y de los deseos de paz, con una clara visión de lo que ambos países perderíamos si no logramos lo que nos hemos propuesto, sería algo de gran ayuda. Deben ser evitadas la imposición y el mesianismo. El fenómeno antes descrito tiene una inmensa importancia, no solo para Cuba, sino también para Estados Unidos, quien deberá dar ejemplo de voluntad negociadora con la Isla para su política exterior en el Hemisferio, pues los líderes latinoamericanos y caribeños han tomado a Cuba como el "test case" de la nación norteamericana hacia el área.
No es casual que ya Estados Unidos haya propuesto celebrar reuniones con Bolivia, para reconstruir las relaciones, seriamente afectadas desde el 2008. Por otra parte, Venezuela no ha acumulado aún una cantidad tal de contradicciones con Estados Unidos que no sean posibles de solucionar en un tiempo relativamente breve.
La política norteamericana debe reaccionar estratégicamente viendo el hemisferio de conjunto y no solo a Cuba. Cada país debe tratar de sacar provecho de esa actitud negociadora de Estados Unidos.
Michael Bustamante: Repetiré algo sencillo que está implícito en mis otras respuestas: la necesidad de evitar reacciones precipitadas ante cualquier piedra en el camino. Conducir las relaciones diplomáticas a largo plazo requerirá paciencia y la voluntad de buscar soluciones en instancias de conflicto, además de la sofisticación para no tirar más piedras en el camino y no tomar cualquier crítica del otro lado como un insulto sin base. Si bien hay toda una historia de negociaciones prácticas y secretas "detrás del telón" durante el último medio siglo, lo novedoso de la coyuntura nueva será la necesidad de sortear cualquier escollo bajo los reflectores constantes de los medios, donde la preocupación por guardar las apariencias puede ser una espada de doble filo.
Roberto Veiga: Debemos conseguir una relación bilateral signada por políticas que destierren la hostilidad vivida durante este medio siglo, sin incurrir además en los graves errores cometidos antes de 1959. A finales del siglo XIX, Estados Unidos desplegó un quehacer político y militar, muy controversial pero importante, que contribuyó al derrocamiento de las tropas españolas en la Isla. Una vez ganada la guerra intervinieron positivamente en el desarrollo de varios ámbitos de la sociedad cubana, por ejemplo: la economía, la educación, la construcción, la salud, etcétera. Como consecuencia, Estados Unidos logró mucha influencia y poder dentro de Cuba, que no siempre manejó con honestidad y justicia. En tal sentido, en ocasiones llegaron a violentar de manera excesiva e insensible la soberanía cubana, y eso condujo a la hostilidad y, cuando se llegó a los extremos, a la ruptura.
Teniendo en cuenta esa experiencia, debemos desear que Estados Unidos no cometa de nuevo estos errores. Sin embargo, podemos intuir que muchos norteamericanos satisfarán este anhelo, este reclamo, y contribuirán al desarrollo de una relación bilateral sana y a una presencia positiva en la Isla; pero también sabemos que otros no serán tan consecuentes e incluso desarrollarán bases sociales en la Isla dispuestas a proteger sus intereses. Esto, no cabe dudas, será considerado como un peligro por muchos cubanos.
No obstante, la sociedad cubana y el gobierno del país, no deben temer en demasía ante esta posibilidad. Los riesgos reales y los consecuentes temores, deben ser considerados únicamente como la mera cizaña que siempre crece dentro de un buen campo de trigo. Siguiendo esta nueva metáfora, debemos arrancar con cuidado la mala yerba para procurar así no dañar la siembra y por ende lograr una buena cosecha. Por tanto, ante los potenciales peligros, hemos de concentrarnos en intentar que las relaciones con Estados Unidos tributen al robustecimiento, de manera aguda y expedita, de los sostenes de la soberanía nacional, que son: la educación y la cultura del pueblo, una economía orientada al desarrollo y al bien común, y un modelo socio-político eficiente. Para conseguirlo, necesitamos de actores preparados que conduzcan estos procesos, pero además, estamos obligados a empoderar al máximo a la ciudadanía y a facilitarle el crecimiento de la sabiduría y la sensibilidad política. Solo entonces podremos alcanzar la mayor armonía posible entre la soberanía nacional y la ciudadana, y lograremos disfrutar de tranquilidad a pesar de las múltiples influencias poderosas que puedan provenir desde cualquier país. Debemos tener la oportunidad de probar que somos capaces de lograrlo.
Por otro lado, los gobiernos de los dos países, así como las personas e instituciones de ambas sociedades que buscan el entendimiento, deben estar alertas ante los múltiples obstáculos y las innumerables provocaciones que diseñarán y ejecutarán quienes, ya sea en una u otra de las partes, se empeñarán en hacer fracasar el proceso recién iniciado.
7. En este momento se han abierto las puertas a un escenario clausurado por más de medio siglo. Por tanto, a partir de ahora, la multiplicidad de actores de ambos países podrá encontrarse e interactuar adecuadamente en el diseño y en la práctica de un universo novedoso de relaciones que debe estar signado por el respeto, el diálogo, la creatividad, la colaboración y la paz. ¿Cómo estamos preparados los cubanos, la institucionalidad del país, los dirigentes de todos los segmentos nacionales y las autoridades de la Isla, para sostener este reto y hacerlo tributar a favor del desarrollo de Cuba en todos los ámbitos?
Aurelio Alonso: Tal vez lo más importante de esta pregunta radica en la afirmación de ustedes que la precede. Se intensificará poco a poco, como han dicho, el reencuentro en «un universo novedoso de relaciones»; signado también por las conocidas cercanías culturales, emocionales y geográficas entre nuestros dos países. La geografía no se reduce a formas, tamaños y distancias físicas: es una colocación cargada de significados históricos que, bien digeridos, bastarían para identificarnos. La pregunta sobre si estaríamos preparados para el reto de la normalización, y cómo, yo también me la he hecho muchas veces durante más de dos décadas. Ahora que, como dices, «se han abierto las puertas» que hacen pasar la pregunta del plano teórico al de la práctica, intento resumir el resultado de mis reflexiones. La primera es que no se trata de una pregunta superflua, sino imprescindible y legítima, central en este instante de despegue para guiar la conducta cubana ante el reto abierto. La segunda es que toca a todas las instancias protagónicas que señalas: instituciones políticas y civiles, autoridades de todo tipo y, por encima de todo, al pueblo. Para ahorrar palabras ahora, yo concluyo, finalmente, con una respuesta afirmativa. No porque crea tener o atisbar previsiones proféticas sino por una simple razón histórica: los pueblos siempre demuestran estar preparados para los grandes cambios cuando se producen en la dirección deseada. No lo están cuando es al contrario. Cuba no estaba preparada para el derrumbe del socialismo soviético, aunque desde aquí no hayan faltado miradas críticas y hasta alguna previsión de fracaso. Así y todo se sobrepuso como pudo. Para esta normalización de relaciones con los Estados Unidos se prepara desde hace al menos veinticinco años y hoy es evidente que está más dispuesta que nunca; en la medida de lo posible, en el plano institucional y en el de los actores políticos; como pueblo también, y esto será al fin lo que va a aportar la prueba decisiva. No será una ruta lineal, probablemente no dejen de interceder negativamente los excesos, tanto los de entusiasmo como los de reservas, las ingenuidades y los prejuicios. Habrá que afinar la capacidad de previsión pero también la de reaccionar ante lo inesperado, y aprender incluso a construir sobre la incertidumbre.
Carlos Saladrigas: Coincido plenamente con la enormidad del momento. Escenarios no previstos con anterioridad ahora se hacen posibles. Queda ver si sabremos aprovecharlos o si el inmovilismo que ha caracterizado el pasado siga afectándonos.
Yo veo dos temas paralelos pero vinculados. Uno es el diálogo y el desenlace del diferendo entre Cuba y los Estados Unidos, pero el otro es la resolución del diferendo entre los cubanos y la reunificación de la nación en pos de un porvenir distinto y mejor.
Respecto a la relación bilateral entre Estados Unidos y Cuba, todavía queda vigente la ley Helms-Burton, que mantiene sanciones onerosas sobre la Isla y sigue posicionando el vínculo entre los dos países en un escenario de hostilidad.
Aunque el marco político que sostiene esa legislación ha quedado debilitado, los resultados electorales del pasado mes de noviembre auguran una situación política en el Congreso norteamericano que pudiera favorecer a los sectores inmovilistas de los Estados Unidos. Por eso es preciso y urgente avanzar y profundizar en la nueva relación establecida y que Cuba demuestre el deseo de producir los cambios que el nuevo escenario facilita y posibilita.
La continuidad de avances en la relación bilateral, la profundización de las transformaciones en Cuba, y la reinserción plena del archipiélago en los organismos multilaterales, crearían una situación de disensión, y casi asegurarían la derogación de tan dañina legislación, antes de que termine el mandato del presidente Obama.
No obstante, pasos concretos para reunificar la nación cubana, suavizar y eliminar años de exclusión y hostilidad fraternal y crear espacios de diálogo, en los que todos encontremos oportunidades de colaborar para la creación de un futuro distinto y mejor, con una economía creativa, equitativa y pujante, resultarían en el mejor espaldarazo que se le pudiera dar al avance del progreso económico y social de Cuba, con consecuencias colaterales beneficiosas para normalizar en su totalidad la situación entre los dos países.
Si bien los presidentes Obama y Castro han abierto las posibilidades de nuevos escenarios para Cuba y Estados Unidos, es nuestra responsabilidad como cubanos la de crear nuevas posibilidades para Cuba como actores nacionales de un país soberano, libre, justo e incluyente. Es cierto que los actores sociales tenemos que demostrar la voluntad y el deseo de un acercamiento a través del diálogo, la interacción y la buena voluntad, pero también es verdad que sin la voluntad de la dirigencia del país, poco o nada se podrá lograr. El peso de la responsabilidad cae sobre todos los cubanos, pero proporcionalmente es mayor sobre los más poderosos.
Esteban Morales: Muy pocos en Cuba están preparados para asimilar el modo de relaciones con Estados Unidos, pero yo me pregunto ¿y Estados Unidos está preparado? Ambos países deberán actuar sobre la base de tratar de olvidar como fueron las que ahora pudiéramos considerar como viejas relaciones y buscar espacios nuevos para utilizar lo que tenemos en común y exaltarlo en el discurso político, el diálogo cultural, académico, científico, religioso, tecnológico y económico.
No obstante, es evidente que durante estos más de 50 años, Cuba ha creado potencialidades que le permiten mantener intercambios con la sociedad estadounidense. Los viajes han ayudado mucho a entender lo que tenemos en común. El norteamericano que viene a Cuba, por lo general, queda asombrado por la hospitalidad; también muchos regresan molestos con el bloqueo, no porque no puedan gastar más, sino por observar las limitaciones que este impone a los cubanos de a pie.
No olvidemos que Estados Unidos desempeñó un papel muy importante en que la Modernidad llegara a Cuba, por eso compartimos muchas cosas dentro de nuestras idiosincrasias.
Sin embargo, antes de que esa Modernidad llegara a la Isla se creó una conciencia antiimperialista, fraguada en medio de tres guerras de Independencia, que permitieron a Cuba forjarse políticamente un carácter y una idiosincrasia propia.
En la Isla no puede ocurrir lo que en la antigua Unión Soviética, cuando vieron al pato Donald y se deslumbraron. Nuestro país ha vivido permanentemente bajo la influencia de la sociedad norteamericana; ello ha tenido su lado negativo, pero también positivo, al hacer del ciudadano cubano un individuo preparado para asimilar la batalla ideológica y cultural, apreciar sus valores propios, y defender sus intereses, algo que se ve aun en los cubanos que han decidido emigrar.
No hay nada más difícil para un norteamericano que responder a la pregunta de ¿qué es típicamente norteamericano? Interrogante a la que el cubano responde con mucha facilidad.
Ha sido Estados Unidos el que ha resultado aislado en su política hacia Cuba, y Cuba quien más ha influido en cambiar la visión sobre ella en los Estados Unidos.
Las administraciones norteamericanas no han logrado aislar a Cuba a nivel internacional, ni tampoco en la propia sociedad norteamericana. Desde una perspectiva económica, existen condiciones para que el acercamiento sea un proceso relativamente rápido.
No obstante, Cuba debe trabajar para mejorar ciertos aspectos de su sistema político, principalmente, algunas formas de conducción de su democracia, creando mejores condiciones para tomar en consideración las diferencias de opiniones, lo cual no quiere decir hacer concesiones a la disidencia política.
Como ya lo dijo el compañero Raúl Castro, si en Cuba hay un solo partido ese debe ser el partido más democrático del mundo. Cuba debe enfrentar con valentía e inteligencia el intercambio informativo y el fenómeno de Internet, aprovechando todas sus capacidades técnicas para que el ciudadano de la Isla acceda a las distintas esferas de información. En el mundo de hoy no es posible librar el enfrentamiento ideológico con limitaciones o prohibiciones informativas.
Michael Bustamante: Como gringo medio aplatanado, o cubano-judío-americano, cuyo acercamiento a la parte caribeña de su identidad fue postergado por accidentes de la vida, prefiero responder por el otro lado de la moneda: es decir, cómo están preparados los Estados Unidos y los estadounidenses para enfrentar la nueva coyuntura referida. Francamente, desde mi posición en estas semanas en una ciudad en Estados Unidos, me es más fácil responder a esta otra cuestión, y creo que también es importante para el debate.
Como era de esperar, los pronunciamientos del 17 de diciembre inundaron los medios de comunicación por todo el mundo. Pero no más de 24 horas después, el artículo principal de CNN.com (uno de los canales más importantes a nivel nacional) llevaba el título: "The wait for Cuban beaches and rum continues" ("La espera para las playas y el ron cubanos continúa"); como si el lugar donde los norteamericanos pueden ir de vacaciones, y la bebida con la que pueden emborracharse, fuesen los aspectos más trascendentales de los acuerdos logrados.
Un día después, estuve conversando con un productor de un canal de televisión norteamericano, que había mandado a uno de sus periodistas más conocidos a La Habana para recoger opiniones sobre los anuncios. Quería verificar con alguien, más o menos conocedor del tema, si algunas de las cosas que pensaban decir en su reporte eran correctas o no. Y tuve que responder a cuestiones como: si Cuba se comparaba con Corea del Norte como sociedad cerrada. Imagínense lo difícil que fue tratar de explicar a un productor de televisión en Estados Unidos que, pese a las todavía frustrantes e inaceptables limitaciones para el acceso a Internet en la Isla, se ponen episodios de "Friends" en la televisión nacional, o que mis amigos en La Habana, contra viento y marea (o sencillamente por "el paquete"), han visto más episodios de "Juego de Tronos" que yo. La sociedad transnacional cubana actual es demasiado compleja para la cultura del soundbite. Y es más fácil reproducir la vieja e insultante imagen de sociedad "congelada en el tiempo", que adentrarse en las zonas grises de un país con 11 millones de personas.
Para clarificar: pienso que los norteamericanos deben tener el derecho de ir de vacaciones donde quieran. Y no todos los reportes periodísticos se han caracterizado por el mismo nivel de pobreza intelectual. Pero si bien se empieza a poner fin a una de las más vilipendiadas políticas asociadas con el "imperialismo norteamericano," en la nueva coyuntura temo que ganen fuerza otras formas preocupantes de dominación, al menos discursivas −las que asocian a Cuba nada más que con playa, ron, y mulatas, una "jungla" de antigüedades y cuerpos pintorescos; perfectas para aliviar nuestra condición posmoderna de desarraigo, de alienación de "lo real" (aun si en Cuba solo encontremos otro parque de atracciones). Nada de esto es nuevo, por supuesto. El turismo europeo ha vivido de esta estrategia de marketing por años (de la cual el Estado cubano ha sido cómplice), y desde los años 90, libros publicados incluso en Estados Unidos, han insistido erróneamente en promover la imagen de los cubanos como piezas en un museo de la Guerra Fría. Pero este tipo de "ombliguismo", quizás previsible o inevitable hasta cierto punto, tiene su contraparte en otro plano: la tendencia de pintar la Isla como un blank slate, un territorio donde hay que empezar de cero; como si Cuba no tuviera historia, y como si la cadena de hoteles Marriot, la corporación agrícola Cargill, o la PepsiCola, pudieran conquistar un territorio virgen donde no hubiera presencia de capitales europeos, canadienses, chinos, y latinoamericanos durante años; para no hablar de los deseos, intereses, y esperanzas de los cubanos trabajadores y emprendedores, que deben primar. Hay un clamor por ir a Cuba "antes de que cambie" o de cambiarlo todo −lo cual equivale en el imaginario norteamericano a una supuesta inundación de McDonald's y Starbucks. Ambas visiones, opuestas en teoría, tratan a la Isla nada más que como un laboratorio para fantasías foráneas.
Rápidamente creo que los CEO se darán cuenta de que su día −el que "viene llegando," según pronostica la canción de Willy Chirino−, todavía está lejos. El grueso del embargo, después de todo, se mantiene en pie; e incluso la nueva Ley de Inversión Extranjera en la Isla no ha dado muchos frutos todavía. Me gustaría creer que nuestros oficiales en Washington, D.C., son capaces de pensar en términos no tan maniqueos.
En la medida de lo posible, creo que toca a los académicos, artistas y escritores en Estados Unidos con alguna conexión con Cuba, ayudar a ofrecer otra imagen de la Isla, de sus riquezas y penurias, y sobre todo, de la dignidad de su gente. Tal vez equivale a una tarea de Sísifo, pero el primer paso hacia el respeto mutuo debe ser el conocimiento.
Roberto Veiga: Estoy seguro que asumiremos dinámicas complejas e intensas, tanto en las relaciones entre cubanos como en los vínculos internacionales, en especial con Estados Unidos. Tampoco podemos afirmar que poseemos la experiencia suficiente para tomar con certezas esos nuevos caminos. Sin embargo, esto no debe preocuparnos demasiado, pues la experiencia resulta una gran riqueza, pero no constituye la única garantía del éxito. Incluso, en ocasiones pudiera ser mejor ocuparse de las nuevas realidades sin las costumbres anquilosadas que pueden resultar de la acumulación de prácticas pasadas.
Por otro lado, tenemos la satisfacción y la confianza de que Cuba disfruta de una ciudadanía que, por lo general, posee educación, actitudes solidarias, inteligencia y disposición para el emprendimiento; y se empeña en desear una sociedad próspera que garantice espacios para todos y asegure el bienestar de cada cubano. Estas cualidades son suficientes para procesar cualquier impacto que desamarre los nudos que han comprimido nuestras posibilidades de avance, y aprovecharlo para conseguir un país mejor. Espero que el presidente Raúl Castro continúe dando pasos para facilitar este sendero de esperanza.
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