Por: Frei Betto
Dos obsesiones han movido a la diplomacia cubana en las últimas décadas: liberar a los cinco cubanos presos en los EE.UU. desde 1998, acusados de espionaje, y lograr la suspensión del bloqueo.
Éstos han sido los temas recurrentes de Fidel y Raúl al recibir en La Habana al papa Juan Pablo 2° (1998) y a Benedicto 16 (2013). El primero sufrió todo tipo de presión de parte de la administración Clinton para no ir a Cuba y, en caso de que fuera, condenara públicamente el socialismo, como había hecho en su viaje a Polonia en 1979.
Juan Pablo 2° no sólo visitó Cuba sino que estuvo allí cuatro días, sintonizó con Fidel Castro y elogió públicamente las conquistas sociales de la Revolución.
Benedicto 16 también decepcionó a la Casa Blanca al visitar Cuba en marzo del 2013. En ambas visitas fui invitado a asesorar al gobierno cubano para "descifrar" el lenguaje pontificio, tanto en los discursos como en los gestos.
En el viaje de Juan Pablo 2° conté con la colaboración de Leonardo Boff y Pedro Ribeiro de Oliveira, del Brasil; de Julio Girardi, italiano; y de François Houtart, de Bélgica. Éste había sido colega de seminario de Karol Wojtyla, en Roma, y lo había recibido en Bruselas con motivo de unas vacaciones de verano.
La simpatía del papa Francisco por Cuba se debe a los obispos de la isla. Los papas, por principio, en las relaciones con un país, tienden a ponerse del lado de la conferencia episcopal local. En Cuba la Iglesia Católica se opuso a la Revolución, al contrario de las iglesias protestantes, casi todas ellas de origen estadounidense.
La tensión entre la Iglesia Católica y el Estado empezó a aflojarse en Cuba a partir de 1985, cuando se publicó en la isla el libro Fidel y la religión, conteniendo la entrevista en la cual el Comandante, recordando su formación católica, habló positivamente de la religión.
La entrevista originó dos cambios significativos: en la Constitución del país, eliminando el carácter ateo del Estado e introduciendo el carácter laico; y el Estatuto del Partido Comunista, que ya no condicionó a sus afiliados a declararse ateos y pasó a aceptar en sus filas militantes creyentes.
A partir de ahí progresó la aproximación de la Iglesia Católica con la Revolución, hasta el punto de que la conferencia episcopal condenó el bloqueo (y convenció a Benedicto 16 a hacerlo también) y aceptó mediar en la liberación de los presos cubanos autorizados a dejar el país, actitudes que irritaron a los anticastristas de Miami.
Pero Cuba y Estados Unidos siempre mantuvieron relaciones. Delegaciones diplomáticas de ambos países funcionaron en Washington y La Habana. Parlamentarios y empresarios estadounidenses visitaban La Habana, llevando recados de la Casa Blanca, y amigos de Cuba, como Gabriel García Márquez, hacían de puente entre los hermanos Castro y los presidentes de EE.UU. Quizás un día se conozca la correspondencia secreta mantenida entre los jefes de Estado de los dos países.
En el 2011 los EE.UU. liberaron a dos de los cubanos presos. El papa Francisco, convencido de la inocencia de los Cinco y de la insensatez del bloqueo, entró en escena desde que asumió su pontificado.
Han sido numerosos los mensajes entre El Vaticano-Washington-La Habana en los meses que precedieron al 17 de diciembre, cuando Obama liberó a los tres cubanos que aún estaban presos y anunció una política más flexible en las relaciones con Cuba, la reapertura de las embajadas en ambos países y admitió el fracaso del bloqueo ("el asilamiento no funcionó")..
Ahora le toca al Congreso de los EE.UU. suspender el bloqueo. El Papa ya no necesita presionar en ese sentido. Los intereses comerciales ya cuidarán de ello.
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