El éxito de la película Conducta, del director Ernesto Daranas, ha puesto en el centro de todas las miradas a un trabajador humilde, sacrificado y no suficientemente reconocido en Cuba: el maestro.
Carmela, una de las protagonistas del filme, es una maestra de la enseñanza primaria, que tiene que lidiar cada día con alumnos con disímiles conflictos, en un barrio problemático.
Casi todos los espectadores se solidarizaron con la maestra, que contra viento y marea defiende la labor educativa que realiza todos los días en su aula, en un ejercicio ejemplar de dedicación, entrega y compromiso.
Pero en Cuba, ahora mismo, hay muchas Carmelas.
A lo largo de todo el país, miles de maestros y profesores acuden todos los días a las escuelas, para asumir una de las más complejas y vitales tareas de la sociedad: preparar a los niños y jóvenes.
En Cuba todos los niños van a la escuela, vivan donde vivan, independientemente de la situación económica de sus familias.
La cobertura educacional primaria es absoluta. La enseñanza secundaria también está extendida: la gran mayoría de los niños que culminan la primaria continúan estudios.
Organizaciones internacionales, particularmente la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura (Unesco), han reconocido los logros de Cuba en el sector.
Cuba fue el primer país de América Latina en declararse libre de analfabetismo, los índices de aprovechamiento escolar están entre los más altos del continente.
Hay un sistema perfectamente consolidado de enseñanza especializada: escuelas para niños con dificultades y demandas específicas, escuelas de arte y deportes, escuelas de oficios...
El acceso es gratuito en todos los niveles, obligatorio hasta secundaria.
En la base de ese entramado está el maestro, principal garantía del proceso educativo.
Pero la crisis económica de los últimos años ha impactado de manera significativa en el sistema de educación cubano. Está claro: el nivel no es el de hace 25 años.
Aunque el estado dedica gran parte del presupuesto nacional a la enseñanza, parece insuficiente.
Los maestros, que en buena medida son profesionales graduados en universidades pedagógicas, están mal pagados.
El resultado está a la vista: la competencia de algunos de ellos es dudosa, el oficio no siempre está sustentado por la vocación y la capacidad.
No son muchos los estudiantes de excelente aprovechamiento en el preuniversitario que asumen carreras pedagógicas.
Para maestros y profesores suelen estudiar alumnos que por sus notas en los exámenes de ingreso a la educación superior no pudieron acceder a otras carreras.
El éxodo de profesionales de la educación a otras ramas con mejores salarios es una realidad que golpea, pero perfectamente comprensible.
En mi casa tengo un ejemplo: mi hermano era profesor de historia en un instituto; ahora trabaja en una empresa de construcción para el turismo. Gana casi el triple de lo que recibía cuando estaba en el aula.
Hace falta mayor compromiso de nuestros maestros, pero es difícil demandar ese compromiso si los salarios son bajos.
Además, a diferencia de otros profesionales, los maestros y profesores difícilmente puedan acceder al pluriempleo, pues tienen que permanecer toda la jornada en sus puestos de trabajo.
Así y todo, en las escuelas también hay excelentes profesionales, buena parte de ellos con muchos años de experiencia, convencidos de la gran importancia de su labor.
Mi madre, que ahora está jubilada, fue maestra primaria durante casi cuarenta años. Fue una buena maestra, reconocida por alumnos y padres. Muchos hombres y mujeres, hechos y derechos, la detienen en la calle y le agradecen las lecciones que les ofreció en sus clases.
Pero muchos niños no tienen la suerte de contar con buenos profesores y sus padres acuden a una figura emergente: el repasador, maestros casi siempre retirados que cobran por sus clases particulares, en sus casas, después del horario escolar.
La nación tiene una deuda enorme con sus maestros y es opinión generalizada: hay que encontrar maneras efectivas de saldarla.
Los médicos, enfermeros y todo el personal de la salud pública han sido beneficiados con un aumento en los salarios, que aunque no está a la altura de las necesidades del sector, es un incentivo.
Los maestros esperan por una reforma salarial, que resulta más compleja. Téngase en cuenta que los mayores ingresos al presupuesto nacional vienen precisamente de la colaboración médica cubana en el extranjero.
La educación, necesariamente, seguirá siendo subsidiada. Aparentemente, no es una actividad que ingrese recursos.
Pero solo aparentemente. En realidad la escuela está en el principio de todo. Sin una educación integral, contundente, es imposible contar con buenos profesionales y técnicos.
Cuba cuenta ahora mismo con una fuerza laboral de alto nivel, potencial indudable para futuros empeños. Hay que agradecerla, en grandísima medida, a las legiones de maestros de las escuelas primarias y secundarias.
Y hay también otra dimensión, no menos importante: la formación de valores. Aunque la responsabilidad mayor la tiene la familia, el maestro es —tiene que ser— un actor imprescindible en ese proceso.
Somos testigos de demasiadas manifestaciones de pérdida de valores, que nada tienen que ver con el proyecto de país que hemos soñado.
Más reconocimiento al maestro, moral y material. Ojalá que en todas las aulas hubiera maestras como Carmela, la protagonista de Conducta. Cuba lo necesita.
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