La lucha contra la corrupción en Cuba ha demostrado ser una carrera de resistencia, en la que cada etapa vencida abre nuevos y más difíciles retos. Es como abrir una matrioska rusa pero con la diferencia de que cada nueva muñeca es mayor que la anterior.
La Contraloría hace un esfuerzo descomunal pero se enfrenta a un silencioso ejército de funcionarios venales y/o incapaces, unidos entre sí por intereses económicos comunes. Entre ellos se protegen y se rescatan cuando van siendo "tronados".
Esa es la razón por la que la Contralora General se queja de que algunos ineptos destituidos le reaparecen 6 meses después en cargos de dirección de otra empresa. La red de solidaridad entre ellos viene de lejos y surgió con el fin de esquivar la regla del nepotismo.
El dirigente "X" no puede tener trabajando a su hijo o esposa con él por lo que el dirigente "Z" los ubica en un buen puesto de su área de trabajo. Por su parte "X" le retribuirá enchufando a los familiares y amigos de "Z" en lugares donde haya divisas, viajes y gasolina.
La mayoría de los enchufados se convierten en cómplices y facilitadores de su enchufador. Así "X" y "Z" se rodean de un grupo de dirigentes incondicionales que funcionan como cortina de humo cuando llega la fiscalización o la auditoría del Estado.
Atravesar semejante muralla no es una tarea fácil para la Contraloría, a pesar de lo cual ha tenido importantes éxitos. Sin embargo, podría tratarse de victorias pírricas porque la corrupción, como el marabú, vuelve a crecer en el mismo sitio y con igual fuerza.
Los canales que un día sirvieron para conocer la realidad de cada empresa cubana –sindicatos, el núcleo del Partido o la UJC- hoy forman una piña con la administración, tapando ineficiencias, obviando errores y a veces hasta ocultando corruptelas.
Solo así puede explicarse que murieran de hambre y frío una treintena de pacientes del psiquiátrico sin que ninguna de estas organizaciones diera la alarma, informando por sus canales que se estaban robando los alimentos y los abrigos de los enfermos.
Sin embargo, la gente común, el cubano de a pie, el trabajador simple de la fábrica, si saben lo que ocurre en cada lugar, conocen los disparates que se hacen en su empresa, cuanto se roban, como lo hacen y, sobre todo, quienes son los que roban.
Pero ellos no tienen un canal que les permita transmitir la verdadera situación de su centro de trabajo. Conozco a una joven cubana que denunció ante su dirigente sindical algunos problemas de la fábrica y el mismo día fue llamada por el director para "regañarla".
Y no solo les pasa a los trabajadores, algunos directivos de empresas estatales son veladamente amenazados por funcionarios de las importadoras para obligarlos a hacer negocios con los proveedores extranjeros que les pagan comisiones por debajo de la mesa.
Cada vez que alguien quiere poner el dedo en la llaga los "tiburones" les muestran los dientes. Así alguna gente ha aprendido a callar y mirar hacia otro lado a cambio de que los grandes escualos de su empresa se bañen pero lo salpiquen un poco.
Esta situación no es responsabilidad de los trabajadores, ellos solo se han adaptado lo mejor posible a los mecanismos económicos establecidos por el gobierno, a los dirigentes nombrados por el gobierno y a los salarios decretados por el gobierno.
Pero mucha gente común odia al funcionario corrupto y desprecia al dirigente incapaz. Están mudos solo porque se han quedado sin altavoz, desconfían de los canales existentes y temen represalias si sus jefes se enteran de donde vienen las críticas.
Me decía un guajiro que el marabú solo se controla con dos dedos, los del campesino que cada día arranca los nuevos brotes. Así mismo, mientras los canales no funcionen, el cubano de a pie no se sumará al deshierbe y los terrenos que se limpian, seguramente, volverán a contaminarse.
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