Ahora, la activista y senadora de 56 años podría transformarse en la próxima presidenta de Brasil.
Las encuestas indican que Silva cuenta con los votos suficientes para forzar una segunda vuelta contra la actual mandataria, Dilma Rousseff, en las elecciones previstas para el 5 de octubre e imponerse en los comicios que tendrían lugar tres semanas después. Se trata de un giro radical frente a la situación de hace apenas unas semanas, cuando Rousseff parecía encaminarse a su reelección y Silva ni siquiera era candidata. Silva, no obstante, se ha disparado en los sondeos desde que reemplazó al candidato del Partido Socialista que falleció el mes pasado en un accidente aéreo.
El ascenso de la candidatura de Silva acarrea enormes incertidumbres para la séptima economía del mundo, y la mayor de América Latina, en un momento en que afronta las consecuencias del final de un período de prosperidad caracterizado por un auge en los precios de las materias primas que duró varios años. Sus partidarios aseguran que Silva es la reformadora que se necesita para erradicar el amiguismo y otras patologías políticas que han entorpecido el desarrollo de Brasil. Sus detractores, en cambio, la consideran una política inexperta que será presa fácil del sistema multipartidista darwinista del país.
"Ella aprovecha una gigantesca ola de descontento con un sistema político que todos concuerdan debe ser reformado, pero hay grandes interrogantes sobre si cumple las condiciones para gobernar el país", afirma Tereza Cruvinel, analista política y escritora de Brasilia.
La candidatura de Silva también ha canalizado la ansiedad de los electores en medio de un brusco giro en las perspectivas del país. En 2010, el Producto Interno Bruto creció 7,5%, generado una gran dosis de optimismo. Pero la economía se ha estancado desde entonces y este año entró en recesión. Cerca de un millón de brasileños salió a las calles en 2013 para protestar contra una amplia gama de asuntos, desde la corrupción y la mala calidad de los hospitales a los US$11.500 millones que costó organizar el Mundial de fútbol de 2014.
Su carrera como una persona alejada de los círculos tradicionales de la política y su promesa de una "nueva política" ha resonado con los electores que ansían un cambio. Silva sería la primera presidenta brasileña de raza negra, todo un hito para el último país del hemisferio en abolir la esclavitud en 1888. Su ascenso desde la pobreza, Silva aprendió a leer durante su adolescencia y llegó a trabajar como empleada doméstica, toca una fibra sensible con los más desposeídos. Silva también sería la primera mandataria evangélica elegida en el país de mayor población católica del mundo.
"Quien va a ganar no son las viejas posturas, sino las nuevas posturas" dijo la candidata socialista en un debate televisado realizado el 1 de septiembre. "Es fundamental que cada brasileño no pierda las esperanzas… Quiero ser presidenta de Brasil para que usted vuelva a participar de la política". Ella ingresó a la política en la Amazonía al lado del activista ambiental Chico Mendes, cuyo asesinato en 1988 ayudó a impulsar el movimiento ambientalista global.
El hecho que Silva pueda montar una campaña anti-sistema contra una candidata del izquierdista Partido de los Trabajadores demuestra lo mucho que ha cambiado el escenario político desde que la democracia regresó a Brasil en 1985. Silva fue, en su momento, miembro del Partido de los Trabajadores. Pero la colectividad de Rousseff ya lleva 12 años en el poder, un lapso que se ha visto manchado por escándalos de corrupción, el estancamiento de la economía y el alza de la inflación. Silva se desafilió del Partido de los Trabajadores en 2009.
La campaña de Rousseff ya inició el contraataque. Un anuncio retrata a Silva como una soñadora carente del apoyo político necesario para gobernar, al igual que otros presidentes brasileños que fueron derrocados en golpes de Estado o renunciaron en medio de escándalos de corrupción.
"Soñar es bueno, pero en las elecciones hay que votar con los pies en la tierra y volver a la realidad" dice la propaganda política. "Sin apoyo en el Congreso, es imposible asegurar un gobierno sin crisis institucionales", agregó la propia Rousseff en el debate presidencial.
Mostrar a Silva como una persona no apta para la presidencia se ha vuelto el eje de la campaña de Rousseff. Silva asumiría el cargo con el respaldo de un partido pequeño con una minoría ínfima en un Congreso dividido entre tres grandes partidos y constelaciones de entidades diminutas. Dos de los tres partidos importantes apoyan a Rousseff. Para gobernar, Silva tendría que forjar una coalición y seguir políticas en concenso. La candidata, no obstante, a menudo ha optado por no negociar y mantenerse fiel a sus principios, una característica que deleita a sus partidarios e irrita a sus críticos.
Su plataforma de campaña combina medidas económicas ortodoxas, como la reducción de la deuda y los controles de precios y la creación de un banco central independiente, con una dosis alta de ecologismo, con iniciativas como fortalecer la energía eólica e incorporar los costos medioambientales en la construcción de grandes proyectos.
Una de sus ideas centrales es la reforma de un sistema político donde los presidentes pueden comprar votos al conceder puestos claves en agencias del gobierno a partidos minoritarios, dice Maria Alice Setúbal, heredera de la familia que controla el grupo financiero Itaú Unibanco ITUB4.BR -1.85% y una de las principales defensoras de Silva.
La candidata no es ninguna novata en las lides políticas. Obtuvo el tercer lugar con 20 millones de votos liderando al Partido Verde en los comicios de 2010, fue senadora y ministra de Medio Ambiente.
También es una mujer que ha superado grandes adversidades. Nació en Acre, un estado del Amazonas que en los años 60 estaba prácticamente aislado del resto del mundo. Silva relata en su biografía que se enteró del asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy, ocurrido en 1963, al leer una revista vieja en 1968.
"Vivir en la selva te da otra perspectiva, el mundo se ve de una manera más humana y conectada. Marina posee eso", dice Elson Martins, un periodista de Acre que se crió en los campamentos de caucho y luchó junto a Silva y el líder ecológico Chico Mendes, quien fuera posteriormente asesinado, contra la deforestación en los años 70 y 80.
Tres de sus once hermanos fallecieron, dos de ellos a causa de la malaria. La propia candidata sufrió varios brotes de malaria, hepatitis y otras enfermedades tropicales.
Una de sus fuentes de apoyo fue Dios, dicen sus familiares. Silva dejó los campamentos de caucho durante su adolescencia y se trasladó a Rio Branco, la capital del estado, para dejar atrás las enfermedades y con el sueño de ser monja. Luego dejó la Iglesia Católica y es miembro del grupo evangélico Asambleas de Dios.
Su fe la ayuda a captar votantes entre el creciente grupo de evangélicos en el país. "Dios es uno de sus principales asesores y, a veces, eso significa que tenemos que tener paciencia", reconoce un funcionario de su campaña.
Pero en medio de la campaña presidencial cuesta detectar rasgos de su pasado como picadora de caucho. Silva es hoy más conocida como una lectora voraz que a menudo sale de su oficina con un libro en la mano. Escribe poesía y salpica sus discursos con referencias a escritores y filósofos. Una frase del poeta y novelista francés Víctor Hugo se ha vuelto, en la opinión de algunos de sus asesores, en un lema de su campaña: "Nada más en el mundo… es tan poderoso como una idea cuyo tiempo ha llegado".
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