por Guillermo Rodríguez Rivera, Blog Segunda Cita
En unos pocos días el pueblo brasileño tendrá que enfrentar una de las encrucijadas más importantes de su historia.
Después de tres períodos de gobierno popular (dos de Lula y un tercero de su sucesora Dilma), el próximo 5 de octubre deberá concurrir a las urnas para optar entre varios candidatos a regir un nuevo período presidencial, pero son solo dos las que todos los analistas han definido como competidoras con oportunidad de vencer: la presidenta Dilma Roussef, que aspira a un nuevo período de gobierno para el PT, y la socialista Marina Silva, que muchos valoran como posible ganadora de efectuarse una segunda vuelta electoral.
Marina Silva, mestiza y de origen humilde, fue militante del Partido de los Trabajadores, llegando a ocupar el ministerio de asuntos medioambientales bajo la presidencia de Lula. Por criterios encontrados con el presidente en torno al destino de la Amazonía brasileña, Silva no solo abandonó la cartera ministerial que desempeñaba sino el mismo Partido de los Trabajadores en el que hasta entonces había hecho su vida política. Se hizo líder de un partido ecologista que levantó las simpatías de muchos brasileños, pero, me parece que buscando fomentar mejor su carrera pública, se unió rápidamente al llamado Partido Socialista brasileño.
La muerte del aspirante socialista a la presidencia, la dejó como lógica candidata en las elecciones del próximo 5 de octubre. Súbitamente, Marina Silva se ha visto como posible presidenta de Brasil y me parece que esa posibilidad repentina ha sepultado a la líder ecologista para hacer surgir a quien ha devenido la única posibilidad de los Estados Unidos y de la derecha de Brasil de intentar sepultar la obra de Luis Inacio Lula da Silva y de la verdadera izquierda brasileña.
Los políticos derechistas han gobernado demasiado tiempo en el mundo y permanentemente han trabajado para los poderosos. La crisis moral de la derecha apareció con toda claridad cuando, hace ahora más de treinta años, Felipe González ganó la presidencia de España prometiendo a sus electores que nunca ingresaría en la OTAN, y entrar en esa alianza militar fue el primer acto de su gobierno. Barack Obama prometió un cambio con respecto al gobierno militarista de Bush, protección a los inmigrantes y ha concluido haciendo casi lo mismo que su predecesor.
La estrategia parece ser esa: ir a las elecciones con un programa de izquierda y gobernar con otro de derecha.
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