Un viejo proverbio dice que errar es humano y de sabios rectificar. Otros reiteran que dar la cara, asumir responsabilidades y ofrecer disculpas son distintivos de las personas honradas. Una honradez que debería ser un requisito para todos aquellos que ostentan cargos públicos.
Durante las últimas semanas Cuba ha vivido un par de situaciones en las que funcionarios del Estado se equivocaron y rectificaron pero tratando de evitar pedir disculpas. Acusan a otros de lo ocurrido o lo corrigen sin mencionar tan siquiera el error cometido.
Los laboratorios Labiofam recibieron un fuerte tirón de orejas del gobierno cubano por presentar dos perfumes que llevarían los nombres del legendario guerrillero argentino Ernesto Che Guevara y del expresidente venezolano Hugo Chávez.
Rápidamente la dirección de la empresa emitió un comunicado en el que acepta a regañadientes sus culpas e intenta acusar a una periodista extranjera de fomentar un "show mediático" en torno a las dos fragancias que ellos mismos presentaron públicamente.
Un periodista cubano, Omar George, les responde que "El show se promovió mucho antes, cuando en un congreso, al que por cierto tuvo acceso la prensa internacional, se inició una acción de marketing cuyos fines no podían ser otros que los de llevar ambos productos al mercado".
Los directivos de Labiofam intentaron politizar el asunto, apareciendo como víctimas de "los mezquinos intereses de una prensa (extranjera) que miente y ataca". Sin embargo, fueron refutados por la propia página web de la Unión de Periodistas de Cuba.
Me pregunto si no hubiera sido más digno y sencillo asumir la total responsabilidad por el error, pidiendo disculpas a las familias de los comandantes y también a los muchos cubanos que cuestionaron la iniciativa político-mercantil de la empresa.
Labiofam es un exitoso laboratorio cubano que exporta bienes y servicios a muchos países del mundo. Equivocarse en uno de los tantos rubros que maneja no es pecado pero intentar una maniobra política para descargar la culpa en otros sí lo es.
Algo similar ocurrió en la Terminal 3 del aeropuerto José Martí, donde la dirección del mismo había prohibido la entrada de los acompañantes a las instalaciones, argumentando que así lo exigían las normas internacionales.
La medida despertó las protestas de intelectuales, artistas, académicos y blogueros cubanos. El ciberespacio se llenó de cuestionamientos porque no convencieron a casi nadie las explicaciones que las autoridades dieron en todos los medios de difusión.
Ahora, como si nada hubiera pasado, una jefa aeroportuaria anuncia en el periódico Juventud Rebelde que "se reabrieron las salas de espera a los acompañantes de los pasajeros de la Terminal 3 del Aeropuerto Internacional José Martí".
Caridad Miranda, lectora del periódico, recuerda que otro alto directivo había asegurado antes que la prohibición "se basó en normativas internacionales que exigen cierta cantidad de metros cuadrados por pasajero para garantizar que las operaciones de embarque se puedan realizar correctamente".
Agrega que "ahora ofrecen esta información- que aplaudo- pero como si lo dicho anteriormente nadie lo hubiera escuchado. Si la medida tuvo que ser rectificada, lo más decente es que se diga, que se asuma públicamente el error y no tomen a la opinión pública como mentecatos".
Alberto, otro lector, comenta que sería "de elemental respeto sí finalmente fue necesario rectificar decirlo públicamente, no es un deshonor, antes más bien enaltece y habla alto de aquellos que creen tomar la opinión del pueblo al que dicen servir, y pedirle disculpas llegado el caso".
Nunca ha sido muestra de debilidad escuchar al pueblo y rectificar errores. Por el contrario, se trata de un necesario ejercicio democrático que todo funcionario del Estado debería llevar a la práctica porque, lejos de restarles poder, prestigia a las instituciones.
lunes, 13 de octubre de 2014
Rendir cuentas a la opinión pública
Por Fernando Ravberg
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