martes, 28 de octubre de 2014

El que mucho abarca…


"El robo al Estado ocurría al por mayor de forma sistemática. Eran verdaderas bandas de criminales bien organizadas que realizaban operaciones riesgosas a gran escala. Incluía declarar pérdidas o daños por parte de los directores y gerentes, que en realidad eran desvíos hacia la Economía subterránea. Era práctica común en las tiendas estatales que los gerentes y vendedores guardaran los productos más cotizados con el fin de obtener prebendas sobre el precio legal de venta".

Aunque pueda parecerlo, el análisis no se refiere a Cuba sino a la Unión Soviética poco antes de su desaparición. Es de Gregory Grossman uno de los mayores conocedores del funcionamiento de la llamada "Segunda Economía" en aquella nación.

Para tener una idea de lo que esta economía paralela puede significar en un país socialista basta decir que en 1988 en la URSS se pagaron 219 mil millones de rublos de salarios mientras que la población gastó o ahorró 718 mil millones, tres veces más (1).

Al igual que en la URSS, esa economía subterránea ha sido poco estudiada en Cuba, a pesar de que sus efectos son notables. Y no se halla solución a los problemas que no se reconocen como tales, los que por lo general terminan explotando en la cara.

Las dificultades económicas de Cuba tienen variados ingredientes: su condición de país subdesarrollado, el modelo de socialismo elegido, los errores cometidos por el gobierno, el bloqueo de los EEUU y la corrupción interna, cuyo reflejo es el mercado negro.

Contra algunos de estos factores poco se puede hacer porque están determinados por la realidad histórica o por la voluntad de otros. Sin embargo, está en manos del gobierno enmendar los errores, cambiar el modelo y acabar con la corrupción.

La búsqueda de un nuevo modelo y la lucha contra la corrupción van de la mano porque es el actual modelo el que facilita la malversación, cuando un Estado centralista intenta vanamente controlar hasta el último resorte económico del país.

Ese caos que se produce como consecuencia, es caldo de cultivo para multiplicar funcionarios venales que desvían los recursos del Estado hacia sus bolsillos. Ellos son los "mayoristas" que abastecen al mercado negro, la Segunda Economía ilegal de la isla.

Gracias a la acción de la Contraloría sabemos que entre estos corruptos a gran escala hay ministros, viceministros, empresarios extranjeros junto a importadores cubanos, gerentes de tiendas, administradores, directores de empresas, etc., etc., etc.

Se trata de una nueva casta social que cosecha sus riquezas robando al país y corrompiendo a todos los que los rodean para transformarlos en sus cómplices. Una clase parasitaria que se ha convertido en la peor amenaza para la nación.

Y se reproducen muy rápidamente, caen presos y tres meses después sus sustitutos están también robando. La experiencia de sus antecesores solo parece servirles para ser un poco más astutos esquivando la acción fiscalizadora del Estado.

Al igual que en la URSS, estos funcionarios "mayoristas" del mercado negro son producto de un modelo que pone en sus manos todas las empresas y negocios del país, haciendo imposible ejercer un control serio sobre su actividad.

A Cuba le podría ayudar que el gobierno defina cuáles son los medios de producción que considera fundamentales, los que se mantendrán como propiedad pública, para abrir los demás sectores a la iniciativa cooperativista, privada e incluso a la inversión extranjera.

El paso dado con la apertura del trabajo por cuenta propia y con la cooperatizavición de las peluquerías, el transporte y ahora las cafeterías marca un camino que puede continuar abriendo otros rubros de la vida económica del país.

¿Para qué mantener, por ej., en manos públicas unas tiendas, constantemente robadas por sus propios gerentes y empleados, siempre desabastecidas por falta de previsión importadora y carentes de los controles sanitarios debidos?.

El Estado necesita dejar de freír croquetas para poder concentrarse en dirigir y controlar la banca, el turismo, la generación eléctrica, el níquel, la refinación de petróleo, el tabaco, y sectores de importancia social como la educación o la salud.

Los soviéticos intentaron crear una sociedad totalmente estatizada y dieron así espacio para que naciera su propio enterrador, una casta que se apropió de todos los medios de producción que la nación había puesto en sus manos.

Claro que ellos no tuvieron un José Martí advirtiéndoles que "con cada nueva función, vendría una casta nueva de funcionarios" y que después sería muy difícil "hacer frente a los funcionarios enlazados por intereses comunes".

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