lunes, 14 de marzo de 2016

La guerra de los símbolos

Por Carlitos

En siete días Obama estará en La Habana. Será un paso importante en la intención de hacer irreversible el camino de acercamiento entre ambos países, acercamiento que aun sin ninguna medida de peso empieza a dar muchos frutos (el turismo, el interés de los inversores y las renegociaciones de deuda).

Pero molesta el tratamiento a Obama como si fuera un héroe o un mesías. Molesta ver a la gente esperando o pidiéndole las cosas que debemos resolver nosotros solos. Obama es un político brillante, un buen orador, alguien que supo en este particular tomar las decisiones más sensatas, pero nada más.

Como él mismo ha dicho, el objetivo con Cuba es el mismo con otros métodos. Sus principales medidas aún son tibias y dirigidas a promover los valores y los actores que ellos creen ayudarán a los cubanos.

Mientras, se mantienen las multas a bancos extranjeros por operaciones con Cuba. Obama responde en la previa una carta a la Damas de Blanco y Michelle promoverá en La Habana su programa "Let Girls Learn" para dar acceso a la educación a niñas y adolescentes a las que no se les permite ir a la escuela.

Su visita es el preámbulo de otra a Argentina, para saludar al gobierno que más ha hecho en contra de los "de abajo" en el continente. También en estos días ha recrudecido el discurso y las medidas hacia Venezuela, para recordarnos cual es tono del "rescate" de su influencia sobre la región.

En Cuba, Obama intenta llenar los vacíos que deja la labor ideológica interna. Tiene un discurso jovial, fresco, que estará cuidadosamente preparado, pero parece espontáneo. Utiliza las redes sociales y equipos de comunicación le asesoran como manejar estratégicamente la noticia.

Irá al juego con los Tampa Bay. Y aunque no hay detalles exactos de su programa, se comenta que irá a la Fábrica de Arte Cubano, a paladares y no se descarta que al igual que Kerry montará algún almendrón descapotable. Obama quiere enseñarnos el cuban dream y nuestra gente, en medio de escaseces acumuladas y un discurso desfasado, puede ser presa fácil.

Estamos en una guerra de símbolos y con símbolos nuevos hay que responder. Cuba tiene resortes para ello: tiene un imaginario cultural e histórico muy sólido, tiene intelectuales con liderazgo muy comprometidos con las causas más nobles y tiene una masa no despreciable de gente a las que aun ese imaginario (bien utilizado) les funciona perfectamente.

Pero tenemos un discurso, una visualidad y unos métodos de movilización política que hace mucho tiempo no funcionan y, ante la incapacidad para convocar, dejan el espacio a otros para que lo hagan fácilmente. Los encargados de hacerlo, muchas veces funcionan como si no fueran conscientes de ello.

Hoy, 14 de marzo, vale preguntarse ¿quién asesora?, ¿quién sugiere los contenidos?, ¿quién prepara los discursos?, ¿quién estudia las tendencias de opinión?, ¿quién propone cómo utilizar la imagen, los medios y las redes sociales? ¿Acaso nadie percibe que el discurso de hoy aleja en vez de acercar, confunde en vez de sumar?

Sería muy injusto que perdamos una bronca en la forma, cuando llevamos la razón en el contenido.

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