martes, 8 de marzo de 2016

Ha muerto Marta Jiménez, combatiente del Directorio Revolucionario

Por Rosario Alfonso Parodi*

Marta siendo casi una niña vio como una nube de miedo se cernía sobre Cuba, un país que de nuevo padecía la dictadura del hombre que mató a Guiteras. Marta tímidamente, participó por primera vez en un acto político, en la velada de desagravio que hizo la FEU en la Colina, a la Constitución. Allí, donde estudiaba Farmacia, conoció a Fructuoso Rodríguez.

Los propios compañeros de él, ya curtidos en manifestaciones y golpizas veían en ella a una muchacha tierna y hermosa que no imaginaba el problema en que se había metido.

Solo Fructuoso entendió en ella la compañera de la felicidad, pero también la compañera en la búsqueda, que significaba, el sacrificio de las comodidades, el riesgo de ser abandonado a tu suerte, de ser herido, de ver caer a los amigos Y… el de morir, el de morir físicamente, no la abstracción, no la disposición, porque a los veinte años era para ellos morir, un lugar, un día y un escenario.

Así sin la aprobación de los padres que esperaban para su única hijita la felicidad cómoda de un hogar pacífico, tradicional, el 27 de julio de 1956 se casó con Fructuoso, y José Antonio fungió como su testigo y Juan Pedro Carbó, que fueron desde entonces hermanos también para ella, como hacía tiempo lo eran para él.

Pero Marta agradeció siempre a Fructuoso que de inmediato fuese junto a ella ante el padre y le pidiese que les aceptara, que la vida les corría delante con mucho filo y tenían un deber y deseaban ser plenos y eso solo pasaría estando juntos; el viejo padre de la novia conmovido por ese muchacho raro, que mientras todos querían graduarse y tener un automóvil, quería hacerle la guerra a la dictadura, se iluminó y entendió y les abrazó a los dos y le dijo lo que se dice en esos casos de emoción sincera: es usted ya mi hijo.

Marta y Fructuoso vivieron un amor sin temores, se adaptaron a vivir el sobresalto de las casas de seguridad, de escapar en el carro que ella manejaba tan bien cuando ajusticiaba un comando del DR a algún esbirro, aprendieron a vivir con sencillez junto con los que poco después iban a tomar las armas como único camino, aprendieron a comprar los muebles que no se van a usar, ella aprendió también a actuar ese 13 de marzo con naturalidad y con paciencia e ir a trabajar como cualquier otro día, aun cuando escuchaba el movimiento de una ciudad que se enredaba en la muerte, aun cuando ese 13 de marzo ya espera un hijo de Fructuoso.

Por eso ese día salió caminado por la calle 23 y caminó y caminó sabiendo que Fr. estaba vivo, como después con el sabor de la premonición supo que estaría muerto; y embarazada no paró de andar, de ir de casa en casa, preguntando por él y rogando que le dieran noticias, y no se detuvo hasta que llegó de pronto al pequeño apartamento de Nena Pérez en el que él, Fructuoso, con otro halo de presagio en la mente, abrió la puerta EL MISMO y la abrazó y la besó y le pidió que se cuidara y le pidió que llamase al niño con el nombre de Ubaldo, para que fuera un hombre honrado, y le hizo un chiste de lo obstinada que era, y la hizo irse de ese sitio con la energía de las tareas nuevas y de verle el sábado santo.

 

Ese 20 de abril ella salió y mientras escogía para él unas camisas supo que había acabado el futuro de la forma imaginada, el futuro iba a ser otro, ella salió de la tienda con la noticia de muerte: entre los asesinados, Fructuoso, al que sus matadores acribillaron con toda la vileza con la que se mata al ideal en el cuerpo de un muchacho de 20 años.

Marta tiene una amiga que la describe ese día mejor que nadie; ella dice: Marta era una leona, Marta es una leona; ese día 20 de abril con su madre y su prima a cada lado, y aguantado con ambas manos su barriga de 7 meses llegó al necrocomio de La Habana para que le dieran el cadáver de Fructuoso, que Ventura había ordenado dejar desnudo y tirado frente a todos como escarmiento. La sangre impresionante no la quebró; le pidió a gritos a la gente que se agrupaba allí, que la apoyase a rescatarlo y se llevó a Fructuoso al cementerio; Marta cargó en andas el cuerpo de Fructuoso con el horror a la muerte y con un dolor muy poderoso que da más valor en la medida que más asusta. Marta cantó un himno y enterró a Fr. Era ella tan hermosa, tan joven y tan fuerte, que era ya la más madura combatiente; tenía 22 años y decidió que su vida no acababa porque renunciar, quebrarse o compadecerse era la traición.

Marta me contó que el día que nació su hijo pensó con alegría en Fructuoso, aunque lloró tanto, pero por la alegría de ver a su hijo arropado con una bandera cubana en la cuna, enviada clandestinamente allí por los hombres del Directorio, que le rendían homenaje a ella, combatiendo.

Desde entonces Marta se marcó una misión de obra, llevar a los responsables del crimen a la justicia, y seguir contribuyendo a la caída de la dictadura. Entonces puso una demanda por el crimen al peor asesino, a Esteban Ventura, que la perseguía en la calle con el miedo mediocre que se siente ante la dignidad de los otros. A MARTA JIMÉNEZ LE TEMÍAN LOS ASESINOS.

Ella siguió peleando, fue por toda Cuba como viajante de farmacia, recaudando centavo a centavo para El Escambray, peleó contra los obstáculos, los muros que se interpusieron en su camino a la justicia, pero ganó, porque nada es más vibrante que una misión de vida y la seguridad de llevar contigo convicciones de justicia, ella se sobrepuso a todo Y GANÓ.

Ganó porque aunque el dolor marcó su vida, NUNCA, NUNCA la venció, amilanó su carisma o su delicadeza. Ganó porque vivió una revolución que dio a los que nada tenían un país entero, ganó porque vio ante la justicia al delator, porque nunca se sintió ajena en su país y cada lucha fue su lucha, porque fue albacea de una memoria de héroes.

GANÓ porque sintió que cada pequeño aporte en su vida cotidiana era una razón para estar viva, porque en cada acto aunque fuese pequeño y olvidado a sus compañeros, ante una tumba, ante una tarja estuvo y llevó con ella el abrazo y la palabra de fe que espanta las palabras vacías del olvido.

GANÓ sobre todo porque miró atrás muchas veces, Y NO TUVO QUE ARREPENTIRSE DE NADA, si recibió alguna gratificación en la vida esa fue la más importante CAMINAR CON LA CABEZA EN ALTO de haber vivido honradamente, cabalmente.

Pocos iluminados llegan al final con un logro semejante.

 

*Periodista, investigadora y realizadora audiovisual.

 

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