Por Carlitos
En los últimos años ha sido recurrente el llamado del gobierno, y en especial de Raúl, a un mayor espacio para la crítica y la confrontación de ideas. Sin embargo, en los medios de comunicación las críticas llueven sobre las actitudes individuales de las personas o de los empresarios estatales, pero nunca o casi nunca sobre el gobierno.
Y, si bien es cierto que es necesario que la crítica abarque (con el mayor balance posible) todo el espectro de lo criticable, no me imagino el debate de los problemas de una sociedad si no se puede criticar al gobierno.
La actividad del gobierno es criticable porque es una actividad humana, sujeta a muchos errores; porque en las condiciones de la construcción del socialismo (y falta de referentes) y las agresiones explicitas e implícitas, la posibilidad de errar es mucho mayor; y porque esos errores no significan un ajuste de cuentas en un libro, sino afectaciones graves (y a veces irreversibles) en los proyectos de vida de muchas personas y en la capacidades del país para desarrollarse.
En una sociedad donde los espacios tradicionales de participación popular son excesivamente formales (dígase organizaciones de masas o del poder popular), el gobierno es más responsable aun por las decisiones que toma.
Hace tiempo quedó demostrada la irrelevancia del argumento de que discutiendo nuestros problemas le dábamos armas al enemigo. En el mundo de internet, las redes sociales y el paquete, no hay nada que esconder. Las verdades existen, lo que las diferencia es quien las dice. Las "armas del enemigo" crecen con cada silencio, con cada censura, con cada síntoma de que estamos completamente fuera de época y de contexto.
El gobierno cubano sería el principal beneficiado de un espacio de mayor aceptación a la crítica a su gestión en los medios, el arte y los espacios de participación pública. Ganaría más si no solo escuchara, sino también si hubiera retroalimentación. El gobierno y muchas personas debieran dejar de preguntarse si es amigo o enemigo el que escribe, y comenzar a preguntarse si es o no sensato lo que se critica, si está retratando o no un problema real que merece ser atendido.
El gobierno debiera ver incluso como aliados (ni enemigos ni instrumentos) a aquellos que le critican desde posiciones respetuosas y sospechar de aquellos que en pasillos o en tribunas aplauden inexcusablemente cada paso de su gestión. Siempre he oído decir que amigo es aquel que te dice las cosas de frente; para los gobiernos (o los gobernantes) ¿eso no funciona también?
Y las críticas que vengan desde los que no comparten el proyecto social (siempre que sean respetuosas) también deben verse con atención, porque el gobierno se ejerce para todos, no solo para los que comparten el rumbo de la Revolución. Decía Martí "con todos y para el bien de todos".
¿Que eso significa mayor presión para cumplir los compromisos asumidos, rectificar las políticas erróneas, desviar el rumbo de caminos preconcebidos, dedicar más tiempo a discutir y dialogar con la gente, tener cuadros capaces de acudir al debate? Pero es que acaso, ¿no es de eso que trata la política?
Los retos de Cuba en este minuto son enormes y resulta vergonzoso (verdaderamente vergonzoso) que dediquemos tanto tiempo a sospechar de las críticas o, peor, a discriminar, acusar o separar, únicamente porque se expone, supone, aborda un criterio diferente, una crítica a lo legítimamente criticable.
El desprecio a lo diferente no solo implica afectar o prescindir de personas sobre las que erróneamente se asumió como enemigas, sino que desilusiona y cansa a lo mejor de nuestra gente, que sufre de ver como construimos muros cuando debemos construir puentes.
Necesitamos aprender a decir las cosas en el lugar y el momento oportuno (o a decir las cosas para que se nos oiga más allá de a nosotros mismos), pero necesitamos que haya un oído positivamente predispuesto a la crítica, un oído que sume y no reste, que entienda todo lo fértil que hay en ella y todo lo necesaria que es para un proyecto que se llame socialista.
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