Por Carlitos
La política migratoria cubana ha cambiado bruscamente. Pese a resacas absurdas (como prohibiciones a que las familias acompañen a los colaboradores, o la reticencia a poner en la televisión los juegos de cubanos en grandes ligas), la reforma migratoria llegó para quedarse. Y, más allá del discurso político (que también ha cambiado), la transformación que esta medida va logrando en la sociedad cubana no tiene marcha atrás.
Pero, como el racismo o la homofobia, una cosa es el cambio en la política y otra bien distinta son los cambios en la mente de la gente. La decisión de emigrar de los otros, en medio de presentes pantanosos y futuros inciertos, es una pregunta al por qué yo no me he ido aun. Los que tienen el proyecto en camino respaldan la decisión; los que no pueden o no quieren tienden a cuestionarla. Los cubanos no somos de términos medios. Decimos que cada cual haga lo que quiera, pero...
La pregunta se ha vuelto también contra los que se quedan. En definitiva, tanto irse como quedarse es una decisión difícil. Y a la fobia al que se va, ahora se suma la fobia al que se queda. Incómodos con sus propias preguntas y respuestas, algunos son intolerantes al que se queda, como si fuéramos bichos raros, como si no fuera posible (aunque difícil) hacerse un futuro en Cuba.
La evidencia es la prueba de lo que uno quiere ver. Muchos se han ido de Cuba, por la situación económica, por una casa, por vivir mejor, por probarse profesionalmente, detrás de una novia, para empezar de nuevo, por no encontrar espacios para hacer más por su país...
Pero no faltan los que ahora quieren o al menos se plantean regresar, muchos que preguntan, donde crees que se puede hacer una buena inversión? Decía David Torrens que ni de aquí ni de allá, pero creo que a la larga a él, como a otros, la tierra les picó fuerte. Un amigo que estuvo varios meses en Europa me decía metafóricamente que la mayoría de los cubanos con los que compartió todavía tiene sus maletas hechas. Tampoco faltan los que aun sin pensar en regresar bloguean, ayudan y sienten tanto como los de aquí.
Y en Cuba, algunos están como si no estuvieran, y en una especie de ejercicio para retorcerse el hígado viven denigrando de lo que somos, lo que fuimos y lo que nunca hubiéramos podido ser. Mientras, otros tantos quieren ver oportunidades junto a las contradicciones y retos frente a los conflictos; asumen, entienden o les da la gana de creer que la bronca es aquí y ahora.
Porque, seamos honestos, no se trata de estar aquí o allá. Lo que nos separa no es el mar, es la cosmovisión del mundo. Lo que nos separa es la manera como queremos a otros y a nosotros mismos, nuestros paradigmas éticos. Nos separa lo que creemos de la solidaridad, el dinero, la amistad, la convivencia, el amor... Por eso, si queremos preservar nuestra familia, nuestros amigos, nuestro país, no puede ser a fuerza de conflictos, sino de conciliar o respetar comprensiones diversas del mundo.
No lo digo desde la reflexión, sino desde el mal sabor de los conflictos que no llevan a nada. Los cubanos somos tozudos y reticentes a dar la razón al otro o siquiera a abandonar a tiempo una discusión. Lo vemos entre familiares, amigos, padres e hijos, parejas divorciadas, compañeros de trabajo, en la blogosfera. Algo hemos aprendido, pero nos falta mucho aun.
El país, la familia, la amistad que queremos no caerá del cielo; hay que luchar por ellos. Pero, ya que hemos recortado el mar, aprendamos a luchar de otro modo.
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