lunes, 17 de agosto de 2015

El campeón de los derechos humanos

Por Carlitos

Kerry hace sugerencias a Cuba en materia de derechos humanos en su
discurso del 14A y proclama a Estados Unidos (una vez más) como
campeón universal en esta materia. Bruno Rodríguez responde
directamente en conferencia de prensa en el Hotel Nacional y Cristina
Escobar en el Noticiero de Televisión, ambos con un discurso similar:
Cuba, que tiene una práctica impecable en la protección de los
derechos humanos según su propia visión del asunto, tiene
preocupaciones sobre cómo se ejercen en los Estados Unidos.
Estados Unidos viola el derecho internacional, no ha firmado múltiples
tratados que implican el respeto a derechos humanos fundamentales,
promueve guerras injustas y mata con drones a civiles inocentes por
orden presidencia; tiene un sistema político donde el dinero manda
(ahora mismo que no permite gobernar) y crea una ilusión de reality
show muy eficiente, se ve un incremento de casos lamentables de
brutalidad policial y discriminación racial, etc.
Cuba, por su parte, tiene una hoja intachable en política
internacional, avances notables en el acceso a los derechos sociales,
culturales y económicos, si bien estos últimos han estado limitados
por la capacidad de generar riquezas como país. El país insular ha
rediseñado el concepto de la solidaridad internacional y ha intentado,
desde la cultura, establecer patrones diferentes respecto a la
realización del ser humano. Sin embargo, Cuba tiene aún deudas amplias
en términos de derechos políticos, componente fundamental de los
derechos humanos.
Ambos grupos de derechos (políticos y económico-sociales) son
necesarios para la realización plena del ser humano. Un político poco
conocido de los Estados Unidos (que descubrí en la serie de Oliver
Stone "La otra historia de los Estados Unidos"), el vicepresidente y
candidato presidencial Henry Wallace dijo en los años 40´ (cito de
memoria) que el comunismo y el capitalismo necesitaban confluir, el
primero hacia mayores derechos políticos y el segundo hacia mayores
derechos económicos y sociales.
La política es el arte de lo creíble. Cuando estaba en la universidad
y empezábamos a discutir duramente sobre muchos de estos temas, el
argumento más creíble que asumimos es que Cuba quería desarrollar los
derechos políticos, pero tantos años de conflicto y agresión, nos
habían obligado a restringir algunos o desarrollarlos de manera sui
generis, por el bien de la soberanía nacional (aquello de Cintio de un
parlamento en una trinchera). A su vez, se imponía el reto de
reconstruir el ideal de los derechos políticos, porque la experiencia
capitalista, excluyente y subordinada al dinero per se, no era una
garantía de su práctica plena.
En las negociaciones con Estados Unidos nos asisten miles de
argumentos para no admitirle a Kerry su prepotente declaración de
campeones de los derechos humanos (aunque cualquier día mejor que el
de la apertura de la embajada). Pero esa contrarréplica, cuando se
hace desde la descripción de un país idílico, en el que no vivimos,
pierde receptores, gana el desenchufe directo de muchos de los
principales interlocutores a los cuales estaría dirigido el mensaje.
¿Por qué no podemos decir que es verdad que tenemos insuficiencias en
la práctica de los derechos humanos, pero que es el resultado del país
que hemos podido construir en medio del bloqueo y las múltiples
agresiones? ¿Por qué no podemos decir, que ello se debe también a los
intentos no siempre fructíferos de construir una democracia diferente
a la fallida democracia capitalista? ¿Por qué no decir que lo haremos,
pero no por la sugerencia de nadie, sino porque nos asiste el derecho
pleno de hacerlo como nos venga en gana?
¿Será consecuencia de una descontextualizada mentalidad de fortaleza
sitiada o de que no existe la verdadera voluntad de hacerlo?

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