Por Carlitos
Muchas oportunidades se abren para Cuba como resultado del proceso de normalización de las relaciones con Estados Unidos. Sin embargo, ya es evidente que se tratará de un proceso largo, en el que podremos quitarnos grandes impedimentos e ir encontrando otros (supongo que siempre menores o preferibles).
Hasta el momento, solo hemos podido palpar un beneficio tangible de los sucesos del 17D: el incremento del turismo. No sólo visitantes norteamericanos, sino de muchos de los principales países emisores vienen en desbandada. Dicen que quieren ver Cuba antes de que se convierta en lo mismo que el resto de los destinos latinoamericanos (esperemos que así no sea).
En principio, el incremento del turismo es una buenísima noticia. Aunque los números de la Oficina Nacional de Estadísticas dicen lo contrario, más turistas tienen que significar más ingresos: para los hoteles estatales (en algunos ya se están incrementando los precios y tienen reservas copadas hasta más allá del fin de la temporada alta), para los alquileres privados (que incrementan su cantidad, calidad y precios) y para todos los servicios y productos estatales y privados que proveen a la industria turística.
Pero lo del 17D llegó de sorpresa y nuestra infraestructura hotelera y extrahotelera, ya insuficiente y deteriorada antes, terminó colapsando. Las historias son menos que preocupantes o vergonzosas: turistas que esperan dos horas o más por sus maletas en los aeropuertos, ómnibus que no alcanzan o no llegan para cubrir tours pre contratados, visitantes que reservan un hotel en su país y son reasignados cuando llegan a otros con menor calidad o a mucha distancia y la acumulación de problemas de mantenimiento y servicio.
Es perfectamente entendible que la industria no estuviera preparada en un primer momento para un boom de esta naturaleza, pero es muy peligrosa la poca "capacidad de ajuste". Si se reacciona con la lentitud y el desfase habitual de nuestras estructuras burocráticas, tendremos las inversiones en habitaciones, transporte e infraestructuras o las reformas en los sistemas salariales y de gestión que necesitamos para 2020. Y, para 2020, los turistas de hoy, por mucho morbo o admiración que muestren por la combinación de ciudades derruidas, riqueza cultural y pueblo instruido y cálido, ya se habrán mudado a otro destino.
Pocas veces hemos tenido una oportunidad como esta en nuestras manos en los últimos años. ¿No debieran destinarse nuestros principales recursos y energías a convertir el boom de hoy en tendencia de mañana? ¿No es acaso una cuestión de la mayor prioridad? ¿No es momento para replantearse, y con urgencia, métodos y formas de organizar la propiedad y la gestión de nuestra industria del turismo?
Por mucho que hayamos intentado otras fórmulas, el turismo ha sido en los últimos 25 años la gallina de los huevos de oro de la economía cubana. No sólo implica divisas frescas, sino capacidad de impulsar otros sectores económicos. Luego del 17D, todo parece indicar que lo seguirá siendo. Pero su éxito está en los detalles y la distinción en la calidad del servicio. Lo demás es solo moda pasajera. Y a estas alturas, no estamos como para seguir dejando pasar oportunidades.
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