Por Carlitos
Todavía guardo cierto pavor por una noticia que replicó Cartas desde
Cuba la semana pasada. Se trata de un artículo de Escambray, donde se
explica la decisión de la Dirección de Planificación Física de Sancti
Spíritus de "erradicar" las piscinas particulares, dando como opciones
taparlas, convertirlas en cisternas o estanques, rellenarlas o
demolerlas. La causa no queda muy clara: al parecer la sequía, el
limbo de ilegalidad en que se desenvuelve esta actividad o ambas.
Pero el problema va mucho más allá de limitar una opción que se ha
hecho muy popular en los últimos años, aun cuando no sea accesible
para un salario promedio en Cuba. Decisiones como estas muestran
vicios que corroen nuestras estructuras políticas como el cáncer más
agresivo.
Parece que cuesta trabajo estudiar las causas que generan los
problemas, o será que muchas son comunes e incómodas. Lo cierto es que
con demasiada frecuencia, lejos de buscar qué los origina, se pasa
rápidamente a "desaparecerlos". Si hay sequía, no se piensa en
incrementar los precios del agua a quienes brindan estos servicios,
utilizar otras fórmulas para controlar su uso o eliminar los salideros
del sistema de acueductos. Es más fácil cerrar las piscinas privadas o
incluso demolerlas.
Desde hace bastante tiempo se sabe no solo que se alquilan piscinas
particulares, sino que hay muchas, muchísimas (si en Sancti Spíritus
hay 144, no quieran saber cuántas hay entre Fontanar y el reparto Abel
Santamaría). ¿Por qué entonces esperar a la sequía o "al
reordenamiento territorial" para percibir que la ilegalidad es
generalizada? ¿Por qué esperar a que muchos hagan grandes inversiones
para luego obligarlos a cerrar?
Si aceptamos que vamos a permitir y promover la inversión privada en
la economía, hay que darle seguridad y garantías a quienes toman este
camino. Si se quiere evitar que ganen mucho dinero o que se
redistribuya socialmente parte de lo que ingresan, no debe lograrse
con poca transparencia y autoridad barata, sino a través de sistemas
impositivos y políticas que contribuyan a ello. Si queremos jugar al
mercado (y hacer que responda a nuestros intereses), tiene que ser de
verdad.
La ilegalidad de las piscinas y tantas otras actividades privadas
también tiene que ver con la usual aspiración a ejercer un excesivo
control sobre todo. En vez de dictar licencias generales para el
trabajo por cuenta propia, se dictaron casi 200 licencias muy
específicas. Como si alguien sentado en un buró (aun con la mejor
preparación y las mejores intenciones) pudiera prever todas las
actividades que pueden ser necesarias en una sociedad y que el Estado
no puede cubrir.
La historia nos ha demostrado que la obsesión por el control desemboca
frecuentemente en el mayor descontrol. Las potencialidades de la
iniciativa individual o cooperativa no solo se refieren a su capacidad
para organizar mejor pequeñas producciones, sino también para crear
nuevos oficios y servicios. Más que licencias específicas, bien
pudieran definirse licencias generales. Más coherente aun sería
definir sólo lo que no se puede hacer. Sería mucho más fácil y menos
costoso de controlar.
Pero lo peor de una medida como esta es la capacidad para degradar los
verdaderos fines de la política pública. Hay medidas que aun cuando
son costosas, afectan a la población o a la economía, aun cuando
parezcan absurdas, avanzan sin tapujos, sin explicaciones, sin
capacidad de rectificación. Así pasó con los cines 3D, con las tiendas
de ropa privadas, con los precios de los carros y ahora con las
piscinas.
¿Qué se ganó con alguna de estas medidas? ¿Hacer valer la autoridad?
¿Solo eso? ¿No importaba limitarle opciones recreativas o de consumo a
la población? ¿No importaba que dada la extensión de algunas de ellas
lo único que se ganaría sería más ilegalidad, corrupción y
encarecimiento de estos servicios? ¿No valdría el rechazo masivo de la
gente como para rectificar?
Quisiera pensar que es diferente, pero medidas como estas solo pueden
responder a funcionarios que temen más a sus jefes que a la gente para
la cual directa o indirectamente trabajan. Solo saben mirar para
arriba y muy poco o nada para abajo. Lo importante es siempre cumplir
lo orientado, porque es lo que permite "no buscarse problemas".
Esta no es la realidad de todos nuestros funcionarios, pero comienza a
contaminarnos como un cáncer. Si el Socialismo pierde la necesaria
conexión entre quienes dirigen la sociedad a todos los niveles y los
intereses de la población, ello es síntoma inequívoco de una
enfermedad que puede llegar a ser terminal. Una cosa es pedirle
sacrificios a la gente en nombre de un proyecto común creíble y otra
muy distinta es tomar medidas sin que importe lo que la gente piense o
sufra.
Nos pasamos la vida sospechando de los irreverentes, los que señalan
las verdades incómodas, los que prefieren militancia y coherencia a
obediencia ciega. Cuidado, no vaya a ser que el bosque no nos deje
mirar los árboles. Los principales enemigos del Socialismo están ahí,
a nuestro lado, y son los funcionarios capaces de estas decisiones.
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