Hace 20 años una salida masiva de balseros -fueron unos 35 mil- marcaba el principio del fin de esa modalidad de emigración. Washington y La Habana se pusieron de acuerdo para devolver a la isla a todos los cubanos capturados en el mar.
EEUU aceptó entregar 20 mil visas anuales e inició la política de "pies secos-pies mojados", mediante la cual todo aquel que fuera capturado en aguas del Estrecho de La Florida sería devuelto a la isla. Cuba despenalizó la salida ilegal.
El acuerdo obligó a los emigrantes cubanos a fondear las balsas. Empezaron entonces a pagar U$D 10 mil para viajar en lanchas rápidas provenientes de Miami o de México, con motores y radares capaces de eludir a los guardafronteras de Cuba y al guardacostas de EEUU.
Pero ese es el final de una historia que comenzó en agosto de 1994 con un rumor: dicen que dicen que vendrán barcos desde Miami al puerto de La Habana para recoger a todo el que quiera irse, reeditando el éxodo del Mariel de 1980.
Ocurría en el peor momento económico, cuando el país había tocado fondo, con la gente sufriendo una escasez brutal de alimentos, sin ropa ni zapatos, con apagones eléctricos de más de 8 horas diarias y la paralización total del transporte público.
Como telón de fondo, la estrepitosa caída del mundo socialista europeo eliminaba cualquier esperanza de rescate. Nadie soñaba entonces que en América Latina se instalarían gobiernos amigos de Cuba o que Chávez sería presidente de Venezuela.
Cuba arde
Desde la mañana del 5 de agosto, ríos de gente bajaban corriendo por las calles de La Habana Vieja y Centrohabana cada vez que alguien anunciaba la llegada de los barcos pero chocaban con una cadena de policías que les impedía acercarse al puerto.
Nunca supe cuál fue la chispa que provocó la explosión pero en el momento en que pasaba con mi automóvil por la calle San Lázaro se desató la violencia. La gente se fue a pedrada limpia encima de los policías y estos disparaban al aire sin asustar a nadie.
Al rato llegaron los antimotines del socialismo, obreros de la construcción armados con cabillas y palos. El enfrentamiento fue lo más violento que he visto en Cuba y parecía que nunca se iba a acabar porque ninguna de las partes cedía terreno.
De repente, en medio del tumulto, apareció Fidel Castro caminando solo con Felipe Pérez Roque. Como una película detenida en un cuadro todo se congeló por un instante. Pasado el primer shock sus seguidores comenzaron a vitorearlo y los opositores dejaron de lanzar piedras.
Estando a medio metro de los periodistas apareció su escolta y, casi por la fuerza, lo subieron en un Jeep abierto. Así recorrió el malecón amenazando a los gringos con dejar de cuidarles la frontera si permitían que las radios de Miami continuaran con los rumores.
Unas horas más tarde el jefe diplomático de los EEUU en Cuba comete el error de enviarle una amenaza. Fue más que suficiente, el propio Castro anuncia en la TV nacional la apertura de las fronteras para todo aquel que quisiera abandonar la isla.
A toda máquina se construyeron miles de balsas, algunas se fabricaban en la misma costa, otras eran trasladadas desde las barriadas y se lanzaban en el malecón. Se dispararon los precios de las cámaras de automóvil, los bidones vacíos, la lona, la poliespuma y las brújulas.
Habían pasado 14 años desde la salida de Mariel pero el cubano era mejor persona, no hubo tiradera de huevos, insultos ni agresiones. Por el contrario, abundaron los abrazos, las lágrimas y los deseos de una buena travesía. Por haber había hasta fiestas de despedida.
Washington advirtió a los balseros que serían internados en la Base Militar de Guantánamo y lo hizo pero no los desalentó. Un vecino mío, electricista, fue trasladado a una base en Panamá donde se enfrentaron con los marines y terminaron presos dentro de las perreras.
Cuando el Presidente Bill Clinton comprendió que ninguna de sus amenazas detendría el flujo de emigrantes se sentó a negociar con La Habana y meses después se firmaron los acuerdos migratorios que siguen vigentes hasta el día de hoy.
Pero para entonces ya 35 mil cubanos habían emigrado, entre ellos muchos de los que protestaron en las calles, tiraron piedras a los hoteles y se enfrentaron a la policía. Washington había librado a Fidel Castro de su oposición más violenta, decidida y radical en el momento más difícil de la revolución.
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