Hace varios días rueda por las “redes
sociales” la información y comentarios sobre el hecho de que, a Julio Antonio
Fernández Estrada, jurista, profesor universitario y socialista confeso, no le
actualizaron su contrato como profesor en la Universidad de la Habana. Varias
son las razones y los supuestos que sobre este particular se conocen, entre
ellas la publicación de un artículo titulado “No quiero saber
nada de los industriales ni de Obama”.
Como sucede con cualquier dato o
acontecimiento nacional, este permite encausar el permanente debate sobre la
realidad cubana, sus tensiones, desafíos y alcances. Otra oportunidad para
mirar algunos elementos de nuestra realidad compleja, diversa, llena de matices
y aparentemente inabarcable. Con este fin convido a un grupo de personas, sobre
todo del mundo de las ciencias sociales y el activismo en la vida pública, y de
clara sensibilidad con el proyecto de justicia social y soberanía en Cuba, a
comentar alrededor de un par de preguntas sobre Julio Antonio en particular y
sobre algunos significados de su salida de la Universidad en general.
¿Cuál
ha sido su acercamiento a Julio Antonio Fernández Estrada y a los contenidos
generales de los textos recientemente publicados en su columna de OnCuba?
Juan Valdés Paz: Conozco al “joven” (como los de ochenta llamamos a los de cuarenta) Julio
Antonio Fernández Estrada, hace más de una década. Lo primero a decir de Julio
Antonio es que es una persona decente y que no conozco nada de él que no sea
recto, lúcido y comprometido con los ideales de la Revolución. Lo segundo, que
Julio Antonio es uno de los más brillantes intelectuales de su generación, con
un estilo profundo y mordaz, como corresponde a un buen senequista. Tercero,
que es uno de nuestros más destacados juristas, Catedrático de Derecho
Constitucional y Romano, profesor universitario por más de veinte años, siempre
elegido por el alumnado de la Facultad como el mejor de sus profesores. Cuarto,
que Julio Antonio ha sido un trabajador de la Universidad de La Habana desde su
graduación, pero esta Alta Casa de Estudios se ha venido deshaciendo de su
magisterio gradualmente, no obstante, la solidaridad de algunos de sus colegas,
hasta que recientemente le fue rescindido o no renovado su contrato, rompiendo
así su último vínculo con la Universidad y sin que importen muchos los
argumentos utilizados al efecto puesto que a una persona decente no se le deja
sin trabajo. Quinto, que en cuanto a sus escritos en OnCuba me parece fuera de
discusión su derecho a ejercer sus opiniones, puesto que de eso se trata; en
todos los trabajos de Julio Antonio que conozco, sus críticas han estado
acompañadas siempre de un fondo ético y político, inobjetables, pero en todo
caso, dignos de ser debatidos y nunca penalizados.
Mylai
Burgos: Entré a
estudiar Derecho en la Universidad de La Habana en 1993, por la misma puerta
que Julio Antonio, nos separaban aulas, personas y un poco más. Épocas repletas
de escaseces donde sobrevivíamos de la inventiva y agarrados a la historia para
seguir activismos estudiantiles de antaño. Julio y yo nos conocíamos, pero nos
replicábamos entre la introversión de uno y la extroversión propia, estuvimos
cerca y también lejos muchas veces. Pero la vida desdeña lo superfluo y une la
honestidad para asentar la amistad. Por eso algunos años después empezamos a
caminar juntos pensares y quehaceres, tan juntos que el sendero se ha vuelto un
andar mutuo.
Compartir
sus palabras ha sido uno de los motivos de esos andares, pero hace un tiempo
tuvieron un repunte al saltar a las redes sociales pequeños textos temáticos de
su sentir, que es el sentir de muchos y muchas. Hablar de la coyuntura
política, del barrio, de las expectativas truncas, de la discriminación, de la
democracia, de la república, de la constitución, de ese derecho que estudiamos
con su padre, nuestro maestro excelso, donde la libertad no existe sin
igualdad, y la justicia fraterniza con la política, hablar y poner sobre la
mesa con prosa poética lo que a muchos nos golpea el alma, desde la isla y por
ella, es lo que ha sucedido en los últimos meses con sus textos en el mundo
virtual.
Mi
acercamiento no es nuevo, van conmigo en sus reflexiones lo que nos duele y nos
mueve por el presente y el futuro de Cuba.
Aurelio
Alonso: Si hablamos
de “acercamiento” tendría que empezar por decir que estoy cerca de Julito desde
antes de que naciera debido a la estrecha amistad que tuve con Fernández Bulté
desde los años sesenta, cuando nos iniciábamos en la compleja tarea de la
docencia desde perspectivas teóricas a las cuales la Universidad había sido
adversa hasta el triunfo de la Revolución. Vi crecer a Julio Antonio, y formar
su inteligencia, entre la estampa cultural ideológicamente comprometida de su
padre y la ternura de su entrañable madre. Lo recuerdo, todavía estudiante de
Derecho, en una de las conversaciones sobre temas polémicos que Julio y yo
solíamos sostener cuando le visitaba, pronunciarse contra la pena de muerte con
argumentos tan sólidos que me impresionaron por su madurez. Me atrevo a
caracterizarlo hoy como uno de los estudiosos más serios de su generación. Sus
trabajos recientes en On Cuba reflejan, como todo lo que he leído de él,
esa correspondencia del compromiso con el ideal socialista y la indispensable
originalidad de pensamiento, que no puede ser digerida desde los extremos, pero
termina por abrirse paso cuando mantiene su curso y se logra profundizar con
coherencia.
Israel
Rojas: A día de hoy la circulación de ideas en la red
cubana es mayor que nunca y es imposible estar al tanto de todo. A veces siento
que se ha pasado bien pronto del murmullo por escasez de voces a una etapa de
mucho ruido e incapacidad de asimilar tanto.
Hay
sin embargo un grupo de comunicadores que tienen el don de proyectar luz con
largo y certero alcance. Se destacan. Nutren y oxigenan. Imposible no estar al
tanto de sus comentarios y reflexiones. Los artículos de Julio Antonio
Fernández se ganaron mi atención. Se coló en mi lista personal de líderes de
opinión. De mentes a la que arrimar el alma. De voces que compartir y
recomendar.
Está
de moda escribir bien, a veces de manera genial, sobre la derrota, el escepticismo,
el descompromiso, o el llamado al “todos contra todo”. Por otro lado,está el
lenguaje gastado y lleno de zonas comunes que tanta discusión ha motivado en
los congresos de la UPEC y la UNEAC, pero del cual evidentemente no es fácil
deslindarse rápido.
Soy
de una generación que, aunque desordenado, no le gusta el desorden. Que cree
que el espíritu más libre es el que asume compromisos y que aun sabiendo que no
fue posible crear al hombre nuevo, ve en muchos cubanos y cubanas los síntomas
positivos de aquella aspiración. Quiero soberanía, progreso y mayores
libertades para el futuro, pero para todos equitativamente según su buen hacer
y no solo para una parte afortunada.
Entonces
es obvio que soy lector de Julio Antonio Fernández. Un comunicador que logra
atraparme por la calidad de los contenidos y la manera de abordarlos. Una voz pedagógica
y jurídicamente calificada que ilustra y convoca a entender temas complejos y
cotidianos. Que se hace mis mismas preguntas y se aventura con las respuestas.
Corre el riesgo. Da la cara. Nos devuelve palabras en todo su sentido real y no
en el que el nuevo imaginario desideologizante por desgracia va imponiendo. Y
para colmo de bienes, se desnuda en uno de sus más recientes entregas periodísticas
para hablarnos como hijo. En un mundo en el que los padres del tamaño del suyo,
muy pocos viven como vivió su padre y mucho menos dan hijos que prefieren la
docencia, el doctorado, el periodismo escrito y la investigación social ¡Con
tanta firma extranjera que administrar! ¡Con tanto negocio que hay para hacer!
Y mucho menos le llamarían a su hijo José Julián, que es más que nada una
declaración de fe.
Me
van a disculpar, pero tengo que creerle a Fernández Estrada. Ojalá un día la
vida privada de muchos hombres públicos sea así de transparente.
Espero
siempre su columna en OnCuba. Y a veces me pregunto por qué no se reproducen
algunos de estos excelentes trabajos en medios de mayor alcance como la radio,
la televisión o la prensa plana nacional. Se desaprovecha o al menos no se
explota al máximo el potencial que en materia de pensamiento cubano
contemporáneo aportan muchos buenos hombres y mujeres, solo por el pecado de
publicar desde una “plataforma informal” y sospechosa.
Debo
aclarar que jamás he compartido con Fernández Estrada ni una cerveza. Acaso un
saludo cortés en una sola ocasión. Pero le conozco por lo que escribe y ya en
eso, confieso que pueden estar viciadas de nepotismo estas letras.
Llanisca Lugo: Mis
encuentros con Julito siempre han venido de la mano con los recuerdos de la
Plaza Agramonte en la Universidad. Para mí Julito siempre está en las aulas, lo
recuerdo saliendo del Anfiteatro o de las aulas de la Facultad de Derecho
rodeado de estudiantes que le preguntaban, comentaban, exploraban otro tipo de
relación con el derecho, con la pedagogía, con la ética revolucionaria a través
de un diálogo lleno de romance, compromisos y prácticas coherentes.
Para
mí Julito, es siempre el del premio PUM de los estudiantes, el de las
polémicas, el del halo de magia y seducción que ponía siempre la democracia en
el centro del compromiso pedagógico y también viceversa.
Un
amigo me dijo una vez que hubiera querido ser como Julio Antonio, por la
valentía con que defendió su tesis de licenciatura a pesar de que podía traerle
problemas, y yo fui comprendiendo mejor por qué la admiración expresada en la
plaza de árboles y bancos donde se hablaba de todo porque en todo estaba la
diferencia.
Después
vino un taller en el Centro Martin Luther King donde socialismo y revolución
venían con brazos de trabajo llenos de sudor, y otro taller para vivir la
revolución cubana a cincuenta años de su triunfo, y su tremendo buen humor que
hace reír y pensar, que hace buscar.
Sus
textos me traen esa historia como hilo que teje el tiempo y siempre veo al
mismo muchacho, un poco más viejo, padre, maestro, lo veo escribir para seguir
corriendo los límites de las preguntas que tanta falta nos hacen. Sus textos
son una síntesis del sentido común cuando la mirada a la vida cotidiana se
hace sin cortinas, son como piezas hilvanadas en el sentir más sencillo,
donde además de la belleza, aparece la verdad que siempre se puede entender
porque se puede tocar.
Hoy
nadie tiene dibujado el proyecto de consenso con el pueblo cubano, y no están
las respuestas agotadas y claras, pero Julito contribuye en el campo de las
preguntas y en la ampliación de la reflexión sobre lo posible que aparece cada
vez más constreñido y limitado.
Julio
César Guanche: Conozco bien
a Julio Antonio Fernández Estrada desde hace más de 20 años. Muy reconocido
como profesor universitario, nació casi literalmente en la Universidad de la
Habana y a ella ha dedicado, al completo, su vida. Es, acaso, el más destacado
especialista en Derecho Romano en el país –una disciplina muy compleja, y de
conocimiento imprescindible para entender la base del sistema jurídico cubano.
Asimismo, tiene gran competencia en materias de Filosofía del Derecho, Derecho
Constitucional, Teoría del Estado y el Derecho e Historia del Estado y el
Derecho, tanto para el ámbito global como el nacional. Al mismo tiempo que ha
trabajado en esta formación, ha mantenido relaciones muy estrechas con todas
las generaciones de estudiantes que ha formado, y ha participado junto a ellos
de cuanto proyecto político o empeño social han seguido dentro y fuera de la
Universidad. Antes de los 30 años ya había obtenido dos licenciaturas (Derecho
e Historia) y un doctorado. Contar con un profesional de esta entidad y calidad
es un orgullo para los que respetamos y admiramos a la Universidad de la Habana
como una de las instituciones centrales de la cultura científica y política del
país, y para todos los interesados en la docencia e investigación del Derecho y
en la promoción de la cultura jurídica hacia el ámbito de lo social. Un
profesional así es, además, el tipo de “patrimonio” universitario y cultural
que cualquier sociedad se precia en tener, por lo que contribuye con toda ella,
y no solo hacia sus alumnos en específico.
Además,
Julio Antonio pertenece por derecho propio –y no solo por la “herencia”
recibida de su padre, Julio Fernández Bulté, el más grande jurista cubano desde
1959 hasta hoy—a la gran tradición cubana de intelectuales públicos, que se
deben tanto a la docencia universitaria como al debate nacional sobre los
asuntos cruciales del país. Es la tradición, por ejemplo, de Raúl Roa García,
profesor celebérrimo de la Universidad y decano en ella dos veces, intelectual
de vanguardia en América latina y político plenamente comprometido con la
justicia social y el socialismo, cuya labor fue en su tiempo una de las grandes
inspiraciones de la juventud estudiantil cubana.
Los
textos de Julio Antonio publicados en ONcuba, como sus artículos académicos,
intervenciones públicas, charlas, conferencias, cursos, clases, etc, tienen el
mismo espíritu y la misma vocación: presentar disputa en el espacio público
cubano a favor de lo que, por aprovechar la mención antes hecha a Roa, este
llamaba “el socialismo de la libertad”: un socialismo comprometido con la
libertad, la justicia, y también la belleza. Julio Antonio ha sido capaz de
situarse, con brillantez, en el difícil género de la crónica y ha entregado,
con su columna en ONcuba, uno de los espacios más lúcidos y legibles que
existen hoy en Cuba no solo para reflexionar, sino para reencantar con el
socialismo, la revolución, la democracia y la república, a un público que confirma,
descubre, o redescubre, en sus textos, que el socialismo puede ser confundido
por algunos con la ignorancia histórica, con la mediocridad intelectual, con el
entusiasmo por rechazar el pensamiento crítico y con la vocación de entender el
“debate político” como una cacería de brujas que haga irrespirable el cielo,
por demás tan azul y despejado de Cuba, pero que el socialismo en este país ha
sido, es y puede ser más libre, más justo, más hermoso (y más eficiente) que esas
distopías cometidas en su nombre.
Julio
Antonio, que además es un buen conocedor de la cultura y el lenguaje popular de
Cuba, sabe que nació en un país que debe, para mal y para bien, su historia, en
buena parte, al azúcar. Por ello, sabe también que en esta isla ser un
“amargado” es un crimen de lesa cultura nacional. Sus textos en ONCuba tienen
así, y lo tienen naturalmente, como están en el carácter de su autor, el humor,
la alegría, la música, la seriedad, la gracia, la profundidad y la
sofisticación de la Cuba que se merece Cuba. Creo que esa columna es hoy una
gran aula para expresar y sentir parte de lo mejor que tiene este gran país
nuestro.
¿Qué
lugar tienen en los espacios institucionales en Cuba hoy los enfoques que Julio
Antonio Fernández, y qué desafío pudieran plantear?
Juan Valdés Paz: Considero que las
opiniones de Julio Antonio, la mayor parte de las cuales comparto, deben ser
debatidas en su contenido y forma, aceptadas o impugnadas, pero siempre
respetadas como un derecho de opinión y nunca tomadas de excusa para
descalificar a la persona, menos aún si se trata de un revolucionario.
Creo
que lo que publica Julio Antonio en OnCuba podría y debería ser publicado en
otros órganos de prensa, en otros espacios en los que pudiera ser conocido y
debatido.
El
caso de Julio Antonio Fernández es el de todos los revolucionarios o no
revolucionarios, que desde “dentro de la Revolución” reclaman tener voz para
expresar sus opiniones y propuestas; el de aquellos que responden al reiterado
llamado del Presidente Raúl Castro para que los ciudadanos en general y los
intelectuales en particular, contribuyan con sus talentos y criterios al
proceso de cambios que el país demanda.
La
ausencia de suficientes espacios plurales, las restricciones en los medios y la
falta de una cultura del debate, hace que las opiniones por fuera del discurso
oficial les parezcan a algunos disonantes cuando no disidentes. Esto puede dar
lugar a un escenario de malos entendidos, pero también a actitudes defensivas,
sectarias u oportunistas. Solo el debate de las diferencias nos permite discernir
en qué estamos todos de acuerdo y sobre esos acuerdos, construir el consenso y
asegurar la unidad política de la nación.
Mylai
Burgos: Llevo la isla
muy dentro, por eso, aunque viva fuera de ella hace catorce años, estoy al
tanto de su hacer constante.
El
debate ideológico cubano vive en la triple tensión de lo que se puede, con lo
que se debe y lo que se quiere. Todos dicen que intentan, pero nadie lo logra,
y no se sabe si es porque no se puede, no se debe o no se quiere, o las tres a
la vez.
Los
debates están en todos los medios de comunicación, a lo que se ha sumado el
mundo virtual donde el control es imposible y la libertad navega entre la
profundidad y la superficie, hay de todo, mucho para desechar y un poco más
para rescatar.
El
Derecho en estos lares, la constitución, sus articulaciones democráticas, la
libertad con igualdad, los derechos, sus garantías, el respeto a la legalidad,
la norma jurídica como fenómeno dialéctico que es, el derecho como contén
a la corrupción, a la arbitrariedad, pero también a la explotación, nunca han
sido temas preponderantes en ningún espacio en la isla, la institucionalidad
pasa por el discurso del orden, la disciplina, el control pero nunca por el
derecho, los derechos, donde también hay deberes y obligaciones. Esta situación
ha tenido un devenir histórico constante en el proceso revolucionario cubano,
por eso la conciencia jurídica campea por su ausencia en los procesos
ideológicos, en el actuar político institucional y en las prácticas cotidianas
de la sociedad isleña.
La
discusión jurídica en Cuba ha tenido mínima cobertura desde los años noventa en
algunas publicaciones de revistas sociales como la Revista Temas de Cuba y la
Revista El Otro Derecho de Colombia. Hubo producción de revistas sobre el
derecho, aunque azotada por el período especial pero también por sus desidias
descriptivas y poco rigurosas propias del positivismo marxista ortodoxo, que de
marxismo sólo tenía el nombre. En los últimos diez años, han aparecido una
serie de libros que, con contadas excepciones, siguen la misma línea,
exposiciones escolásticas de temas diversos sin un debate de contradicciones,
sin un estudio de la realidad sociojurídica, sin un cuestionamiento del status
quo jurídico desde sus instituciones, estructuras, funciones y sociabilidades.
Al
debate ideológico jurídico cubano hoy hay que extirparle la triple disfuncionalidad
antes descrita, el poder, el hacer y el querer, pero también el anquilosamiento
perpetuo, la inercia mediocre, la ignorancia con miedo y llenarlo de
intempestiva valiente, frescura, profundidad, intimismo, verdad y crítica.
Pero, sobre todo, empaparlo de socialismo, que, por ende, implica todo lo
anterior y más.
Este
es el debate que nos trajo Julio Antonio en el mundo virtual pero que sobre
todo ha realizado en sus clases, enseñando derecho en la Universidad de la
Habana desde hace más de quince años. Porque este debate jurídico no está
solamente en los medios de comunicación, sino en las aulas donde se enseña, en
los centros donde se investiga, en los bufetes donde se aplica, en los
tribunales donde se impone con persuasión y justicia.
Cercenar
ese debate honesto y socialista, como se refleja en los escritos y el actuar de
vida de Julio Antonio, quitándole su mejor expresión, que es la voz de sus
clases impartidas, es cercenarnos a muchas y muchos, y como se ha dicho varias
veces, es una derrota del proyecto revolucionario cubano.
Aurelio
Alonso: Los espacios institucionales están marcados
por las circunstancias y no solo, aunque igualmente, por las personas que los
dirigen (circunstanciales también), con sus virtudes y defectos, su competencia
y sus limitaciones; y por una orientación que les viene dada – explícita o
implícita – y simplemente comparten y replican. En escasas ocasiones son autónomos.
Ni siquiera cuando se identifican así. La abolición de la autonomía
universitaria en nuestro país se produjo en el entendido de que las libertades
que la Revolución nos trajo podría haberla hecho superflua. No obstante, la
historia muestra que una conducción intolerante siempre puede incidir
nocivamente en los “espacios institucionales”. Para decirlo sin rodeos, no se
trata solamente de que se acabe por cometer una injusticia (aunque sea lo
primero), sino también del daño que la institución se inflige a sí misma al
privarse de inteligencia, de debate, de creatividad, por el simple hecho de
percibirla o sospecharla contestataria al sistema de conjunto. Para el
intelectual revolucionario, diría yo que el mayor desafío es el de la
coherencia, el no traicionarse a sí mismo porque quien no es capaz de defender
lo que piensa difícilmente pueda ser confiable para la defensa del ideal de una
sociedad superior. Es decir, más equitativa, más participativa, más justa, más
armónica con la naturaleza, más solidaria aún que la que hemos logrado hasta
hoy, que no es poca cosa pero que dista de ser ideal.
Israel
Rojas: La aparición
de nuevos actores de la comunicación y la conformación de la opinión pública
que trajo la era digital no acaba de sincronizar con buena parte de la
institucionalidad cubana en general. Y es una pena. Un ordenamiento jurídico
vetusto y poco ágil para atemperarse a los tiempos lo hace complejo. De repente
académicos, intelectuales o ciudadanos con determinada pericia demostrada
adquieren voz propia y ponen en circulación ideas que los políticos o
responsables de cierta esfera no estaban considerando oportuna, efectiva o
incluso, ni siquiera sabían que existía tal problema y en vez de generar un
efecto proactivo, revolucionario, edificante, produce exactamente lo contrario.
Estos
enfoques deberían tener un papel primordial por trasformadores. Y en el caso
que no logre transformar, al menos ayudar a interpretar la realidad.
Diagnosticar a tiempo. Movilizar la participación colectiva. Identificar los
líderes de cada momento, temática o tarea.
Ya
sabemos que nadie es bueno para todo. Y que un grupo motivado, convencido y con
objetivos comunes es siempre más eficiente que un sujeto por muy estrella que
este sea.
Pero
percibo que hay demasiadas sentaderas cuidando sillas. Las variables “correr
riesgos” y “asignación de combustible” son inversamente proporcionales. Se va
imponiendo el desmovilizador “no te metas en eso” y “no cojas lucha”, remarcado
con el muy popular y metafísico argumento post/guillotina “por algo será”.
Entonces mucha gente capaz se cansa y deja de ser tan útil como los necesitamos.
Uno
de los desafíos mayores que veo en lo inmediato es que los capaces no se nos
cansen.
El
tiempo está a favor de los persistentes. Porque los que no tienen luz pueden
eclipsar un rato, pero no tienen luz. Más temprano que tarde las razones se
abren paso. Los antagónicos orgánicos y cívicos se complementan y reconocen
porque en el fondo se necesitan y admiran. Ya sucedió antes con grandes
intelectuales cubanos y más recientemente con los casos del profesor Esteban
Morales Domínguez, con el Blog “La Joven Cuba” o con “Cartas desde Cuba”. Quien
persiste y no se deja envenenar por el rencor, el tiempo le premia con el único
atributo que nadie puede imponer por decreto: la credibilidad. Y este será un
elemento fundamental en la Cuba de los próximos años.
Llanisca Lugo: La manera que tiene julito de trabajar, contar,
involucrarse, dar testimonio, es hoy muy necesaria a nuestra
institucionalidad que no puede quedar en el lugar de la quietud y el óxido para
que fuera de sus campos se renueven los consensos y las participaciones, no
podemos tener instituciones seguras en la parálisis y la repetición mientras la
sociedad se transforma en los bordes. Corremos el riesgo de metamorfosis en
lugar de transformaciones, de vidas que crecen en lugar de proyectos de vida. No
podemos enfrentar la despolitización y conservatización de la sociedad solo en
los espacios pequeños, las periferias, lo alternativo o desde los grandes
discursos históricos, será bueno sacudirse por dentro, atreverse, tomar
riesgos, vivir la experiencia de la participación real desde las voces e
historias del pueblo.
Julio César Guanche: Los enfoques de Julio Antonio no son en caso alguno
raros en Cuba. Son perspectivas compartidas por una vastísima cantidad de
intelectuales y de personas de diversas profesiones, formaciones y oficios en
todo el país y en sus diásporas. La inmensa mayoría de estas personas saben
cosas de sentido común: que es mejor dialogar que prohibir; que es normal vivir
entre diferentes; que es imprescindible hacer escuchar a las voces distintas;
que un país y una sociedad son formaciones sociales extraordinariamente más
complejas que un núcleo de militantes idénticos entre sí; que es difícil pero
imprescindible lidiar con el talento; que los jóvenes deben tener espacio desde
sus propias voces; que vivimos en el siglo XXI; que gritar en la calle es de
mala educación, pero que actuar políticamente a través de la exclusiva
“gritería” es algo peor aún, es una aberración; que la gente sabe más sobre sus
propias vidas que “intelectuales” y “políticos” que hablan en su nombre, y
monopolizan el “nosotros” y el “pueblo” para marchar sobre el espacio público
como elefantes sobre cristalerías; que la discreción, la humildad, el compartir
y la solidaridad son, en política, virtudes infinitamente superiores al
narcicismo, la depredación y el monopolio. Sin embargo, ese “sentido común” —con
todas las complejidades que entraña esa expresión— está resultando bastante
inaccesible para algunos cursos políticos que estamos presenciando. Resulta
toda una conquista en estos días alcanzar al menos la sensatez.
Actuaciones como las que se han seguido contra Julio
Antonio no son “locuras”, aunque sean absurdos. Son el resultado “lógico” de la
acumulación de ignorancias en puestos políticos, de la falta de necesidad y
compromiso con enfrentar y procesar las diferencias, del despliegue de estructuras
burocráticas ensimismadas sobre sí que, por años, se han “liberado” de
demasiada gente con talento; de la convicción, nacida en la soledad de las
oficinas, que es mejor constreñir que discutir, hasta apreciar este hecho como
un resultado “normal”, cuyo culpable es la víctima porque “no entiende que no
puede hacer eso”. Es el resultado, también, de un espacio público
compartimentado que impide a la sociedad enterarse de estas actuaciones, que
atentan contra todo derecho y contra toda ética mínimamente revolucionarias, y
organizarse para defenderse ante ellas.
Más recientemente, a estas tendencias de antigua data
se han sumado las complejidades del escenario global y de las nuevas relaciones
con los Estados Unidos. Ante la complejidad del contexto, algunos creen que la
única solución es multiplicar exponencialmente los “enemigos” y atrincherarse
entre los exactamente iguales. Esas personas aprecian el mundo entero que les
rodea como un vasto, compacto, cejijunto y unánime adversario que les ataca por
todos lados. No es necesario abundar sobre los peligros de esta visión medieval
de la política, aterrorizada, que parece pretender defenderse cavando un hueco
en la tierra para sí misma, dejando contaminado el aire que no puedan atesorar.
Luego, los desafíos son viejos y nuevos, son
complejos, pero no son novedades radicales. La política socialista los conoce
bien y ha luchado a lo largo de toda su historia por alcanzar victorias en esos
campos. Cuando las ha conseguido, ha sabido reconocerlas y festejarlas:
ampliación del poder de la organización social, popular y ciudadana;
burocracias estatales más responsables, eficientes y transparentes; extensión
al unísono de derechos políticos y sociales, esferas públicas ampliadas,
democracias impulsadas por iniciativas “desde abajo”, luchas contra todas las
discriminaciones, economías reguladas a favor del bien común, control por parte
de los trabajadores sobre los espacios productivos, relaciones internacionales
justas, espacios solidarios de sociabilidad, pacificación de la existencia y
dignificación de la vida.
Ante la eficiencia con que una corriente política
cubana, muy minoritaria en lo social y apuntalada a cal y canto en zonas de
poder institucional, pretende producir más con menos, esto es, muchos más
enemigos con mucha menos política, debemos “resolver” lo que tanto necesitamos:
no solo más pan y más libertad, como quería el Apóstol, sino también más
lucidez y más dignidad. Como dice el propio Julio Antonio en su columna, todo
lo que se “consigue” en Cuba tiene que “rendir”. Nos hace falta resolver más, y
hace falta que nos rinda a cada vez muchos más cubanos.
Sobre los autores: Ariel Dacal Díaz,
historiador y educador popular; Aurelio Alonso, sociólogo y Premio Nacional de
Ciencias Sociales; Juan Valdés Paz,
sociólogo y Premio Nacional de Ciencias Sociales; Israel Rojas, músico y
compositor, director de Buena Fe; Julio
César Guanche, jurista e historiador; Llanisca Lugo, psicóloga y educadora
popular; Mylai Burgos, jurista y profesora.
Magnìfico (en especial el texto de Guanche). Lo que no entiendo es por qué no le pidieron esta opinión al rector de la UH, al ministro del MES, al Secretario del PCC de la UH, al presidente de la FEU, etcétera. Me encantaría que el autor nos dijera algo al respecto. Si lo hizo y no le respondieron, si no lo hizo y por qué, etc. Saludos cordiales y felcitaciones al autor por su iniciativa.
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