miércoles, 14 de septiembre de 2016

Pasemos la página

Por Carlitos

En las últimas semanas la blogosfera se ha visto empañada por una pléyade de acusaciones y señalamientos a personas, blogs y proyectos que, con todos sus defectos y virtudes, han hecho una gran contribución al debate público en Cuba.

No es la primera vez que aparecen fantasmas alrededor de quienes ponen el dedo sobre la llaga. Muchas veces por oportunismo, y otras porque en más de 50 años de confrontación hemos desarrollado una especie de paranoia que nos hace creer en teorías conspirativas detrás de cada idea nueva.

Hemos sido agredidos como a ningún país del mundo y bajo las formas más inimaginables, pero no puede ser que las ideas nuevas y frescas, aquellas que pueden hacer reverdecer el proyecto, sean siempre las más vulnerables, las menos deseadas, las más atacadas en nombre de la confrontación. Los revolucionarios debiéramos luchar cada día contra los demonios de nuestra propia paranoia y no dejarnos contagiar por la paranoia de otros.

Conocemos bien a los representantes de la contrarrevolución, pero es muy dañino ponerle el cartelito a cualquiera que venga con verdades duras o análisis novedosos. En los tiempos que corren, no nos podemos dar el lujo de desechar ninguna idea, porque si de algo estamos seguros es de que no hay verdades absolutas en cuanto a construcción del socialismo se trata.

A estas alturas del juego, no hace falta calificar a nadie para que se sepa cómo piensa o qué defiende. El oportunista, el falso, el doble moral se descalifica solo. Pero cuando la descalificación es incisiva, lo único que se logra es el descrédito de los que acusan y el "ascenso" de los acusados, más allá de que sea o no válida la acusación.

Hoy por hoy el enemigo no necesita enmascararse. En definitiva, vino Obama y habló a todos en vivo por televisión, jugó dominó con Pánfilo y cada vez que puede le hace un guiño carismático al pueblo de Cuba; La Habana se ha llenado de nuevos ricos, repatriados "exitosos" o incluso funcionarios pragmáticos que defienden "a viva voz" la restauración capitalista, muchas veces la más neoliberal; y una hueste de nostálgicos se aferra al inmovilismo y una visión simplista de cómo hacer política. ¿Acaso podríamos tener enemigos más peligrosos que esos? ¿Será que, ingenua o convenientemente, se está desviando el verdadero centro de atención?

Lo peor de todo es que muchas de las partes comparten los mismos objetivos, cuando difieren en los métodos. Diferir en los métodos no es poca cosa, pero ninguno de nosotros, ni ninguna de nuestras ideas es más importante que un proyecto que ha perseverado, esencialmente, por ser una construcción colectiva. ¿Será tan difícil sobrepasar esas barreras? ¿No es mejor dejar un rato lo virtual e intentar dirimir las diferencias, cara a cara, con un café o una cerveza por delante?

Una Revolución no vale la pena si para avanzar en la batalla ideológica necesita cercenar o separar a quienes tienen argumentos contrarios. Al menos, esa es una de las grandes enseñanzas de nuestra historia.

El caudillismo y la incapacidad de los grandes jefes para ponerse de acuerdo llevaron al abismo a la guerra del 68. Los principales méritos de Martí radicaron en aunar a muchas de esas figuras en la defensa de un objetivo común. El mérito de Fidel, 60 años después, fue precisamente pasar por encima del sectarismo y hacer un solo frente en pos de entender que teníamos un enemigo muy poderoso contra el que no se podría luchar con personalismos y fundamentalismos.

Como en otras etapas decisivas de nuestra historia, son tiempos de unir, de sumar, a los que piensan igual y parecido, a todos los que quieren una Cuba "con todos y para el bien de todos". La salvación de la Revolución no dependerá nunca de una militancia o una vanguardia "pura". Tal militancia no existe, todos tenemos elementos de esa pureza y demonios que exorcizar. Nos necesitamos los unos a los otros. La unidad, si es solo para unos pocos, de unidad no tiene nada.

No demos más cabida a esas discusiones. Pasemos la página. Busquemos en el debate lo que nos une y evitemos dañinas polarizaciones. Hay mucho más que alertar y discutir, hay muchas más mentes que ganar, más que a una manera de pensar en específico, al propio ejercicio de pensar. Esa debe seguir siendo la gran apuesta del socialismo; lo demás vendrá solo.

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