Por Carlitos
Cuando estudiaba en el pre comenzó a insertarse en los programas de estudio el análisis de las causas del derrumbe del campo socialista. Se imprimieron folletos y se impartieron conferencias que concluían que Cuba era diferente y que por eso sobrevivimos la hecatombe. Cuba conservó rasgos de su Socialismo criollo que la desmarcaban del llamado "socialismo real", pero siempre miré con duda y hasta con temor las similitudes y la poca capacidad para aceptarlas.
Una sensación similar he sentido con los resultados de las elecciones parlamentarias en Venezuela. En 17 años, la Revolución Bolivariana trastocó profundamente el imaginario y la estructura social venezolana, redibujó el mapa geopolítico regional, impulsó esquemas de integración solidaria y abrió una nueva etapa de "innovación" y resurrección de la izquierda. Esa huella no se borra con un resultado electoral, incluso si significara una salida temporal del poder.
Sin embargo, el resultado electoral del 6D no es una sorpresa, es una tendencia (el chavismo venía perdiendo nuevos votos en cada una de las últimas contiendas electorales). La guerra económica fue profunda y desigual, pero así ha sido y será para todos los proyectos progresistas y de izquierda (el capital no dará margen a otra cosa). En estos comicios, una oposición sin figuras creíbles tampoco justifica el resultado, menos después de casi dos décadas en que la ciudadanía venezolana cultivó su cultura política y su capacidad para discernir la "mala yerba".
El voto popular, por tanto, es también un voto contra los errores del chavismo. Desde pequeños aprendimos que cuando sufrimos un revés, por más fiero y mezquino que sea el contrario, lo primero es revisar los riesgos y errores propios. Es preciso inventariar lecciones.
Los resultados del 6D nos recordaron que subdesarrollo no es atraso, sino incapacidad para desarrollarse bajo las reglas del sistema capitalista mundial. El precio del petróleo cayó de la noche a la mañana y Venezuela era otro país. Por eso, una de las principales metas de nuestros países es dejar de depender de unos pocos recursos. El boom del precio de las materias primas de principios de siglo fue una buena oportunidad, pero no se aprovechó lo suficiente.
Los resultados del 6D demostraron que los mecanismos de la democracia burguesa pueden ser utilizados, pero significan un desgaste tremendo. Es irreal que todos los candidatos van a las elecciones en igualdad de condiciones. No son siquiera los que tienen el poder político los que van en ventaja, sino los que tienen el poder económico y mediático (generalmente los mismos). Eso no debe ser una justificación para evadir la participación social en el Socialismo (casi consustancial a su existencia), pero sí un reto a la reinvención de prácticas de ejercicio de la democracia.
Los resultados del 6D evidenciaron la importancia del factor humano en la construcción de un proyecto socialista. En los marcos de una sociedad profundamente consumista como la venezolana, la realización material individual tiene una importancia sobrevalorada sobre otros elementos que debe sopesar la satisfacción humana. Algo cambió la sociedad en 17 años, algo de "nuevos" tienen los hombres y mujeres venezolanos de hoy, pero el lastre inicial era muy fuerte.
Los resultados del 6D nos advierten que si bien es inapreciable el impulso que le puede dar el liderazgo a un proceso, las Revoluciones tienen que solidificarse sobre la participación del pueblo, el liderazgo colectivo de su militancia y el progreso de sus instituciones. Desgraciadamente, la vida de los líderes es finita y su salida repentina puede dejar vacíos insuperables. Mayor peligro representa la reproducción de este patrón y los métodos personalistas a otros niveles, caldo de cultivo a la nefasta enfermedad de la corrupción y la desconexión con las masas.
Los resultados del 6D hicieron ver que no basta que un gobierno tenga buenas intenciones, compromiso social, una política de soberanía nacional y antiimperialista y estructuras partidistas militantes. La gente necesita que el discurso sea creíble y se refleje en resultados palpables y de forma continuada. Como decía un analista recientemente: "lo conseguido no puede ser una bandera eterna para conquistar el voto, especialmente cuando lo ganado ya es puesto en riesgo por la propia realidad".
Los resultados del 6D demostraron que hay muchos mitos alrededor de la unidad y la militancia revolucionaria. Si la unidad significa esconder los problemas y no hacerles frente o buscar en las agresiones reales de los enemigos externos e internos sus únicas causas, estos reaparecen mucho más grandes y difíciles de manejar.
Para Cuba, en particular, el 6D tiene significados prácticos más allá del aprendizaje político; no sólo el impacto del posible final de los acuerdos de Petrocaribe y la exportación de servicios médicos, también la confirmación de un giro en el ambiente geopolítico regional. En unos pocos meses la tremendamente favorable situación internacional cambió: primero Argentina, luego Venezuela y ahora gran tensión en Brasil; el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos comienza a tomar un tono bien lento y la crisis migratoria desatada en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua ha implicado decisiones internas y externas que hacen más complejos los canales de emigración de los cubanos (algo que había funcionado como válvula de escape a la situación doméstica).
Nuevamente todas las preguntas se vuelven hacia adentro, hacia la capacidad de no repetir errores propios o ajenos, hacia la necesidad de mostrar resultados, dibujar horizontes y plantear debates, hacia la habilidad de la izquierda para desandar la delgada línea de la unidad sin que ello signifique renunciar a plantear contradicciones y participar y reclamar de las soluciones, a tiempo.
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