jueves, 23 de junio de 2016

Menos Directrices y más profundidad

Por Fernando Luis Rojas

Con la pesada carga – que huele a deuda insalvable – de haber eludido un debate popular que sirviera de antecedente al VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, ha comenzado en la isla la discusión de los documentos aprobados en el cónclave. Aunque el momento fundamental lo constituye el análisis de Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista y Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta 2030: Propuesta de Visión de la Nación, Ejes y Sectores estratégicos; los militantes de las organizaciones políticas y representantes de la población se acercarán antes al Informe Central y el Discurso de Clausura pronunciado por Raúl Castro, así como a las Directrices y Resoluciones del evento. Precisamente, en este particular se centran los comentarios de este trabajo.

Parece que para no perder la costumbre, el “aparato” ideológico del Partido ha decidido plasmar en Directrices y Resoluciones su interpretación de las discusiones e intervenciones del evento; de paso empobreciendo, limitando y sesgando el propio informe presentado por su Primer Secretario. Como es costumbre, en su condición de “directrices” – un término poco feliz que recuerda la ortodoxia del PCUS – define líneas generales con las que básicamente coincido. El problema radica en la articulación de esas líneas con la práctica política. Una experiencia similar viví con los Lineamientos: una coincidencia de principios enturbiada – varias veces – por el silencio y la falta de información de la implementación cotidiana. Los Lineamientos, poco a poco y por desgracia, se han desnaturalizado en su condición orientadora, transformándose en un barraje estadístico que disminuye su potencial impacto.

Podría suponerse que un esfuerzo como Directrices y Resoluciones sacaría lascas a los asuntos puestos sobre la mesa por Raúl en sus intervenciones; que llamaría a profundizar las discusiones en el ambiente de la militancia política. No es así. Se limita a esbozar consignas, y en el peor de los casos a repetirlas.

Regresa el asunto del partido único en Cuba, un tema cardinal en medio de la avalancha de posiciones foráneas e internas que reivindican el pluripartidismo como expresión consustancial de democracia. En última instancia, vale recordar que cuando Max Weber hablaba de “jaula de hierro” y “noche polar de oscuridad helada” no se refería al monopartidismo cubano. No se trata de afirmar este principio, sino de discutir ampliamente cómo debe ser ese único partido en el camino de: 1. Incluir las aspiraciones, criterios y necesidades de la mayoría de la población (sinceramente, no creo que exista ni partido, ni multitud de partidos que puedan incluir a “todos”); y 2. Conservarse sobre la base de la legitimidad y el consenso.

Tres temas están estrechamente relacionados: los límites al ejercicio de cargos y funciones partidistas y estatales, la denominada “política de cuadros” y la promoción de jóvenes dirigentes. Ya lo he dicho otras veces, me parece un enorme error político continuar acuñando el término diferenciador de “generación histórica”. La frase enmascara – en algunos casos – un pensamiento conservador. Por un lado, se ha resignificado como un término demarcatorio, distanciado del sentido ecuménico con que apareció en el Llamamiento al IV Congreso del Partido Comunista de Cuba en marzo de 1990, para situar un punto de partida al uso.[1] Por otro, tiene el pecado original de ser una frase excluyente –no en el sentido cómodo de las diferencias generacionales sino en el de referirse a los sobrevivientes de esa generación–, y amparados en esa lectura, los revisionistas, los que sueñan con la restauración republicana capitalista hablan de ruptura, traición y quiebre entre la década del sesenta y los períodos siguientes de la Revolución cubana. También, el empleo acrítico del término “generación histórica” tiene un efecto desideologizador, limita per se el aporte y la permanencia – más allá de la práctica – de quienes jugaron un importante papel en la vida de este país desde los años cincuenta del pasado siglo.

Respecto a los jóvenes ya sabemos, que en rigor, ser considerado etariamente joven no te hace por antonomasia revolucionario. Las “sonadas” defenestraciones de “cuadros jóvenes” en épocas recientes, la invisibilidad de un liderazgo político juvenil y la inefectividad del trabajo de las organizaciones plantean interrogantes no precisamente a los jóvenes: ¿cuáles son las cualidades que se buscan en un joven para el desempeño de responsabilidades políticas y estatales? ¿Qué condiciones tienen el lugar central? ¿La lealtad a qué? ¿Una vocación crítica? ¿Qué acumulación cultural? ¿Qué formas de relacionarse con la gente? ¿Eficiencia para qué: para cumplir tareas de otros o para diseñar y enfrentar las propias?

Quisiera referirme también al constante y desangrante asunto de la subversión contrarrevolucionaria. Solo los necios ven un infundado fantasma en esto. Y también, solo los torpes la enfrentan como lo estamos haciendo. El socialismo depende de su internacionalización para sobrevivir. El capitalismo también. Son intereses contrapuestos en pugna. Si limitamos el combate a las denuncias sobre la procedencia de los financiamientos – importante sí, pero la punta del iceberg – quizás vencemos en la batalla policial, pero postergamos la ideológica y la cultural. Hay medios, plataformas, que nos vienen de frente; hay otras que trabajan, en la dimensión cultural, de manera sutil y las sobrellevamos. En ellos, se confirma lo que Luis Britto García define como la aparente libertad que da el aparato selector de canales.

¿Qué hacer entonces? Caminar hacia una nueva comunicación política, porque al final, una mala propaganda también subvierte ideológicamente por negación. Poner más dinero a la gente que hace en los denominados “medios oficiales”, a las revistas que con un enfoque académico crítico abordan la problemática nacional y atraviesan los más enrevesados caminos para publicar. Al mismo tiempo, que ese mecenazgo desde el Estado no limite la libertad y con ello, comience a cuestionarse – quizás por primera vez en la historia – ese axioma de “el que paga, manda”. De esa manera, y tangencialmente, comenzaría a desmontarse el pretendido liberalismo fundado en los silencios. A la hipocresía y el solapamiento, vendría a oponerse la transparencia.

No me queda mucho más en esta primera entrega. Solo quiero apuntar que la insistencia de Raúl Castro sobre la necesaria articulación de los cambios económicos con la conservación de los niveles de justicia e igualdad, constituye un reconocimiento a los vacíos que marcan las transformaciones implementadas. Al Séptimo Congreso le hubiera servido como uno de los documentos a discutir, por ejemplo, el libro Cuba: los correlatos socioculturales del cambio económico,[2] y ello hubiera sido expresión de un diálogo productivo entre decisores y académicos. Una sinergia aún insuficiente. Hay quien dirá, reviviendo estigmas del pasado, que eso hubiera permeado al Congreso de “cosas de intelectuales”; quizás así se matizarían los criterios que identifican los debates de eventos como este como “cosas entre dirigentes”.

Finalmente, y como parte del nuevo congreso que empieza ahora en los núcleos, las organizaciones de base de la UJC y los colectivos laborales, desempolvemos también los objetivos aprobados en la Primera Conferencia Nacional del Partido en enero de 2012. Evitemos de esa manera seguir postergando lo político en lo formal, aunque en ninguna cabeza lúcida cabe la idea de que pueden sostenerse discusiones independientes sobre lo político, lo social y lo económico. Y por favor, menos Directrices y más profundidad.  

   



[1] ¡Al IV Congreso del Partido!¡El futuro de nuestra Patria será un eterno Baraguá! En Periódico Granma, 18 de marzo de 1990.

[2] Espina, Mayra Paula y Dayma Echevarría (coordinadoras). Cuba: los correlatos socioculturales del cambio económico. Editorial de Ciencias Sociales y Ruth Casa Editorial, 2015.

 

 

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