martes, 29 de julio de 2014

La Revolucion tiene que ser popular

Por: Jorge Gómez Barata

En cierta ocasión, en relación con la aplicación de una medida que podía resultar impopular, Fidel advirtió: "¡La Revolución no puede dejar de ser popular!" Alguien debería avisar a los encargados de los precios, la aduana, el aeropuerto y otros: El precepto sigue vigente.

La debacle socialista, la crisis económica propia, y la ajena, obligaron a descontinuar numerosas políticas sociales que el pueblo asumía como parte de la obra revolucionaria, y como conquistas que disfrutaba y defendía con fiera determinación. El inventario seria enorme y dramático; aunque tal vez con mencionar la mengua en la cuota segura de víveres, ropas, zapatos, canastillas, juguetes, los comedores obreros y escolares, el plan de becas, y la oferta de viviendas, serian botones de muestra.

A la supresión de decenas de ítems que técnicamente han saneado la economía pero perjudicado a la gente, se suma la creación de una red comercial en divisas, el aumento de los precios en el comercio estatal, que en el sector privado han quedado librados a la oferta y la demanda, la reintroducción de unos impuestos y la elevación de otros, la contracción del empleo y los bajos salarios.

En conjunto esas circunstancias han deteriorado el nivel y calidad de la vida, golpeando a la parte más ancha de la pirámide social, y reintroduciendo en la realidad cubana el feo rostro de las desigualdades y de la pobreza, que progresan al mismo ritmo en que las conquistas retroceden.

El hecho de que el pueblo haya asimilado grandes frustraciones, depuesto sueños y metas, comprendido e incluso apoyado la adopción de medidas restrictivas en aras de salvar conquistas esenciales; y que sin quejas ni lamentos, soportó las privaciones del Período Especial, no significa que haya otorgado un cheque en blanco a los encargados de operar los asuntos públicos.

Los funcionarios del poder revolucionario a quienes no puede temblarle el pulso para adoptar medidas y asumir rectificaciones que permitan enrumbar la economía por los caminos de la racionalidad, el ahorro, y la eficiencia; deben tener también sensibilidad para ser consecuentes con el carácter popular de la Revolución, y abstenerse de dictar medidas restrictivas impopulares, excepto cuando no existan otras alternativas, no pueda esperarse, y se ofrezcan argumentos convincentes.

Porque comprendió la esencia de esa dialéctica política y por su preocupación por preservar la unidad entre el pueblo y el poder, y para cuidar la cohesión de la sociedad como la niña de los ojos, el presidente Raúl Castro incorporó a su programa de gobierno la eliminación de "prohibiciones absurdas" que, algunos organismos reintroducen de contrabando.

Así ocurre con las medidas que desde hace algún tiempo, unas tras otras dicta la Aduana General de la República, que se empeña en privar a los viajeros cubanos de las mínimas ventajas que alguna vez disfrutaron; sin necesidad ni justificaciones válidas.

Es ridículo asumir que impidiendo a los viajeros traer algunos artículos para sus familias, aumentando impuestos y reduciendo el tamaño de los paquetes, se ayuda a la economía nacional, insólito comparar a Cuba con otros países donde no hay bloqueo, escasez, ni precios exorbitantes; como tampoco contingentes internacionalistas.

Es ocioso rebatir argumentos, entrar en detalles o describir desatinos; a la vez es pertinente apelar al Partido y a la dirección del Estado, encargados de velar por la preservación de la unidad del pueblo, la cohesión social, y el carácter popular de la Revolución, para pedirles que exijan moderación acerca de medidas innecesarias o inoportunas que lesionan células que deben ser preservadas. Allá nos vemos


 

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