miércoles, 7 de enero de 2015

La nueva política hacia Cuba del presidente Obama pudiera ser un buen comienzo

En 1992, el comentarista de The Miami Herald Andrés Oppenheimer ganó un premio Pulitzer por su libro La hora final de Castro, dando así "un nuevo significado a las palabras 'final' y 'hora'", como comentaría irónicamente muchos años después el fallecido cineasta y escritor Saul Landau. Fidel Castro sobrevivió a 11 presidentes de EE.UU., al menos a ocho intentos de asesinato y a unos cuantos obituarios prematuros, y vivió para ver cómo cedía el país más poderoso del mundo y reconocía –al menos en principio– el derecho de Cuba a la autodeterminación nacional.

El 17 de diciembre, el presidente Obama anunciaba que buscaría las relaciones diplomáticas totales con Cuba.

La mayoría de los comentaristas aquí no se han dado cuenta de cuál es la más importante fuerza motriz de este espasmo de normalidad desde el norte, largo tiempo esperado. Desde 1988, los gobiernos de izquierda han sido elegidos y reelegidos en un país tras otro hasta que en este momento gobiernan la mayor parte de la región. Algunos de estos nuevos presidentes de izquierda –Lula da Silva y Dilma Rousseff de Brasil, Evo Morales de Bolivia. José Mujica de Uruguay– sufrieron personalmente la violencia y el encarcelamiento a manos de dictaduras apoyadas por EE.UU. No guardan rencor, pero todos los nuevos presidentes de izquierda aprecian grandemente la importancia de la autodeterminación nacional y regional.

Estos gobiernos de izquierda crearon nuevas instituciones como UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) y CELAC (Comunidad de estados Latinoamericanos y Caribeños) a fin de alcanzar sus objetivos comunes. La CELAC es una organización que fue formada como alternativa a la Organización de Estados Americanos (OEA) –a menudo dominada por Washington– e incluye a todos los países de las Américas, excepto Estados Unidos y Canadá.

La CELAC se formó como respuesta al golpe militar de junio de 2009 contra el presidente democrático de Honduras, Mel Zelaya. Estados Unidos manipuló a la OEA en sus esfuerzos exitosos por evitar que Zelaya regresara a su cargo. En su libro reciente Decisiones difíciles, Hillary Clinton reconoce por primera vez su propio papel en este esfuerzo.

El papel de Washington en ayudar a que el golpe militar de Honduras tuviera éxito en realidad hizo retroceder las relaciones con  Latinoamérica, cuyos nuevos líderes, hasta ese momento, habían puesto grandes esperanzas en el nuevo presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Para 2014, la administración Obama probablemente tenía las peores relaciones con Latinoamérica que haya tenido cualquier gobierno norteamericano en décadas, incluyendo hasta el de George W. Bush. En la Cumbre de las Américas de 2012, Washington estuvo aislado, y hasta el presidente Manuel Santos de Colombia –un gobierno no izquierdista que permanece más cerca de Washington que la mayor parte de Suramérica– dijo que no podría haber otra cumbre sin Cuba.

El anuncio del presidente Obama no es el fin de la Guerra Fría, lo contrario de la conclusión a la que han llegado algunos observadores –ni tan siquiera con Latinoamérica, mucho menos Rusia. El anuncio de Obama llega pisándole los talones a una legislación en el Congreso, encabezada por los mismos cubanoamericanos y neoconservadores, a favor de sanciones contra Venezuela. El Departamento de Estado continuará financiando en la región sus programas de la irónicamente llamada "promoción de la democracia", que  buscan socavar a los gobiernos de izquierda democráticamente elegidos. Y la amplia mayoría de los norteamericanos aún no puede viajar a Cuba, una indignante restricción de nuestras propias libertades fundamentales.

Pero sin duda el anuncio es un cambio histórico. Es el reconocimiento de que este intento de 54 años de cambio de régimen en Cuba, el cual solo ha ayudado a aislar a EE.UU. en la región y en el mundo, ha sido un completo y total fracaso. Es una derrota para el lobby anti-Cuba, que no tiene mucha base política fuera de sus propios círculos –ni siquiera entre la mayoría de los cubanoamericanos– y algunos políticos republicanos. Es una clara victoria para el dominio de la ley en las relaciones internacionales y para el derecho de los países a la autodeterminación. En suma: un buen comienzo, y veremos qué sucede.

*Mark Weisbrot es codirector del Centro para Investigaciones Económicas y Políticas en Washington, D.C. Es también presidente de Just Foreign Policy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Agregue un comentario