Por Carlitos
En los últimos días una sincera alocución de una joven en el Pleno Nacional de la UPEC y una carta de protesta del Comité de Base de la UJC del periódico Vanguardia han recorrido la red. La principal virtud de ambas es el compromiso, una palabra bien gastada pero que mucho escasea en el mundo de hoy.
Por suerte, son puntos de ebullición en una marea que nunca ha dejado de arder. Oiga las letras de los jóvenes creadores, hurgue en las indagaciones de los guiones de teatro y las jóvenes realizaciones de "la muestra", converse con los verdaderos periodistas que hay detrás de los medios, lea los blogs de muchos jóvenes, dentro y fuera del sector estatal, dentro y fuera de Cuba y tendrá motivos para tener optimismo.
Debiera ser una muy buena noticia para todos que Cuba tenga una juventud comprometida con su futuro. Debiera ser una mejor noticia que también tenga compromiso con su pasado, con los ideales de una Revolución que imantó corazones en todo el mundo.
Lo que pasa es que compromiso con el pasado no es necesaria o únicamente compromiso con los incuestionables logros sociales, culturales y de política internacional de la Revolución. No debiera entenderse como compromiso con lo que pasó, sino con la tradición y los valores que permitieron esos logros.
Una juventud que cuestiona, que muestra dolor por la desigualdad que crece, que detesta la chapucería, que reclama más participación, que no quiere creer porque ya sabe leer, que tiene buenos sentimientos (así de simple), que es capaz de fundar una familia, hacer amigos, dar amor y dolerse por el otro, es la mejor herencia de un pasado del que todo cubano debe sentirse orgulloso.
Ese capital, una juventud comprometida con su futuro y con su pasado (con todo su pasado) es invaluable. Es lo que explica que en medio de tantos espejismos, tanto canal 41, tanta política y tanto dinero para la subversión, todavía haya quienes quieran quedarse en la redacción de un periódico provincial, en una oficina de la administración central del Estado o llevando un pequeño emprendimiento privado (aquí y no allá).
Es algo que tiene Cuba y que no tuvieron las experiencias de construcción socialista anteriores. Aunque no nos hayamos quitado del todo cierta herencia estalinista, en Cuba se cultivó una cultura por el ejercicio de pensar y por la participación que no debiéramos olvidar.
Es cierto, estos jóvenes no son todos los que quisiéramos. Pero las vanguardias nunca han sido mayoría; su virtud ha estado en su capacidad para representar y movilizar en nombre de ellas.
El peligroso panorama de hoy es que esa vanguardia se encuentra dispersa y desorientada. En no pocas instituciones y espacios es vista con sospecha y en ocasiones como enemiga. Se prefiere la obediencia, el respeto irrestricto a las jerarquías, la falta de cuestionamiento, la asimilación acrítica de las políticas, la capacidad para reafirmar argumentos vacíos, atributos que niegan cualquier virtud de un revolucionario.
¿Cómo puede nuclearse una vanguardia que es negada por las instituciones del proyecto que defiende? ¿Cuáles son las brújulas y cuales los asideros en esta circunstancia?
En ninguna época histórica los jóvenes pidieron permiso para defender sus ideales. El reto de los revolucionarios cubanos es defender las ideas en que se cree sin romper con las instituciones que representan ese proyecto. Le toca un rol clave a esas instituciones.
Hay que empoderar a las verdaderas vanguardias, a las verdaderas herencias del proyecto de la Revolución. Pero poniendo el oído a los reclamos de los jóvenes no se les está asignando ningún protagonismo. Hay que abrir paso y dejarles ser, hacer, equivocarse y levantarse como mismo hicieron los fundadores, ahora con la suerte de tenerlos cerca.
Siempre habrá quienes aplaudirán todos los discursos, asentirán con la cabeza, harán mucho más cómodo el ejercicio de gobernar, pero serán el seguro pantano en el que tristemente se hundiría, como en otras experiencias y apenas sin percibirlo, el proyecto por el que aún muchos cubanos perdemos el sueño.
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