Por Fernando Luis Rojas
… así me he sentido en los
últimos días, en medio de las veleidades de las redes; al menos, de la parte
que se gestiona desde (espacio físico) – o sobre (ámbito temático) – Cuba. Estar
fuera de la isla por unos meses me ha hecho habitar, por razones geográficas y
posibilidades tecnológicas, más en el espacio virtual que en las calles de mi
país. Ya sabemos que no son terrenos “cerrados”: hay quienes en Cuba viven en
realidad virtual aunque no tengan conectividad, y viceversa.
Punto de saturación:
Pensar que el verticalismo de la política estatal de
información; los vacíos legales; las limitaciones e inconsistencias de la “prensa
libre” del capitalismo; y la falta de contenido que define “lo público”, “lo
privado”, “lo grupal”, “lo gremial”, “lo comunitario”, “lo oficial”, “lo
institucional” y “lo popular” influyen por separado, es una de las mayores
expresiones de una idealismo decimonónico alemán grande, entre otras cosas por
eso, por ser decimonónico y alemán.
No había sentido
un regreso a la pureza reaccionaria como el de los últimos días. Un purismo que
comienza, precisamente, en que cada contendiente quiere presentarse como tal.
Que la sociedad cubana – en lo económico, político, comunicativo, en las
relaciones familiares – no es profundamente democrática me parece una certeza.
Al menos, desde mi punto de vista, que toma como horizonte de comparación el “deber
ser del socialismo” y en un criticable acto de abstracción para algunos, elude
comparaciones hechas para “encajar” utilitariamente sobre la libertad de hacer
periodismo en Cuba o México.
¿Hay alguna forma de demostrar que en Fulano pesa más el
verticalismo estatal, o en Mengano lo hace el paradigma de la “prensa libre”?
Por ahora sólo tenemos las confesiones de fé de los protagonistas. A mí – desgraciadamente
en este estatus de analfabetismo en teorías
de la comunicación – algunos discursos críticos de la política estatal me
suenan particularmente autoritarios y verticales, portadores de una “verdad inamovible”;
y otros, presentados como “revolucionarios”, me suenan significativamente
retardatarios y en esencia, antisocialistas.
A todo ello sumemos, que en el sentido común y en la vida
cotidiana de la gente hay problemas mucho más apremiantes. No se trata de
eludir los posicionamientos, desacuerdos, filiaciones, contenidos,
financiamientos; creo debemos partir de transparentar todo esto. Pero en ese “purismo”
queremos pasar por una o varias cosas, y no por lo que somos realmente. Y
queremos absolutizar el periodismo como la expresión mejor del dinamismo
político en la isla. Siempre ha sido un problema para mí identificar las
fronteras entre actividad profesional y política, quizás deba sacudirme aun el
impacto de Marx con El señor Vogt.
Aunque no estoy muy dispuesto a ello.
Lo que podría ser una identidad gremial, sufre ahora una
crisis de identidad por sobreproducción, que parece derivar – para este lector –
en una pugna por arrebatar espacios. Puede entenderse entonces, que en mi
condición de “individuo potencialmente conquistable” me sienta saturado.
Me disculpo. En el matiz que han tomado las
discusiones, se me pasa en un día. Y siempre queda el aliento de ese título de
Julito: “No quiero saber nada de
Industriales ni de Obama”.
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