miércoles, 12 de julio de 2017

Culpables: autopsicografía



Editorial

“El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
          El dolor que en verdad siente”
Fernando Pessoa

Nos declaramos culpables de poner un granito en la nefasta comunicación política de nuestro país. Somos culpables de vanidad, porque a veces preterimos el sentido común, las representaciones de la gente, sus problemas; y pesan más nuestros criterios, nuestras verdades, como si un blog o una revista digital pudieran hablar (y hablaran) a todos, por todos.

Nos declaramos culpables de oportunismo y autoengaño, porque nos presentamos ingenuos cuando en el fondo sabemos que le hablamos a decisores de política y que tenemos igual circulación en las redes que en los salones de reuniones.

Nos declaramos culpables de falsa pureza y cobardía porque nos basta con levantar la bandera: “nadie nos paga por esto” cuando sospechamos –y callamos– que esa es la punta del iceberg. Puede hundir, ¡claro!, pero hay también mucho hielo debajo.

Nos declaramos culpables de terquedad y soberbia, porque mañana será “el otro” el equivocado, y daremos agua a las palabras y vendrá otro post o artículo en que sigan inamovibles nuestras creencias, como si tuviéramos la cabeza de piedra.

Nos proclamamos culpables de no “etiquetar”, o al menos, hacerlo en confianza e íntimamente; porque los términos sin contenido son nada, ¡y hay mucha “nada” cabalgando por todos lados!

Nos declaramos culpables de imprecisión y “falta de combatividad”. Nos convertimos en hijos aventajados de Harry Potter y su cuidado permanente por “el que no se debe nombrar”; porque hay mucho amarillismo vestido de Revolución o de Libertad, y mucha gente que quiere oír su nombre, no importa dónde, pero escucharlo.

Nos declaramos culpables de desear el mal al prójimo, específicamente a ese que le desea el mal a otro.

Nos declaramos culpables de saturación, porque nos asfixia una agenda comunicativa que tenga un solo canal, un solo tema; porque en rigor, los cubanos tenemos cientos de problemas cotidianos que dan para otras cien agendas.

Nos declaramos culpables de no escribir claramente, de situar un Editorial medio críptico cuando está sonando el río.

Nos declaramos culpables de esta culpa colectiva.

lunes, 26 de junio de 2017

Crónica a ¿destiempo? (o “Yo me lo gané”)



Por Fernando Luis Rojas

La fábula

Llegó con olor a alcohol. Los apagones de veinticuatro horas y el vinagre de cáscaras de plátano catalizaron su paso de bebedor casual a habitual. La bicicleta china traía torcida la llanta delantera, “hecha un ocho” como dirían en el barrio; y él traía el brazo en cabestrillo y la mano vendada. “Me trataron de quitar la bicicleta”, dijo.

Era una posibilidad latente. Para regresar del trabajo debía tomar la avenida Yarayó y pasar por la desolada zona del cementerio Santa Ifigenia que, por aquellos primeros noventa, no estaba reparada ni alumbrada. Ese fue el lugar, según nos dijo. La andanada de coches de caballo que llegaban hasta la Barca de Oro y se iluminaban con faroles no impidió que se le atravesaran los dos tipos, él echó mano a la cadena que traía enrollada en el sillín y se defendió. Después atinó a “halar por el machetín que llevaba en el cuadro de la bicicleta” y ante la resistencia, llevando algún que otro cadenazo, los asaltantes se fueron.

El  resultado fue una muñeca quebrada y la rueda delantera del “chivo” inservible.

La verdad

Me olió raro el asunto por dos razones: él no era Superman, y por si fuera poco, la bicicleta había llegado a la casa. Yo, como siempre, le quité los zapatos después de tenderse en la cama; y él tuvo que confesar a la semana cuando llegó con la noticia de una sanción del Partido.

No hubo asalto, aunque sí bronca. Fue a la salida del trabajo, la fábrica de tabacos que quedaba en la Alameda donde era contador. Le dijo al jefe que no siguieran apretando a la gente con esas revisiones humillantes a la salida, mientras el carro que tenía asignado triplicaba el plan de consumo de combustible. “Me fundí, la cosa se calentó y me cayeron arriba el jefe, su hijo y el chofer”; nadie tomó partido por mí. “Yo me jodí, porque metí la Forever contra el parabrisas del carro estatal”.

El desenlace, una semana después, fue una discusión en la reunión del núcleo. Salió con una sanción y el anuncio de un acta de responsabilidad material. Pero estaba contento. “Llegó a decirme que yo era un contrarrevolucionario, que estaba denigrando a un representante de una institución estatal y que, además, él había tirado tiros”. “Yo también”, le contesté, “veinte años después y en Angola, pero a mí me vale igual”. A mí eso de la tiradera me sonaba lejano, y aunque reconociera el mérito me enervaba la sangre. “Bueno, entonces los que sí estamos jodidos somos nosotros, los que nacimos en el ochenta. No tenemos nada que enseñar”, tuve que lanzarle a la cara con mi inocencia quinceañera. “Na chama, uno utiliza las armas que tiene. Lo importante es siempre defender la idea de que no me regalaron nada, yo me lo gané”.  

miércoles, 21 de junio de 2017

Declaración de los blogueros cubanos

Cuba existe también en la blogosfera. Es el testimonio cotidiano y el pensamiento libre de una nación y de un pueblo en toda su variopinta cultura de resistencia y de vida. Justamente por ese patriotismo que nos identifica como comunidad, es que denunciamos las recientes declaraciones del presidente de los Estados Unidos por ofensivas e insultantes con nuestro pueblo. Trump frena, retrocede, se descoloca en la historia, asume la peor de las posiciones y lo hace rodeado de sujetos con un amplio prontuario criminal.
Los blogueros cubanos que suscribimos esta declaración, así como en su momento, seguimos y animamos el acercamiento entre las dos naciones, a pesar de sus diferencias, rechazamos la vuelta al discurso ofensivo y la política de las cavernas, tantas veces derrotada; reprobamos toda intención de fuerza contra la Isla, al tiempo que descalificamos a terroristas y políticos tramposos como interlocutores válidos para los cubanos.
El presidente Trump ha de saber que su mandato no se extiende a Cuba y sus ofensas en el show de la “era del hielo” solo sirven para reforzar el sentimiento antiimperialista, como una razón más de unidad.
El trazo del camino seguido, y las cualidades de la rueda que le transita, son legítimos por la génesis popular que le dio vida, sin presión de ningún tipo, forjada desde el pueblo al que pertenecemos, y al cual se debe nuestro relato- sorprendente e impetuoso- de la vida tenaz en esta tierra, que lucha día a día por una sociedad y un mundo mejor.
Quienes deseen sumarse a esta declaración lo pueden hacer a través de las diversas plataformas de Redes Sociales donde ha sido publicado o, reblogueándola en sus páginas personales.
Silvio Rodriguez: Segunda Cita 
Enrique Ubieta:  La Isla Desconocida
Iroel Sánchez: La Pupila Insomne
Rafael Cruz: Turquinauta 
Karina Marron: Espacio Libre de Cuba
Manuel Lagarde: Cambios en Cuba
Jorge Á Hernández Pérez: Ogun cubano  
Daniel Guerra: Sin Oropel ni Garufa
Jorge Jeréz: Jorgito por Cuba
Luís E Ruíz Martínez: Visión desde Cuba
Tamara Vazquez López: Recetas naturales de la abuela cubana
Julio César Moreno:  Kokacub@ 
Carlos García: CubaEconomía
Norelis Morales: Islamia 
Daniel Guerra: Sin Oropel ni Garufa 
Elier Ramirez Cañedo: Dialogar Dialogar
Raiza Martín Lobo: La Guantanamera 
Daynet Rodriguez Sotomayor: Mundo en Crisis
Roberto Suarez: Cuba en Fotos
Daylin sordo Peláez: Cuando nadie me ve 
Istvan Ojeda Bello: CubaIzquierda
Mary Romero Aragón: Fomento en Vivo
Aday del Sol: Latidos de Cuba
Bertha Mojena. Mis Apuntes desde Cuba
Dailin Sánchez Lemus: Patria y Amor
Yusley Izquierdo Sierra: La vuelta abajo 
Andrés Marí:  Viviendo sin espantarse
Eugenio Cruz Ventana Cubana
Carmen Luisa Hernández: La Mariposa Cubana

martes, 30 de mayo de 2017

Nuestro pan de cada día

Por Carlitos

Mientras esperaba por una cola el fin de semana, escuché la conversación de dos jóvenes sobre acontecimientos políticos relevantes para Cuba: la victoria de Trump, la partida de Fidel, las elecciones de 2018. Ante cada comentario de uno de ellos, el otro respondía: "y eso, brother, a mí ¿cómo me afecta?".

La conversación (triste podría decir), refleja un panorama que cada vez se muestra más ante nuestros ojos: la desconexión entre la vida privada de los ciudadanos y la vida política de la nación. ¿Cuán despolitizados estamos o cuánto nos estamos despolitizando? ¿Cuán dañino puede ser para una sociedad que quiere construir el socialismo la despolitización de la vida de los ciudadanos?

Respecto a la primera pregunta, aun sin datos que puedan mostrarlo, se pueden marcar tendencias inequívocas que ya tienen larga data: la disminución en la membresía de las organizaciones políticas, los jóvenes que no quieren pasar al Partido o ingresar a la UJC, los que "pierden" sus expedientes, el rechazo a decir lo que se piensa en los espacios diseñados para ello.

La despolitización responde objetivamente a los efectos de la globalización; el american dream (que es una clara invitación a despolitizarse) no entiende de fronteras y la nuestra es una sociedad cada vez más conectada familiar, económica, tecnológica, cultural y financieramente con el mundo. También responde a los efectos de la subversión ideológica del gobierno norteamericano, en medio de una extendida etapa de escaseces materiales.

Pero, ¿por qué hablamos tan poco de las razones propias que empujan (y con mucha fuerza) a la despolitización?, ¿por qué hablamos tan poco de las razones sobre las que podemos influir nosotros mismos? El día que superemos muchas de ellas la subversión morirá por inanición.

Mientras se "cocinen" las reformas a la Constitución o la Ley Electoral a puertas cerradas; mientras no importe lo que digan nuestros cineastas en asambleas de tres años; mientras la Asamblea siga votando unánime aun cuando se haya propuesto lo contrario; mientras, al menos, alguien no nos explique por qué pasa todo eso, caminará la despolitización.

Mientras se vea la política como una cuestión reservada a unos pocos; mientras la visión del gobierno sobre temas medulares nos llegue en unas telegráficas y poco frecuentes notas de prensa; mientras se subvalore la inteligencia y la capacidad de nuestra gente para participar, caminará la despolitización.

Mientras sea más importante preservar el control (muchas veces solo en la forma) que alcanzar los propios objetivos que se plantean o aprovechar oportunidades; mientras se siga a la defensiva en muchos temas por el simple hecho de ser lentos en aceptar la sociedad realmente existente, caminará la despolitización.

Mientras la prensa siga anquilosada; mientras no se entienda que en el mundo actual no existe posibilidad de silenciar o censurar casi nada y que la única manera de ganar la batalla ideológica es informando más y mejor; mientras prevalezca la concepción de que la mejor propaganda es la saturación de una visión modélica del país, caminará la despolitización.

Mientras nuestras organizaciones se parezcan poco a quienes representan; mientras sigamos utilizando las armas de ayer para atacar los novedosos problemas y escenarios de hoy, bajo el vacío slogan del "cambio en los métodos y estilos de trabajo", caminará la despolitización.

Mientras nadie medie para resolver los conflictos que se divisan hoy entre sectores de la izquierda (fundamentalmente en la red); mientras se ataque al pensamiento diferente; mientras no se entienda que en la red se juega hoy una batalla crucial por la unidad y que luchar por la unidad no es restar, sino sumar y multiplicar, caminará la despolitización.

Mientras nuestros trabajadores (los hombres y mujeres nuevos que se "gastan" el sudor de la nación) no tengan conexión y con ello la posibilidad de aportar novedad a las muchas veces viciadas verdades de una red de "los que tienen internet"; mientras nuestros líderes y organizaciones no pasen activamente al debate en la red, caminará la despolitización.

Mientras no se entienda que el tiempo es una variable muy importante para un país y las vidas individuales de sus ciudadanos, caminará la despolitización.

Mientras jóvenes revolucionarios (no importa si muchos o pocos) sientan que decir las verdades, asumir riesgos, pedir más socialismo, intentar participar, es mal visto e incluso motivo para hacerte a un lado, caminará la despolitización.

No hay que sentir vergüenza por todas las cosas que tenemos que superar. Somos el resultado de una herejía descomunal, con todas sus virtudes y defectos. Lo letal es no hablar de ello.

Porque si mañana aumentan los salarios, se unifica la moneda, viene la inversión extranjera "en masa", nos llenamos de grúas, turismo, americanos y divisas, y se mantiene la tendencia a la despolitización, produciremos más riquezas, pero nadie asegura que las repartamos bien, ni siquiera que los cubanos podamos quedarnos con la mayor parte. Estaremos construyendo una economía dinámica, quien sabe si un "tigre caribeño", pero para nada una sociedad socialista.

¿La solución a nuestros problemas será (como sugiere el paradigma del capital) darle mejoras económicas a la gente y "dejarla tranquila"? ¿El problema de la política será su carácter "intrusivo" o que no estamos produciendo una política que le sirva a la gente para sentirse dueños de los medios de producción fundamentales, para sentirse dueños y garantes del rumbo de la sociedad?

En el socialismo, no nos equivoquemos, la política tiene que ser nuestro "pan de cada día".

lunes, 1 de mayo de 2017

A lo Mick Jagger

Por Fernando Luis Rojas

1.

Advierto. Esto no es sobre música. Después que Rafa González puso a un disparo de distancia a The Rolling Stones no me atrevo. Cuando los socios escriben, y lo hacen bien, hay que callar. El asunto es que un amigo viejo –o no tanto– que podría ser mi padre, un amante de los Rolling que anda ahora por un hospital habanero, dijo una vez que Mick Jagger en el escenario era “una mezcla de ardilla con mono”.

Aquí en El Salvador me encontré un tipo de esa misma especie, con treinta años menos. Sus cercanos le dicen “El Loco” y se llama Salvador Caridad de las Mercedes Santos. No es jodedera… ¿O sí? Condujo una moto hasta que se le abrió la cabeza. ¿El codazo de Marcelo a Messi? Eso es cosa de niños. “El Loco” salió apretando un pañuelo en la frente, no por la sangre –aunque también– sino para unirse la piel quebrada. Ahora se ríe, y se toca con la yema de los dedos la cicatriz, como si fuera un reservorio nuevo para el Lempa contaminado.

Era de esperar. Acá las motos vencen la inercia del tráfico horrible. Se cuelan en espacios pequeños, superan los “tranques” aumentando velocidad y rodando –como equilibristas– sobre la doble línea amarilla. Los motociclistas se visten como en Matrix y dan la idea que corren hacia alguna cabina, que huyen del agente Smith. A veces andan en grupos. Y a veces me recuerdan Santiago de Cuba, cuando cinco motos –a manera de taxi de diez ruedas– llevan en caravana a una familia.

De aquel accidente quedan la cicatriz y el mito. Aquel accidente no causó la locura, el cruce de ardilla con mono. Eso parece genético. Me han dicho que su hijo es una versión en miniatura de la especie: al año y medio apilaba palos, a los dos montaba en una vaca, a los tres se lanzaba a un espejo de agua desde una altura de varios metros.

Con Salvador Caridad de las Mercedes Santos hablé mucho, salí tres veces y bebí dos. Un día fuimos a un bar metalero, “El Medieval”. Empezamos temprano ese día, había poca gente y nos acomodamos en el amplio portal que es privilegio de los locales que hacen esquina. El mesero me creyó salvadoreño, chalateco para más señas y me habló “en salvadoreño”. ¡Y yo pensaba que en cuatro meses conocía las palabras propias e irrepetibles de este lugar! Salvador se lanzó a reír, y para joder me contó –incluyendo comas, puntos, guiones y comillas– el Semos malos de Salarrué. Volví a quedarme en China [o en Cuba].

Comenzamos temprano ese día, pero acabamos tarde. Yo fui cien veces al baño, para variar. Había una banda, cambiamos de mesa para escucharla y el drum me quedó a un metro. Me dolió el oído y le dije que íbamos a perderlo, igual que el hígado. Me respondió que el hígado no importaba, pero el oído sí, para escuchar cuando el hígado empezara a fallar.

Otra de las salidas fue de trabajo. Halamos troncos por una rampa empinada de medio kilómetro. Puro monte. Llevamos cada pedazo de madera –buena y pesada– entre dos. Afinqué bien las piernas y salí con impulso… Me alcanzó trescientos metros. Busqué una piedra, bebí medio litro de agua y sentí temblar las rodillas. Confié en que veinte minutos me permitirían recuperar fuerzas. No tuve esos minutos. “El Loco” buscó el centro del palo, se lo echó al hombro y empezó a caminar, más rápido que antes. Parecía correr. Y yo en la piedra actualizaba la especie: al mono y a la ardilla, a Mick Jagger, tendría que agregarle el oso.

En esos momentos, cuando los árboles ya lo ocultaban, me trasladé a La Habana. A las especies de La Habana.

2.

Advierto. Esto tampoco es sobre zoología.

Mi amigo cubano no es ardilla, y menos oso. Vendría a ser, digamos, un perezoso. O un lagarto perezoso. Él ama a una muchacha del centro del país.

No repite especies, es único. No tengo referentes. Lo recuerdo en la universidad cuando usaba –como corresponde a un lagarto– una gorra verde y a mí se me perdía entre los extranjeros tan politizados de la UH. Me pareció, cuando no le había hablado, el más “yuma” de los “yumas”. Lo creía extranjero. Sí, “extranjero”, para no caer en esa paja de decirles “cubanos no nacidos en Cuba”. ¿A ver si no tiene más valor que no sean cubanos y la quieran bien?

No sé su nombre. Responde a varios heterónimos, como lo hizo Pessoa. Lo he llamado Liev, Rosa [Luxemburgo] y a veces –sin que él se entere– lo he apellidado Bakunin. En algún momento lo pensé un lobo estepario, pero ya no: ama a una muchacha del centro del país.

No recuerdo haber bebido con él. Creo que no es “bueno” para eso. Tampoco es bueno para cargar troncos. Tiene una memoria especial y un corazón grande. Es genial despertando pasiones, deseas canonizarlo o matarlo con diferencia de segundos. Publica cosas lindas y no encuentras “la reacción” adecuada en facebook. A veces pone cosas locas, y quieres negarle likes o reacciones que te devuelvan el post, que lo hagan recurrente.

Viajamos a Santiago de Cuba una vez y el tipo me dejó embarcado por ir al Cobre. Lo critiqué [yo quería ir y tuve que cubrirlo]. Lo entendí [he ido cinco veces]. Frente al Palacio de Justicia, cerquita del Moncada, hay –o había entonces– una fuente nueva. Nos pareció un exceso ante tanta sequía, pero la cruzamos. No tuve problemas, soy bajito; a él se le empapó la gorra.

No habla “salvadoreño”, pero a veces tampoco habla “cubano”. No se ríe, se preocupa porque no le entienda y, serio, me lanza un poema de Guillén. A él le gustan los Rolling Stones, pero considera un pecado lo que dice mi amigo viejo de Mick Jagger.

A él le gustan los Rolling, a mi no tanto; pero deseo compartir un concierto con “El Loco” y “El Lagarto”. Salvador y yo beberíamos cervezas; Liev exploraría las conexiones marxistas de Jagger.
       

domingo, 23 de abril de 2017

La avenida 49

Por Fernando Luis Rojas

1.

La avenida 49 es una de las vías más importantes de San Salvador. Para los que vivimos en La Habana, si aterrizamos en la ciudad y caemos de fly en esta calle, podríamos pensarla –con más carros y menos baches– émula de la avenida 23. No es exacto. Poco a poco, iríamos descubriendo que hay más veintitrés (ojo, La Rampa es otra cosa).

Pero esta no es una historia de cubanos, aunque también. Para los salvadoreños, la 49 –que sería “otra” de las calles con vehículos y sin huecos– es una de las rutas que recorren a diario para ir y regresar del trabajo. Ya dicen que hay tráfico a cualquier hora, pero el clímax matutino es entre seis y ocho y media; y el vespertino entre cuatro y siete. En esto sí hay más constancia. Aquí las horas laborales se exprimen y de cualquier punto cardinal, hay gente viajando desde la madrugada para llegar a la capital a tiempo y cumplir su rutina.

Para otros salvadoreños, la avenida 49 es la vía para llegar a Metrocentro. ¿Qué es? Pues un monstruo: el centro comercial más grande de El Salvador y Centroamérica y el que recibe más visitas por mes. Una de esas ciudades de cristal (y hierro) a veces detectivescas –a la manera de Paul Auster– como cuando, en una tienda afín y en medio de un temblor de tierra de 5.1, la gente no podía salir sin pagar. En Metrocentro, con sus más de 760 locales comerciales, sus 200 mil metros cuadrados y 2500 parqueos vi que el imaginario de la “vidriera-museo” se manifiesta en Cuba en una escala menor. Si Carlos III es un museo tropical, Metro vendría a ser el MoMA.

Pero sigamos en la 49.

2. 

El olor a orina me trasladó a la entrada del Latino. ¿Será un karma de los estadios? Era un olor penetrante, que se colaba en la lengua, pero con un sabor hegemónico a maíz y curtido, a plena pupusa salvadoreña.  

La avenida 49 se llevó el premio de mis caminatas en San Salvador. Justo allí, a mi derecha, se alzaba el bloque azul, el estadio Jorge “el Mágico” González. ¿Quién coño es “el Mágico” González? “¿No sabes?” Me pregunta incrédulo Eduardo. Y él se avergüenza porque su país no se conozca; y yo me avergüenzo por no conocer a su país. “Mira, aquí está su estrella”. Y es cierto, en la acera –como una versión criolla y corta del Hollywood Walk of Fame– está la estrella de Jorge Alberto González, “el Mágico”.

Para mí era un misterio. Crecí en Santiago de Cuba y de adolescente “la aplanadora” estaba en su apogeo beisbolero. Para mi primo y yo no existían Germán Mesa, Víctor o Linares; la cosa era más sencilla: Pacheco o Kindelán, y de vez en cuando el preterido Pierre. Vi fútbol por primera vez en 1994 y bebí una historia limitada de ese juego, una historia –como la de las sociedades– escrita por los grandes, por los vencedores.

¿Quién coño es “el Mágico”? La doble vergüenza de Eduardo y mía se volcó en una alfabetización en imágenes, y la memoria dormida –que es la garantía del olvido y los yerros– despertó. Ahí vino el homenaje del Cádiz cuando ascendió por última vez a Primera; o el golazo frente al Barcelona corriendo y sorteando contrarios desde más de media cancha; o la historia de “un tipo”, un “mago loco” que rompió todo molde y fue más rebelde que todos.

Aquí el fútbol se vive diferente. Hay Barça y Madrid, pero también Alianza, Águila, Santa Tecla, FAS y Firpo. Queda el recuerdo, cercano en algunos, de las participaciones mundialistas de 1970 y 1982. En esta última, la Selecta recibió una goleada de escándalo ante Hungría y cedió –decorosamente– ante Bélgica y Argentina. Pero se había llegado al mundial. Era la generación de un mago.

El fútbol se vive diferente, y los futbolistas viven diferente. Ni bien, ni mal: diferente. Al menos, así lo vi en el “El Loco” Abreu cuando en diciembre de 2016 marcó un doblete para que Santa Tecla se coronara campeón del Apertura. Me recordó el festejo del uruguayo en aquel penal a lo Panenka que marcó frente a Ghana en el mundial de Sudáfrica.

Un loco que hizo magia en Santa Tecla y un mago, dueño de una jugada con nombre loco: “la culebrita macheteada”. Tiene que vivirse diferente el fútbol aquí.

3.

“El Mágico” tiene su estrella y su estadio. Y las jardineras de ese estadio, que no tienen flores, sirven a la gente sin casa para dormir. Cuento los bultos de ropa y lona apilada, que valen de frontera, Patria y Estado a uno, dos, tres… ocho personas. Frente a ellos, alzada en un tubo que hiere la misma acera donde está la estrella del futbolista, la paradoja de un anuncio de Wendy´s o Kentucky Fried Chicken (KFC).

Y el espacio físico me aturde. Geografía y memoria se juntan, me emboscan desde una vista del lago Coatepeque, de la isla de Alfredo Cristiani, el hombre que era presidente cuando los militares se metieron a la Universidad Centroamericana y asesinaron a ocho personas. Cristiani, el “Presidente de la Paz”, la paz que no pudo ver –entre miles– el sacerdote jesuita y rector de la UCA Ignacio Ellacuría.

En la cuadra del estadio no hay flores. Hay gente sin casa, bultos frugales y carteles lumínicos. Eduardo me aguanta del hombro, me mira condescendiente y a mí me hierve la sangre. Me enciende esa loca dinámica de mirar diciendo: “no está bien, no es correcto, pero es natural”. Y yo digo mirando: “no es natural hermano. Si a mí, en Cuba, cosas menores que estas tampoco me son naturales”.

Caigo en la cuenta que no le hago justicia y me detengo. Allí, bajo el paso de nivel lleno de figuras y graffitis. Allí, donde en unas horas pasearán –a la manera de Silvio– “flores de Quinta Avenida” o –a la manera del buen Eduardo– “orquídeas del mar”. ¿Será una forma caprichosa de saldar las flores que no hay en las jardineras?

4.

La 49 tiene algunas lomas. Nada comparable con las del país. Las “trabazones” (tranques) de los carros son imposibles. Los  autos se apilan en las calles, la gente en las aceras y los “buseros” (guagüeros, choferes) vienen a confirmar que son identidad de grupo mundial: se meten delante, frenan como si cargaran vacas, te apuran, se guardan el vuelto…

Con esto de lomas y gentes vuelvo a pensar que no hago justicia. Ahora no es a Eduardo, sino a las mujeres que con treinta libras en una cesta sobre sus cabezas ascienden cientos –y a veces miles– de metros empinados. Las he visto en Chinamequita, el Boquerón de San Salvador, Morazán… Las he visto en todos lados y regresan recurrentes. ¡Coño! ¡Qué larga se hace esta avenida citadina!

Al fin. La 49 se convierte en el Bulevar de los Héroes justo a unos pasos de Metro. Pero ya hablé de eso… y vuelven las imágenes de jardineras vacías, jesuitas muertos y ciudades acristaladas.

Y Eduardo vuelve a sujetarme el hombro. Ya advertido, borró la condescendencia y ahora sonríe con esa picardía salvadoreña que es mito y realidad. Me susurra: “los que lloraron borrachos por el himno nacional bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte, los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos hijos de la gran puta, los que apenitas pudieron regresar, los que tuvieron un poco más de suerte, los eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo,  mis compatriotas, mis hermanos”; y le abrazo y le digo “hermano”. ¡Ayyy Roque! Del sufrimiento y los contrastes no se sale. Pero, con egoísmo vergonzante, pueden posponerse un poco. “Eduardo”, le digo, “vayamos por pupusas y cervezas”.